A más de dos meses de las elecciones del primero de julio, han pasado eventos que seguramente poco interesan a la mayoría de los mexicanos, lamentablemente, como la decisión de los magistrados del TRIFE de oficializar y validar la victoria de Enrique Peña Nieto, desechando los recursos de impugnación de Andrés Manuel López Obrador para anular los comicios.
Porque prácticamente la historia estaba escrita, porque iba a ser inimaginable que el Tribunal Federal Electoral diera reversa a unos resultados abrumadores a favor de Peña Nieto, pese a las pruebas, ciertas o falsas, de supuesta compra de votos presentadas por los partidos que apoyaron al tabasqueño.
Han sido más de 60 días transcurridos donde los electores que acudimos a las urnas y que votamos por fulano o perengano sólo queremos que la ola de violencia vaya disminuyendo a partir del primero de diciembre, cuando el calendario ponga fin al sangriento sexenio de Felipe Calderón Hinojosa.
Porque esa fue la apuesta de quienes sufragaron por Enrique Peña Nieto: que con el Partido Revolucionario Institucional otra vez en Los Pinos regrese la paz a todos los rincones del país, como en los viejos tiempos, cuando los mexicanos repudiábamos la corrupción de los priistas, pero las mamás podía salir tranquilas con sus hijos a los parques, caminar en las calles y transitar por las carreteras.
Esa esperanza, ese soñar en que la violencia terminará por decreto cuando Peña Nieto reciba la banda presidencial, influyó en que la mayoría de los electores perdieran la memoria de que México fue gobernado más de 70 años por el PRI, pudiendo haber entregado a la confianza a la izquierda mexicana.
Si bien estaba anticipada la derrota de Josefina Vázquez Mota, quien por cierto nunca fue la preferida de Calderón Hinojosa para sucederlo, la guerra fallida del gobierno federal contra los grupos armados influyó en su contra, demostrando que los miles de millones de pesos invertidos en esa causa fueron inútiles y tirados al depósito de desperdicios.
Aunque en sus spots de despedida el gris mandatario insista en decir que gracias a su gobierno el narco no se apropió de México, la realidad lo contradice aunque se incurra a cifras maquilladas, sobre todo de personas inocentes desaparecidas, enterradas a todo lo ancho y largo del país en fosas clandestinas sin descubrir.
El principal reto de Peña Nieto será hacer eficiente ese combate contra grupos de la delincuencia que tienen arrodilladas enteras ciudades tan importantes para la vida económica de una nación como Monterrey, Ciudad Juárez, Tijuana, Nuevo Laredo, San Luis Potosí, Morelia, Reynosa, Ciudad Victoria, etc, etc, etc.
Las cifras alegres de la Presidencia de la República que agoniza contrastan con números dados a conocer por cúpulas empresariales, con miles de negocios cerrados porque sus dueños se negaron a ser extorsionados; otros quebrados y decenas de miles de empleados desocupados; así como incalculables familias y sus fortunas que se fugaron a Estados Unidos huyendo de la inseguridad.
Basta con recorrer la zona turística de Santiago, Nuevo León, y las ciudades fronterizas de Tamaulipas como Miguel Alemán, Reynosa y Matamoros para darse cuenta que los visitantes del país vecino brillan por su ausencia desde hace más de tres años.
Ahora miles de mexicanos viven legalmente, con visas de inversionistas que otorga el gobierno de Washington, en ciudades del sur y del Valle de Texas como Laredo, Mission, McAllen, Phar, Harlingen y Brownsville, mientras los más ricos se establecieron en Houston, San Antonio, Dallas y Austin, principalmente.
Las manecillas del reloj avanzar para que terminen 12 años de gobiernos del PAN que, desde su comienzo con Vicente Fox Quesada, se tomaron pésimas decisiones para intentar acabar con la criminalidad organizada que controla la venta de la droga en territorio mexicano y su trasiego a Estados Unidos.
Si algo hay que reconocer es que los panistas tuvieron buenas intenciones para combatir al narco pensando que se iban a perpetuar otras siete décadas en Los Pinos, sin embargo carecieron de eficientes estrategias. Y los resultados son más de 60 mil muertos y un número indefinido de desaparecidos, amén de los heridos y lisiados por esta guerra absurda.
Por lo pronto Peña Nieto anunció a los integrantes de su equipo de transición, donde muchos de ellos serán secretarios de su gabinete, directores de las principales dependencias y asesores de cabecera para enfrentar los problemas que heredará de Calderón Hinojosa.
Y como era de suponerse, sólo un nuevoleonés, Ildefonso Guajardo Villarreal, fue incluido en este selecto grupo, así como dos tamaulipecos: Marcedes del Carmen Guillén Vicente y Felipe Solís Acero.
Los tres que estarán muy cerca del próximo presidente de México a partir del primero de diciembre, más que los dos gobernadores de las entidades donde Josefina Vázquez Mota salió con el brazo alzado: Nuevo León y Tamaulipas resultaron diferentes. v
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