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Por donde se le vea, lo que sucedió en Culiacán fue una derrota al Estado Mexicano y las Fuerzas Armadas.
Tras un fallido operativo, ejecutado con unas deficiencias que matarían de la vergüenza a cualquier corporación de seguridad en el mundo, el Ejército Mexicano y la Guardia Nacional detuvieron, pero luego tuvieron que entregar, a Ovidio Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa.
Los alrededor de 30 soldados que habían logrado detener al capo, debieron cederlo después de que sus pistoleros lograron superarlos en número y armamento tras una jornada de terror en Culiacán.
El operativo, reconoció el titular de la Defensa Nacional, fue ejecutado con “deficiencias y precipitaciones”, pues los elementos se desplegaron afuera de la casa del delincuente sin tener en sus manos una orden de cateo, lo que le permitió convocar a sus fuerzas y liberar los demonios.
Al final, el poder de los criminales doblegó a la autoridad y el Ejército tuvo que rendirse ante ellos.
Durante horas el Gobierno federal guardó silencio. Hasta el presidente se mostró cauteloso, asegurando que sería el Gabinete de Seguridad el que informaría lo que pasó en la capital de Sinaloa.
Fue entonces cuando vino la terrible declaración de Alfonso Durazo, titular de Seguridad, quien en un escueto comunicado contó una fábula de cómo 30 soldados se toparon con Ovidio y su gente y, tras un enfrentamiento, lograron detenerlo, para luego soltarlo.
Bastaron unos minutos para que se confirmara la claudicación del Ejército y la libertad del capo. La mentira de Durazo estaba a la vista de todos.
A la mañana siguiente, López Obrador quiso justificar la derrota. Habló de que la prioridad era proteger vidas, que su gobierno no iba a recurrir a la violencia y la represión para aplicar la Ley. Como si Ovidio y su gente fueran a aceptar de buena gana y “por favorcito” aceptar ser detenidos.
No hay duda, la intención de López Obrador de proteger a los ciudadanos es buena… el problema es que en este caso era la peor de las decisiones.
El precedente que queda asentado es terrible por donde se le vea. El Ejército Mexicano tendrá que vivir con la vergüenza de que un grupo de pistoleros lo sometió, desarmó y anduvo paseándose en sus patrullas por las calles de Culiacán.
Conozco muy bien a personas que pertenecen a la milicia y por eso puedo asegurar que los agentes que estaban rodeados, cuidando a Ovidio Guzmán, hubieran preferido morir y llevarse al capo con ellos antes de rendirse… pero sus superiores les ordenaron otra cosa.
Para ellos, el peligro al que se expusieron, la muerte de su compañero, la humillación de ser derrotados, fueron en vano porque este gobierno “no cree en la violencia”.
Y de una vez hay que decirlo. Vale madres lo que hicieron o no hicieron Peña Nieto y Calderón, no importa que hace años el priista negociara con criminales y al panista se le escaparan (o dejó ir) varios líderes criminales.
Hoy el presidente es López Obrador y si llegó a ese puesto es porque sabía las responsabilidades que conlleva.
Hoy el presidente ha mostrado a los criminales el camino a la libertad.
Este día las fuerzas armadas están sufriendo de un pobre liderazgo porque, después de todo ¿qué general va a querer seguir a un secretario que se rindió antes de ordenar luchar hasta el final?
Los defensores de la Cuarta Transformación, quienes en algunos tristes casos están cayendo en el más deplorable fanatismo, defienden al presidente y su gabinete de seguridad descalificando a quienes critican: “no son expertos en seguridad”, dicen.
Hay otros que preguntan enardecidos: “¿Que hubieran hecho ustedes?”
Aquí la respuesta es muy sencilla: planear bien un operativo policiaco y militar, uno que considerara que iban por un capo en su bastión, uno que les ofreciera a quienes iban a entrar a detenerlo, la protección suficiente para soportar los embates de la delincuencia.
Algo así como el que se hizo, también en Sinaloa, para detener a “El Chapo” Guzmán…
Sin embargo, la sociedad de Culiacán sufrió las consecuencias de un operativo ejecutado con las patas.
Si tuvieran un poco de vergüenza, los secretarios de Seguridad, Defensa y Marina presentarían sus renuncias y el presidente se las debería aceptar.
Nadie quiere vivir otra guerra contra el narco, es verdad, pero este gobierno no puede estar haciendo estos papelones aparentando que enfrenta al crimen para luego replegarse.
Han pasado días desde este penoso operativo y las discusiones continúan entre esta sociedad mexicana tan polarizada.
Sin embargo, hay algo que me pregunto y ojalá que todos esos defensores de la 4T quienes defienden con tanta violencia al régimen me puedan contestar:
¿De verdad es tan grave o difícil aceptar que el Gobierno federal se equivocó en este tema?
¿En verdad creen que el presidente de la República es perfecto y que no se puede equivocar?
¿Reclamar un error -gravísimo, por cierto- al mandatario por quien votaste te vuelve un traidor?
Después de todo y como lo comentó mi jefe y amigo Heriberto Deándar: “no se equivoquen, un operativo fallido no es lo mismo que un Estado Fallido”.