En una democracia como la mexicana, siempre gana “el menos peor” de los candidatos. Esta lectura volvió a darse este 5 de junio donde el PAN ganó 7 de las 12 gubernaturas en disputa, dejándole al PRI 5 del total de los estados donde se celebraron elecciones.
Ese dicho de “votar por el menos peor” sobrevive gracias a los mismos partidos y candidatos. Son los mismos partidos y sus aspirantes quienes nos venden al “menos peor” para ocupar un cargo de elección popular.
No se habrán dado cuenta los partidos que su desprestigio crece gracias a ellos mismos. En muchos países del mundo los inversionistas, los empresarios y otros gobiernos hablan de lo mal que “hablamos” los mexicanos de nuestros gobernantes, gracias a este tipo de campañas políticas.
Estamos acostumbrados a manchar la imagen del contrario con tal de ganar y no proponemos campañas donde los mexicanos tengamos la oportunidad de conocer las propuestas de aquellos que aspiran a un cargo.
Los debates se dan en el lodazal de lo que significan para los contendientes sus adversarios. Hoy sabemos que todos los nuevos gobernantes son malos. No hay uno que sea bueno, porque todos son una bola de corruptos, de acuerdo con los propios candidatos.
Nadie quedó limpio. Apenas dijeron que el que esté libre de culpa que tire la primera piedra y ninguno fue capaz de soltar la pedrada. Pero ¿qué tal la guerra sucia?
De qué podrían presumir los nuevos gobernantes, si todos los que ganaron fueron acusados de ser tan corruptos como los perdedores.
Seguimos condenados a ser gobernados por el “menos peor” porque al final esa fue la “mejor oferta política”.
Elegir al “menos peor”.