Lejos de México, la percepción que tienen los brasileños sobre nuestro país es que sus calles son escenario de una guerra entre cárteles de la droga y, en otro frente, las fuerzas militares y las corporaciones policiacas federales tratar de poner fin a la violencia con el estruendo de las armas.
A casi 10 mil kilómetros de distancia en el sur del continente, México asusta a los extranjeros que preguntan cuándo terminará esta pesadilla. Y la respuesta al vuelo es que el 1 de julio la mayoría votó con la esperanza de que yéndose el PAN del gobierno la situación será diferente.
Porque no es fácil dar otra respuesta en dos países que ven de lejos escenas de una película que no lo es, sino una realidad que pasa día a día en ciudades de la frontera norte del país, y en otras donde la violencia está igual o peor.
Brasil ha empezado a reducir sus índices criminales, sobre todo cuando tiene en puerta el Mundial de Futbol en 2014 y, dos años después, los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Durante la 68 Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), el alcalde de Río, Eduardo Paes, se reunió en una comida con los asistentes en un hotel de Sao Paolo, donde afirmó que la ciudad tomará todas las medidas para garantizar la seguridad a directivos, atletas y turistas en 2016.
Brasil es actualmente la sexta economía del mundo, muy cerca de ser la quinta, y en el tema de la seguridad hay avances que se perciben.
Caminar por la agitada avenida Paulista de Sao Paulo, la contraparte de Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, siente uno estar cobijado por una nación que tuvo su imagen por los suelos.
Sobre todo en Río de Janeiro, a 40 minutos en vuelo de Sao Paulo, especialmente por la violencia debido al negocio de las drogas en las conocidas favelas.
De cara al Mundial de Futbol, en octubre pasado la Policía local se internó en dos de estos asentamientos humanos irregulares más violentos, donde el consumo de crack es mayor al resto de las favelas.
“Es un paso más para la paz, para la reducción del número de homicidios, de robo de autos, a residencias; el efecto práctico de esto se mide en una vida más tranquila para los ciudadanos”, declaró a la agencia francesa AFP el gobernador del estado de Río de Janeiro, Sergio Cabral.
La toma de las favelas llevó unos 20 minutos, según la Secretaría de Seguridad Pública del estado. Eefectivos del batallón de élite de la Policía Militar (BOPE) izaron en la Plaza del Medio de Manguinhos la bandera de Brasil y del estado y cantaron el himno nacional para simbolizar la recuperación de este territorio en manos del crimen.
Seguramente en México esta actitud patriótica de las fuerzas brasileñas, de colocar la bandera en un territorio reconquistado, nunca pasará, pues primero el presidente Felipe Calderón Hinojosa tendría que admitir que hay zonas del país ingobernables.
Ciudades como Nuevo Laredo, donde a raíz de la muerte de Heriberto Lazcano, quien fuera jefe de uno de los cárteles, sus habitantes están en manos de Dios.
Y Monterrey y la zona metropolitana tampoco es un paraíso, donde se han dado llamaradas de petate del gobierno federal con la presencia, luego la ausencia, de contingentes militares que entren y salen de sus cuarteles.
El caso Brasil debería copiarse en México, porque sólo las banderas ondean cuando los fanáticos salen a las calles a festejar al Tri.
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