
El futbol como lo conocí, tiende a extinguirse.
Así como han sido modificadas las reglas del fuera del lugar, de la posesión de pelota del arquero, y de las revisiones arbitrales, el juego como se formó, a un nivel aficionado, tiende a cambiar, si no es que a desaparecer.
Me refiero a las canchas grandes y primigenias, de 11 jugadores, cambiadas por otras, más funcionales y pequeñas, de futbol 7.
Sin los espacios amplios para correr un pique decente y centrar luego al área, se verá mermada la formación de jugadores para el teatro profesional. Un prospecto formado en alfombra artificial con dimensiones reducidas, puede no rendir igual. El bote de la redonda, además es distinta en comparación con la agreste superficie terregosa, o el suave pasto natural.
Antes de la maravillosa tecnología sintética, los futbolistas de las colonias jugábamos en los llanos. A mí me tocaron las gloriosas Canchas de la Ciudad de los Niños, de Guadalupe, en las décadas de los setenta y ochenta. Se trazaban las líneas con cal, con dimensiones un poco más reducidas a las de las medidas reglamentarias del profesional, pero donde cabíamos cómodamente 22 competidores, más el árbitro. De niños, una cancha así nos parece realmente enorme, pero ideal para tocar la redonda con trazos largos.
De esos páramos áridos de la colonia La Pastora, surgieron para el profesionalismo Tilo Ponce, Pastor Lozano, Kiko Romero. Eso, por decir los que llegaron a profesional, entre otros que se me estarán pasando. Lo importante era que ahí jugábamos todo el dichoso día, sábados y domingos, soleado, nublado o con lluvia.
Practicábamos futbol extremo, por las condiciones adversas del terreno de juego, lleno de piedras y yerbas, donde las barridas costaban feos raspones que, pese a ello, se mostraban con orgullo como heridas de guerra.
Con el nuevo milenio surgió una moda que prendió, por eficiente: el pasto sintético. Inicialmente la idea era crear canchas más pequeñas, de 50 por 30 metros, para el divertimento de entusiastas jugadores veteranos que ya no podían correr por un rectángulo de 90 por 45.
Las canchas chicas eran maravillosas para quienes ya no podíamos seguir la pelota a todo lo largo. Las andábamos sin terminar el juego con la mascarilla de oxígeno. También se crearon ya otras para futbol 5 o fulbito, de 45 por 25 metros.
El problema es que la comodidad del pasto artificial ya se hizo popular entre los jóvenes. Desde hace muchos años, veo a chicos correosos, llenos de brío que han renunciado a recorrer la cancha grande, hecha para la inspiración máxima, para encerrarse, mejor, en el más divertido futbolito de pocos jugadores, pero con un sistema parecido al de la cascarita.
Una cantidad considerable de los muchachos de ahora, está visto, se han perdido esa maravillosa oportunidad de juntarse en la colonia para armar su propio equipo, y jugar gratis. Ahora, por cuestiones de seguridad o de agenda de los padres profesionistas, deben circunscribirse a las actividades programadas. Eso significa su integración obligada a clubes debidamente establecidos, con cuotas fijas mensuales, para entrenar determinados días de la semana a horas programadas y con juegos el weekend.
Y muchos de ellos dirimen sus competencias en terrenos de futbol 7, desperdiciando sus potenciales. Usan calzado especial antiderrapante, hecho para esas hebras de plástico, teñidas de verde conocido como pasto artifician que no es más que una alfombra dura donde se puede jugar con la dinámica del futbol callejero.
No digo que este mal, esta modalidad del juego. Solo que veo con tristeza que ya se está perdiendo, en la nueva generación, la bella costumbre de jugar en cancha grande.
Ojalá los muchachos tengan la oportunidad de saborear una contienda dirimida en un territorio extenso, donde los extremos podían volar y los porteros podrían despejar soltando todo el pie, para colocar la redonda en territorio enemigo.