No hay encuesta, ni cuchareada, en que José Antonio Meade aparezca con esperanzas de triunfo el 1 de julio. Solamente el optimismo de sus más cercanos seguidores es un aliento en su carrera por la Presidencia de la República. Está tan bocabajeado, que prefirió ganar anticipadamente para sus fieles seguidores un escaño en las Cámaras de Diputados y Senadores. Y ese salvoconducto lo aprovechó hasta el líder nacional del PRI, el michoacano Enrique Ochoa Reza, alias “Clavillazo”, quien llegó a tratar de salvar la nave tricolor, al hundírsele feamente a un viejo lobo de mar llamado Manlio Fabio Beltrones, con las derrotas en Veracruz, Quintana Roo, Nayarit y Durango.
Da lástima Pepe Toño. No le alcanzan su sonrisa y su voz para levantar la campaña. Ni su apellido, que es objeto de significados burlones en los “memes” de sus adversarios. Es más, desde ahora dibuja la derrota en su semblante, por más fresco y esperanzador que quiera hacerlo lucir. Pero él tuvo la culpa. Él se ilusionó de más con la silla presidencial. Se dejó llevar por la lisonja de sus aduladores en Palacio Nacional y por la labia de su padrino, que no deja de presumir que lo que más sabe hacer es “ganar elecciones”.
Él tuvo la culpa por tratar de engañar a la opinión pública con su candidatura dizque ciudadana. Mintió al tratar de deslindarse del PRI porque no era su militante y, sin embargo, el origen priista de su familia lo traicionó al decir que siempre ha votado por este instituto político, inclusive cuando era secretario de Hacienda con el panista Felipe Calderón. Apoyó a Enrique Peña Nieto. Y como la historia exhibe antecedentes irrefutables, surge la figura de papá Meade jugando un buen papel de burócrata a las órdenes del sistema tricolor en el odiado FOBAPROA, que le permitió ser premiado con una jubilación jugosísima de más de cien mil pesos mensuales.
Además, el buen Pepe Toño pecó de acción o de omisión en la “estafa maestra”, cuya protagonista Rosario Robles Berlanga aparece como la saqueadora de dos secretarías de Estado, pero comprometiendo de a feo al exsecretario de Hacienda Meade Kuribeña, por lo cual en las caricaturas políticas son asociados en un dúo perverso. Todavía más: Pepe Toño no se puede zafar del señalamiento de haberse hecho tonto cuando era también ministro de Hacienda en el sexenio anterior y el exgobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, envió a la campaña presidencial de su gran amigo Peña Nieto 25 millones de pesos en efectivo en un avión que fue detenido en el aeropuerto de Toluca. ¿Dónde quedó la bolita? El hoy candidato del PRI calló entonces y ha callado sobre este asunto todavía hoy, por complicidad o por… otra cosa.
Luego ha cargado, injustamente si se quiere, el estigma del gasolinazo de enero de 2017, que no se puede quitar de encima. Así es ¿qué esperaba Pepe Toño como respuesta de la ciudadanía? Por tanto, no debe sorprenderle nada el rechazo que recibe mayoritariamente en su campaña política. Él quiso llevar sobre sus espaldas la mala fama del PRI, y aunque él se haga pasar por honrado, el partido que representa está tipificado como el más corrupto, transa, fraudulento, antidemocrático, promotor de conflictos de interés y manipulador de las clases más vulnerables.
Para colmo le tocó lidiar con un López Obrador bien fogueado durante 12 años de contacto con el pueblo-pueblo, y prometiendo acabar con lo que más asco provoca a los ciudadanos, además de tener enfrente a un poco pulcro pero muy hábil Ricardo Anaya, quien se ha salido con la suya al victimizarse como un perseguido de Peña Nieto, a quien ha prometido irrisoriamente meter a la cárcel por corrupto. Y, para colmo, Margarita Zavala ha venido a restarle votos de los resentidos del PRI que no están conformes con un no priista en pos del poder ejecutivo de la nación. ¿Qué le queda al pobre de Pepe Toño? Nada más seguir soñando. Hasta que despierte el 2 de julio con la más cruda verdad de su vida político-burocrática.