
Bendita alternancia en el poder, por la cual la opinión pública, a través de los medios informativos serios, puede ver cómo el gobernante de un partido político distinto al de su antecesor le levanta las enaguas a éste para darnos cuenta de cómo sus calzones están llenos de esa fea mierda que se llama corrupción.
Es la ganancia que hoy tenemos de nuestra aún tímida democracia, porque los que sufrimos la hegemonía del partido único, en la etapa que el escritor Mario Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”, francamente nos quedábamos nada más con la sospecha, a pesar de las múltiples evidencias, de la mala actuación de los políticos que accedían al poder por la vía del PRI y se tapaban unos a otros.
Si acaso, llegábamos a enterarnos de uno que otro exabrupto de algún priista que denunciaba a otro priista corrupto que formaba parte de un grupo contrario dentro del mismo instituto tricolor. El caso más sonado, que causó gran escándalo, fue la expulsión del país del jefe del Maximato, Plutarco Elías Calles, por parte del presidente de México Lázaro Cárdenas, en la década de 1930.
Por lo general los nominados del PRI seguían “la línea” de un superior por lo cual se cobijaban bajo el dicho común “los carniceros de hoy serán las reses de mañana”, o el que aconseja “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan después a ti”. Y desde entonces se conocía la defensa del denunciado bajo el argumento del complot o golpeteo político y del resentimiento, o simplemente se pedía no “levantar olas” ni proceder con ninguna “cacería de brujas”. Así es que los corruptos se iban a su casa con las manos llenas de dinero mal habido.
Ya en la agonía de la tiranía política impuesta por el PRI hubo quien se levantó de la sumisión e hizo saber las tropelías de algún correligionario, pero jamás se sabe de alguien que haya llevado a otro del mismo partido a los tribunales, a no ser porque las pruebas eran contundentes por sí mismas, como ocurrió con el juicio al que fue sometido aquí y en Estados Unidos el exgobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva. No se valía al mismo, de acuerdo con un juego infantil de entonces.
Así es que la alternancia en el poder ha hecho que ahora los políticos que lo ejercen se cuiden más al robar, aunque sea “poquito”, como dice que robó el populista Layín, de Nayarit. Pero aún hay muchos a los que se les pasa la mano pensando que serán protegidos por un abanderado de su mismo partido, como el bandido que desgobernó Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, prófugo de la justicia y acusado inclusive de criminal porque su equipo de salud administraba supuestamente agua destilada en vez del químico adecuado en la aplicación de las quimioterapias a enfermos con cáncer, de acuerdo con las denuncias del actual mandatario Miguel Ángel Yunes. Y lo mismo puede especularse del actuar de los exgobernadores de Zacatecas y Durango, del PRI, si nos atenemos a los comentarios de sus sucesores que no representan al partido tricolor.
El panista Reynoso Femat, exgobernador de Aguascalientes, sudó la gota gorda al sucederlo uno del PRI en el poder, y Guillermo Padrés por eso está también preso actualmente, junto con su hijo mayor, ya que le falló el cálculo de ver ganar en las elecciones a uno de los suyos del PAN y la que llegó lo encueró de a feo en las transas que realizó como gobernador de Sonora. Lo mismo puede decirse de Roberto Borge, quien se despachó con la cuchara grande en Quintana Roo y su sucesor no ha dejado de mostrar sus abusos de poder, igual que en Chihuahua César Duarte pensó que sería otro del PRI el que tendría que gobernar y, nada, se le apareció el diablo en la persona del panista Javier Corral, quien ha destapado la cloaca de los gastos de prensa y medicamentos, que es casi lo mismo que le ha sucedido al gobernador del PRI en Tamaulipas, Egidio Torre, por los malos manejos en algunas áreas durante su administración.
En Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz deseaba a toda costa que Ivonne Álvarez se convirtiera en la primera mujer que gobernara la entidad para usarla de “tapadera”, pero al ser traicionado por el destino, lo primero que tuvo que hacer fue regalar o vender a bajo costo sus propiedades para salvar el pellejo en la acusación de peculado, ejercicio indebido de función, incremento patrimonial o enriquecimiento inexplicable que le formularía la Fiscalía Anticorrupción de su adversario político Jaime “El Bronco” Rodríguez Calderón, decidido a meterlo a la cárcel.
Hoy mismo el gobernador Rubén Moreira, de Coahuila, espera que el PRI siga haciendo de las suyas con el impopular alcalde de Torreón, Miguel Riquelme, porque si el elegido el 4 de junio es Anaya, del PAN, ya sabe la que le espera no sólo a él, acusado de crear empresas fantasmas para enriquecimiento personal y de los suyos, sino a su hermano Humberto, quien no puede aún espantarse los alegatos de la deuda estratosférica en que hundió al estado y las raterías confesas ante las autoridades de Estados Unidos de parte de sus más cercanos colaboradores.
El PRI de otros tiempos hacía de las suyas al recurrir a todo con tal de no perder el poder en cualquier entidad para contar siempre con un gobierno incondicional que le brindara protección a los truhanes y le surtiera de recursos para sus propósitos insanos. Pero el hartazgo de los ciudadanos dio al traste con esta práctica y, gracias a la alternancia, ya es posible descubrir las malas artes de pésimos ciudadanos de cualquier partido que dejan huellas de sus fechorías al ejercer tan mal el mandato del pueblo.
Bendita alternancia que castiga a los voraces que ven en el erario la caja chica que les resuelva su futuro económico y hasta el de su quinta generación. Bendita alternancia por ser aliada del pueblo en la exhibición de los malos políticos que desean encontrar en sus correligionarios a cómplices de sus raterías, y lo que hallan es el rostro de la justicia para castigarlos como se debe. Bendita alternancia. v