
Esto es un negocio. Ni más ni menos. La elección del 1 de julio es la gran oportunidad que conciben algunos para competir y soñar con embolsarse fuertes sumas de dinero, si ganan. ¿Qué más podemos esperar de esta bola de rufianes? Una inmensa mayoría de precandidatos, aspirantes a un cargo político, candidatos a los distintos puestos de elección popular ven este paso que dan como el gran negocio de su vida. Y no quieren dejar que se esfume.
Hace décadas se compraban a buen precio las designaciones en el PRI, porque había la seguridad de desquitarse al triple ya instalados en el poder. Antes el negocio era invertir para después repartir y quedarse con la mayor parte. En los tiempos del partido hegemónico y casi único, los cargos más jugosos eran para los que tenían harta lana o buenísimos padrinos. No ha cambiado mucho. Esto sigue siendo un gran negocio. Y a eso le tiran los que se apuntan a ganar votos el 1 de julio.
Algunos le despistan. Otros no tanto. Y los más se desbocan con gran impudicia en busca del presupuesto y el poder para el amiguismo, la ratería o la extorsión y el chantaje. El dinero es su meta, aunque se escudan en la demagogia del servicio público o la representación ciudadana. Puras mamilas. Su tirada es mamar la ubre del erario hasta dejarla seca, si se puede. Después de todo, una acusación de peculado, corrupción o fraude es como ponerle una rayita al tigre, y la impunidad les permite salirse con la suya, salvo raras excepciones.
Por eso abundan los traidores, los saltimbanquis, los camaleones, los “chapulines”, los trepadores y los gandallas. Y por eso nadie cree en sus convicciones, pues a las primeras de cambio dejan unos colores y se visten de otros, o se cambian de partido con la mano en la cintura bajo cualquier pretexto, porque eso de la ideología no va con ellos. Sus alegatos no son más que fórmulas para desquitarse por no haber sido tomados en cuenta en el negocio al que pensaban tener derecho. Y se van en busca de otros aires con la promesa de un jugoso cargo.
No les importa dejar con el desconsuelo a quienes creyeron en su pureza política. Les da lo mismo que sus seguidores renieguen de haber votado un día por ellos, en defensa de una postura partidista o en contra de otros. A Vicente Fox, por ejemplo, adalid de aquel movimiento que sacó al PRI de los Pinos en medio de un gran júbilo multitudinario, ni pena le dio ponerse luego la chaqueta tricolor y votar por Enrique Peña Nieto. Y ahora otros cínicos de la misma ralea andan de un lado para el otro, o bien utilizan una plataforma política para que la gente vote por ellos y, apenas triunfan, reniegan del partido que les dio cobijo y se dicen independientes, como Karina Barrón e infinidad de camaleones. Por eso nos asombra la mezcla rarísima de azules y tricolores con morenos y de morenos con evengélicos, o de amarillos que antes se partían la madre por el PRD y ahora lo combaten a morir, etc., etc.
De los “chapulines”, ni hablar. Imponiendo su fuerza y su marca, consiguen aprovecharse de las candidaturas seguras a través de las famosas plurinominales. Y ni se despeinan para brincar de un puesto a otro. Todo con tal de no dejar el gran negocio de la política. Después de todo es el que más compite con el de los faranduleros y de los deportistas profesionales. Claro que los políticos enfatizan su fervor patrio para engañar a medio mundo. Y se hacen pasar por personas honestas que desean “servir a México” con su vocación y experiencia. Pero no admiten que no saben hacer otra cosa, y que los billetes y el poder es lo que les llama, como es el caso de Manlio Fabio Beltrones, Miguel Ángel Osorio Chong, Emilio Gamboa Patrón, Javier Lozano, etc., etc.
La política es un gran negocio. Y punto. Pero no sucedería así, si servir a México fuera voluntario o los sueldos fueran raquíticos o no se pudiera robar tan fácil. Por eso abunda tanto “chapulín” y gandalla.