A la caída del imperio de Maximiliano en 1867, el Presidente Benito Juárez se propuso reorganizar la enseñanza en México, por lo cual encomendó a Gabino Barreda (1818-1881) aplicar a la educación las teorías del sociólogo francés Augusto Comte (1798-1857), una de cuyas frases (“Saber para prever, prever para obrar”) resplandecía en el bello edificio colonial del antiguo colegio jesuita de San Ildefonso donde empezó a funcionar la Escuela Nacional Preparatoria.
El positivismo, que Barreda bebió en París directamente de Comte, fue el modelo impuesto para conferirle una nueva fisonomía al país, pero con el tiempo su decadencia fue notable, porque, a fuerza de negar a Dios y de querer someter todo al estudio de las ciencias y a lo que únicamente comprobaran éstas, su reacción fue virulenta contra las humanidades eclesiásticas, y se enseñaban cada vez menos las letras y nada de literatura española, reduciendo el latín y el griego al examen de algunas raíces.
La negación de la cultura llevó inclusive a la clase burguesa, que a fines de siglo XIX era la única que tenía acceso a la escuela, a pavonearse de su ignorancia, pues se consideraba a la poesía y el arte formas atenuadas de la locura o pasatiempos de jóvenes, buenos, a lo sumo, para adiestrar su espíritu o su memoria.
Por otra parte, el modernismo, con sus preocupaciones estéticas y formales en plena reorganización del capitalismo mundial y la nueva organización política de los estados regionales, se consolidó como un movimiento supremo de “asimilación” con las grandes corrientes culturales de Occidente, y en el atardecer del siglo XIX fue el resultado de la conjunción de diversos procesos económicos, geopolíticos, lingüísticos y culturales.
Fue así como esos nuevos aires modernistas entre siglos hicieron que el gobierno de Porfirio Díaz descargara el peso de sus decisiones más importantes en un grupo de políticos, docentes e intelectuales orgánicos, a quienes la prensa aplicó, hacia 1890, en forma irónica y casi despectiva, el mote de “Científicos”. Era un grupo adicto al régimen y entre los más cercanos al dictador figuraban José Yves Limantour y Justo Sierra.
Era la época en que predominaban ideas científicas en torno a la manera de conducir la política y ellos abanderaban dichas ideas. Además eran los que pedían a gritos el sometimiento de los periodistas para que no estorbaran la conquista de sus intereses y su permanencia en el poder. Y, por tanto, facilitaban el camino autoritario del tirano, que exclamaba “este pollo quiere máiz” cuando sentía el latigazo de alguna publicación que no aguantaba la asfixia de la censura, e inclusive no se tocaba el corazón si había que llegar a la persecución y exterminio con una frase lapidaria contra sus enemigos: “Mátalo, y luego veriguas”.
El 5 de abril de 1892 se creó una unión llamada Unión Liberal que apoyó la reelección del general Díaz, lo que hizo que este grupo reafirmara, ahora entre sus adversarios, el calificativo de “Científicos”, porque apoyaban sus argumentos en la teoría positivista de Augusto Comte. La Unión, que nunca llegó a partido político, fue fundado precisamente por José Yves Limantour y Justo Sierra, quien asumió la titularidad de la Secretaría de Hacienda de 1892 a 1911.El apelativo llegó a consolidarse cuando estos políticos afirmaron que tenían el propósito de “abogar por la dirección científica del gobierno y el desarrollo científico del país”.
Pero esos “científicos” no se dedicaban al estudio de las ciencias formales, naturales o aplicadas. Su actividad era política y no correspondía a lo que se entiende por verdadero científico, integrante de una comunidad de académicos de dedicación exclusiva al estudio y la transmisión de conocimientos especializados en todos los campos del saber.
Por eso hay que tener muy certera la puntería cuando se invoca a la historia queriendo contextualizar hechos de hoy con los pasados. No vaya a sucederle de nuevo a AMLO que falle, como ahora, en querer comparar a aquellos “científicos” orgánicos y corruptos con los de hoy a los que les aplicó un severo recorte presupuestal en sus instituciones, vía el Conacyt. No. No son lo mismo, y el apodo de aquellos era una mofa con la que pasaron a la posteridad.