
La Universidad Autónoma de Nuevo León ha ido superando instancias para brindar cada vez una calidad educativa a prueba de trampas. Porque no basta otorgar nada más títulos a nuevos profesionistas sino validad con conocimientos el ejercicio profesional de los mismos.
Todavía falta mucho para cantar victoria, pero al menos se nota la decisión de las autoridades en la búsqueda de reglamentos, exigencias y requisitos que hagan alcanzar su meta solamente a aquellos estudiantes que la merezcan.
Todavía hay mucho camino por andar. Todavía hacen falta profesores que se apeguen a la norma. Todavía se debe actuar con más rigor en los casos de alumnos (que no estudiantes) considerados zánganos, pues viven el esfuerzo de sus compañeros. Todavía hay muchos parásitos pululando por todas partes. Sin embargo, el propósito es meterlos en cintura o que busquen otro sitio acorde con sus pretensiones de confort.
Esos zánganos universitarios deben saber el enorme daño que su conducta le hace al prestigio de la institución que les abrió sus puertas. Y también deben abrir su conciencia a la injusticia que contribuyen a cometer ante aquellos que no alcanzaron lugar en el examen de selección porque lo obtuvieron quienes no lo merecen si no van a estudiar.
Por eso muchos de esos zánganos se cuelan a escuelas y facultades que poco exigen como la de Ciencias de la Comunicación donde el puntaje para ser admitido es ridículo en comparación con el resto de facultades, de manera que hay mucha basura académica en perjuicio de auténticos jóvenes con vocación definida.
Otros muchos desertan de inmediato de Medicina e Ingenierías, por ejemplo, a pesar de haber ganado espacio a otros muchachos con más dedicación y espíritu de lucha. Y abundan aún los que se inscriben y ni siquiera asisten a pasar lista de asistencia en todo el semestre.
Hubo un tiempo peor en la UANL, cuando algunos se recibían de abogados solamente porque tenían “palancas” con el director y éste les perdonaba las faltas a todas las materias por el solo hecho de tratarse de funcionarios públicos, líderes sindicales de grupos corporativistas que utilizaba el PRI en las elecciones y amigos de políticos encumbrados en el poder oficial.
En la Facultad de Comunicación y en Ciencias Políticas, fundadas casi al mismo tiempo en 1978, muy pronto se supo de nombres de estas castas políticas que de inmediato se apuntaron para conseguir el título sin ningún merecimiento, e inclusive maestros de escuelas públicas trataron de tener su enclave aquí.
Hoy el panorama es otro, al menos en apariencia. Y lo que más motiva al aplauso es que ya la UANL está buscando modificar, en los exámenes, las famosas oportunidades que se prolongan hasta sexta. Antes había la malhadada “N” oportunidad que daba lugar a los peligrosísimos “fósiles” que nunca terminaban una carrera pero eran dueños de por vida de kárdex, edificios y nóminas para alimentar a los peligrosos “porros”.
Ahora se busca que un mal alumno que no asiste no solamente tenga impedido cambiar de maestro en cualquier oportunidad, sino inclusive hay ya mecanismos en algunas facultades y escuelas para que repita la materia. Y la medida es digna de aplauso porque no es posible que alguien apruebe sin asistir a una clase presentando un “trabajito” con un profesor populista pero sin saber ni pizca de lo que trata el libro.
No es lo mismo que un buen estudiante tenga malas calificaciones porque batalla y no se le da el conocimiento en la primera o segunda oportunidad, pero asiste y muestra interés en las tareas, contra aquellos que van a perder el tiempo y a burlarse de la institución a su manera.
Y digo que es digna de aplauso porque no hay que premiar a quien no lo merece. Y ya debemos caer en la cuenta de que no es necesario que en un país todo mundo tenga título universitario. Y menos otorgárselo a fuerza a quien no le gusta estudiar o a quien es un aprovechado de la reglamentación laxa y populista que tiene mucho de corrupción académica.