El 10 de abril de 1917 aparecieron en el New York Times unos reportajes estremecedores de Herbert Bayard Swope, que le valieron ser el primer galardonado de la historia con el Premio Pulitzer. El corresponsal de guerra se metió “en el interior del Imperio Alemán”, como se tituló su trabajo, para ganar la admiración de los lectores y aunque se alzaría en dos ocasiones más con la preciada presea de periodismo, el golpe inicial es el que lo catapultó a la fama.
Además, Herbert Bayard Swope honró como buen reportero la memoria de Joseph Pulitzer, a seis años de su muerte, ocurrida el 29 de octubre de 1911, pues el magnate del World de Nueva York había dejado como voluntad testamentaria la creación de unos premios que llevaran su nombre, y que debía gestionar la Universidad de Columbia, a la que le heredó también dos millones de dólares para que abriera la Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, y que hoy es timbre de orgullo del que después llamó Gabriel García Márquez “el mejor oficio del mundo”.
Así es que desde entonces no hay 10 de abril, fecha del nacimiento del Pulitzer, que no se vista con la gala de una ceremonia protocolaria en la que sueñan estar los periodistas norteamericanos. En un principio el galardón tomaba en cuenta cuatro categorías y en la actualidad tiene 21.
Podrá decirse lo que se quiera del periodismo en general, y se sucederán los debates para encontrar una auténtica definición del mismo, pero la premiación de los Pulitzer, a cien años de su creación, siguen teniendo una enorme trascendencia por su seriedad, ya que han habido casos en que a periodistas se les ha retirado el galardón, cuando se comprueba que hicieron trampa en sus trabajos o no pueden comprobar la realidad de lo que presentan.
También podrá someterse a juicio a Joseph Pulitzer por su descarnado sensacionalismo, que le permitió enriquecerse en su lucha contra otro desprestigiado magnate de la prensa norteamericana, William Randolph Hearts, quien dio pie a la película El Ciudadano Kane a mitad del siglo pasado. Sí, podrá cuestionarse lo que se quiera cuestionar del inmigrante húngaro que -modesto reportero sin hablar inglés en sus inicios en los Estados Unidos- compró por tres mil dólares su primer periódico publicado en alemán donde había empezado a trabajar, el Westiche Post de San Luis Missouri, en 1872, pero no se podrá negar el legado que heredó a una profesión que quiso elevar al nivel de la medicina y del derecho para darle un lugar digno en los estudios universitarios.
Pulitzer debió sortear muchas dificultades para lograr la fama que alcanzó en el periodismo, una de las cuales consistió en ser rival del St. Louis Dispatch y que en 1878, convertido en ruinas, lo adquirió en una subasta pública. Pero lo más sorprendente para su época fue que en 1883, con apenas 36 años de edad, dio muestras de lo que valía la unión de su talento y de su desbocada ambición por establecerse en la urbe de hierro, para llegar a las puertas del New York World y prometer que lo iba a sacar de la quiebra si se lo vendían. Y de los primeros 12 mil ejemplares que empezó a sacar día a día, muy pronto llegó a los 300 mil.
Pulitzer, en su afán por obtener ganancias rápidas, se valió de las historias de interés humano y de ver chorrear la sangre por las páginas del “World”, porque intuyó que los desastres y los escándalos, combinados con el periodismo de investigación, serían un imán para los lectores, por lo cual dio inicio a la caricatura del Yellow Kid para amarrar su proyecto informativo que fue todo un éxito a fines del siglo 19.
Ciego los últimos años de su vida y aturdido por las severas críticas contra el periodismo amarillista que se le atribuía a su medio y al “Journal” de Hearst, terminó sumido en reflexiones muy serias sobre el papel de la prensa, lo que le llevó a empeñarse en hacer de ella un oficio respetable. “El periodismo es la más noble de todas las profesiones”, escribió una y otra vez, no como gratitud por el abundante dinero que le dio, sino porque sostenía que sin una información confiable y veraz la sociedad terminaría por hundirse o no saber a dónde ir en la oscuridad de la noche. Era un acto de contrición lanzado al aire desde su enorme yate “El Liberty”.
“El poder de moldear el futuro de la República estará en manos de los periodistas de las futuras generaciones”, escribió en sus últimos años. Y por eso apostó su herencia para que la Universidad de Columbia creara la profesión de periodismo en sus aulas, y dejó parte de su dinero para premiar la calidad de la prensa con las preseas que, desde hace cien años, llevan su nombre y cuya entrega empezó justamente en abril de 1917, y siguen siendo algo envidiable para los profesionales de la noticia.v