Cierro los ojos e imagino a un periodista flacucho emocionado con la preparación del primer ejemplar de El Porvenir. Teclea a una velocidad de vértigo cada texto al que desea dejar impreso su sello. Su personalidad. Es un colombiano con aires de poeta a quien se identifica como Ricardo Arenales, aunque también se hacía llamar Maín Ximénez y terminó sus días en 1942 con el halo de gran literato bajo el suedónimo de Porfirio Barba Jacob, pues en realidad se llamaba Miguel Ángel Osorio Benítez, según su acta de bautismo del 3 de agosto de 1883 en Santa Rosa de Osos, poblado de Antioquia. Veo a su alrededor a un grupo de periodistas que se afanan en llenar con sus materiales los esquemas hechos a mano de cada una de las páginas. Se acerca el impresor, nacido en Cadereyta Jiménez, Nuevo León, Jesús Cantú Leal, agitado por la presión de que su pequeña prensa convierta en realidad los planes de políticos y empresarios, encabezados por el gobernador Nicéforo Zambrano, de unas hojitas que sean algo más que un periódico diario. Es el 28 de enero de 1919, día lluvioso y frío. El día se hace corto y la noche cubre con su manto invernal el cielo una ciudad de apenas 90 mil habitantes o un poco más.
En mi visión idealizada de aquella jornada histórica, doy fe de los conocimientos cabales de periodismo que ornaban el cerebro de aquel hombre orquestador del medio impreso que, al paso del tiempo, llegaría a ser el decano de la prensa regiomontana. Ricardo Arenales era un compendio de virtudes para pensar en las “cabezas” de las notas de primera plana y para escribir con certera propiedad sobre los temas de actualidad, pues fue un voraz aprendiz de las técnicas de moda desde que llegó a trabajar al Espectador en 1908, al lado de su director el Doctor Ramón Treviño.
El país ni imaginaba siquiera el alcance de esta obra intelectual, justamente cuando el censo de población de 1900 arrojó un total de 13 millones 607 mil 259 habitantes, de los cuales el 28.6 por ciento vivía en zonas urbanas, es decir, en localidades de 2 mil 500 y más habitantes. La gran dispersión de los asentamientos trajo como consecuencia que existiera un alto número de localidades: 52 mil 749 en todo el territorio nacional, de las cuales 52 mil 570, es decir el 99 por ciento, contaban con menos de mil habitantes. La tecnología no era amigable para editar periódicos. Pero en el alma de don Jesús Cantú Leal había una enorme reserva moral que le hacía responder al reto como impresor frente a las escasas herramientas de su taller.
En mi larga duermevela soy testigo de las difíciles circunstancias sociopolíticas que envolvieron la aventura de Arenales y Cantú, atentos a los acontecimientos que sacudieron al mundo desde octubre de 1917, bajo el liderazgo de Lenin en la Rusia zarista. Por otra parte, la Sociedad Mundial de las Naciones europeas sólo había tapado recientemente las bocas de los cañones de una Primera Guerra cuyo fuego humeante era presagio de peores cosas.Se iniciaba a partir de la Navidad de 1918 una era de consecuencias desconocidas. Tal vez en este momento amanecía el Siglo 20.
Y en México, la Revolución iniciada por Francisco I. Madero en 1910 apenas había cruzado los andenes de Monterrey, al tener como protagonista a su gobernador Bernardo Reyes, quien logró durante su administración de más de 20 años, desde 1885, un importante avance económico, industrial y social en el Estado. Fue uno de los hombres más cercanos y fieles al general y presidente de México Porfirio Díaz, quien lo nombró Secretario de Guerra y Marina de 1900 a 1903 y luego lo destituyó hasta lograr su exilio a París en 1909. Tras de la sorpresa sangrienta del cuartelazo, el movimiento revolucionario tomó su nivel de máxima elevación y encauzaba sus perfiles definitivos en la Constitución de 1917. Mismo Código que dio otro similar al Estado, con proyecciones alucinantes y sobras imprecisas al paso de los días fáciles y hermosos de antaño.
El galimatías de la Revolución no sólo implantó la Constitución de 1917 , sino que en Monterrey y en todo el estado de Nuevo León derivó en bandolerismo, que debió ser controlado por el primer gobierno constitucionalista de Nicéforo Zambrano, después de triunfar en las urnas tras la inestabilidad que dejó la salida en 1918 del carrancista General Pablo de la Garza Gutiérrez, cuya victoria en las urnas no le fue reconocida.
Nicéforo Zambrano no sólo tuvo que lidiar con los inconformes de la política oficial sino también con la fiebre o influenza española que, sólo en la ciudad, mató a 717 personas.
Por aquellos años hubo muchas huelgas y desacuerdos entre trabajadores y patrones de tal forma que el gobernador creó la Junta Central de Conciliación y Arbitraje en 1918. Y luego se embarcó con la idea de crear El Porvenir. Se trataba de utilizarlo como cuña político-electoral en una época históricamente caracterizada por el recuerdo de luchas violentas y la inestabilidad en todos los aspectos, especialmente el gubernamental. Y de eso es muestra palpable el hecho de que sólo en 1923 Nuevo León tuvo 3 legislaturas y 2 gobernadores simultáneamente.
En ese escenario, en una ciudad de una extensión territorial de 323.60 kilómetros cuadrados y 90 mil habitantes, Ricardo Arenales aceptó dar vida al diario que dos meses después dejó en manos del impresor Jesús Cantú Leal, quien se valió de dos excelentes periodistas con la mira puesta en hacerlo grande: Federico Gómez y Eduardo Martínez Célis. “En Monterrey todos nos conocíamos”, escribió don José P. Saldaña (1891-1992), partícipe y testigo directo de los afanes de los fundadores del diario en 1919 y quien fue cronista oficial de la urbe regiomontana durante décadas.
Coincidentemente, meses después, 1920 marcó la pauta para los siguientes años en los aspectos de progreso económico, social y cultural en Monterrey, a pesar de que el censo nacional previsto para ese 1920 hubo de posponerse hasta el siguiente año, lo cual refleja tanto la profundidad de los conflictos políticos y sociales que culminaron con el asesinato de Venustiano Carranza el 21 de mayo (1920), como el reconocimiento de la importancia del censo y en general de las estadísticas nacionales por parte del presidente Álvaro Obregón, quien asumiría el poder a fines de 1920. En México se vivía una etapa de esfuerzos por estabilizar al país al realizarse el censo de 1921, y hubo que afrontar tanto las condiciones heredadas del régimen de Díaz, como el choque de intereses de grupos políticos (a favor o en contra del general Álvaro Obregón).
Despierto de mi sueño y me encuentro en los festejos del primer centenario de El Porvenir. No me queda la menor duda de su trascendencia Por eso es admirable que don Jesús Cantú Leal haya sostenido su obra editorial hasta entregarla a su hijo Rogelio, quien le dio una verdadera forma empresarial y la convirtió en referente obligado de buen periodismo que significó también éxito económico. Y no dejo de reconocer cómo, a partir de 1982, Jesús Cantú Escalante trató de sobrellevar la caída paulatina del decano de la prensa regiomontana ante la competencia avasalladora de El Norte, que se hizo del mercado de los impresos desde la década de los 70. Finalmente en 1991 José Gerardo Cantú Escalante aceptó el reto de dirigir el medio que su abuelo recibió en 1919 como pago por sus servicios de impresión del mismo. Así es que tiene un enorme mérito haberlo hecho trascender a su primer centenario.