
Cuando en febrero de 2013 aparecieron los primeros grupos de autodefensas en Michoacán, millones de mexicanos creímos que se trataba de civiles armados que pertenecían a uno de los grupos criminales que se disputaban el Estado.
Primero fue en Tepalcatepec y Buenavista, en los límites con Jalisco en la llamada Tierra Caliente, y conforme pasaron los meses -según narran las crónicas de los medios- este fenómeno se ha ido extendiendo ocupando ciudades importantes como Apatzingán, así como ejidos de Uruapan el pasado 18 de enero.
Con serias dudas, generadas por otras tantas dudas sobre la promesa del presidente Enrique Peña Nieto de que llegando a Los Pinos disminuiría la violencia en el país, las autodefensas se alzaron en armas y empezaron a conquistar territorios.
Me hizo recordar cuando entre 1991 y 1995 civiles armados, apoyados por un ejército disminuido, se atrincheraron para defender ciudades y poblados de Bosnia Herzegovina, ante la ofensiva del grupos irregulares serbios que cometían atrocidades.
Cuando empezó el 2014 las noticas de los defensores de comunidades de Michoacán invitando a la gente a empuñar un fusil y levantarse en armas, ganando espacios y replegando a Los Caballeros Templarios, me remontaron al conflicto en la ex Yugoslavia que tuve el privilegio de cubrir como corresponsal internacional.
En esa guerra europea, el papel que en Michoacán juega el Ejército Mexicano lo hacían los llamados soldados “cascos azules” de Naciones Unidas: no entrar en acción salvo que sean atacados.
Y eso se confirma cuando la autoridad no ha querido -y mal haría- en desarmar a las autodefensas que hicieron lo que el Ejército, la Marina y la Policía Federal no pudieron hacer desde que esa entidad se empezó a incendiar: garantizar la seguridad a poblaciones vulnerables, hartas de vivir arrodilladas antes el crimen organizado.
En las últimas semanas llama la atención el avance de los grupos de autodefensas, como en Bosnia Herzegovina eran notas de relevancia internacional cuando los musulmanes y croatas avanzaban conquistando territorios alrededor de Sarajevo, la ciudad mártir de la primera guerra en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
Tepalcatepac es Sarajevo, Buenavista es Goradze, Apatizangán es Mostar, Aguililla es Banja Luka y Tancítaro es Srebrenica, guardando todas las abismales proporciones con la horrenda ex Yugoslavia, y lo que es actualmente es Michoacán, que podría convertirse en una bomba de tiempo.
El gobierno de Peña Nieto nombró a un comisionado especial: Alfredo Castillo Cervantes, como las Naciones Unidas tuvieron a los negociadores Vance y Owens en territorio balcánico.
Y este término, que se refiere a la cordillera de Los Balcanes, fue utilizado cuando a la mitad del pasado gobierno de Felipe Calderón Hinojosa la inseguridad se salió de control en casi todo el territorio nacional, y expertos en el tema y analistas políticos se referían a que México se estaba “balcanizando”.
En Bosnia Herzegovina los militares y paramilitares serbios que asediaban ciudades supuestamente protegidas por la ONU, a través de los “cascos azules”, tenían sus posiciones en las montañas.
Y vaya coincidencia: la Tierra Caliente de Michoacán está precisamente en una región montañosa en donde Los Caballeros Templarios, con cada vez menos incidencia, tenían atemorizada a la población, violaban mujeres, extorsionaban y cobraran derecho de piso a ganaderos y agricultores.
En el conflicto de Los Balcanes la comunidad internacional, sobre todo Estados Unidos que meses antes invadió Iraq en la primera Guerra del Golfo de 1991, se mostró indiferente para frenar el genocidio y las barbaridades de los serbios contra musulmanes y croatas.
Como ha sido la pasividad durante todo el sexenio panista de Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012) y lo que va de Peña Nieto, de echar agua al fuego de Michoacán, pese al despliegue de los “cascos verdes” del Ejército Mexicano que, absurdamente, alienta y avienta por delante como carne de cañón a las autodefensas para combatir a Los Caballeros Templarios.
Pero estos civiles armados no están dispuestos a entregar sus armas, que van desde pistolas, fusiles y ametralladoras, porque no creen en las fuerzas federales, menos en las estatales, que un día están y al otro no, dejando indefensos a miles de familias.
Las autodefensas se han multiplicado; ya no creen en nadie, sólo en ellos mismos y en su instinto de protección. Y con esa bandera poco a poco han ido convenciendo y blindando sus territorios.
Quieren vivir en paz y que el miedo no juegue en su contra. En número son infinitamente más los buenos que los malos, como lo dijo uno de sus líderes:
“Un día hicimos cuentas: ellos eran 90 y nosotros alrededor de 15 mil; sacamos nuestras armas y cuando supieron (Los Caballeros Templarios) ya habían huido”.
Atención: si el gobierno federal se cruza de brazos, Michoacán va por el camino de la balcanización, si no es que ya está.