A mis colegas periodistas de antes les digo: no tengan miedo a las nuevas tecnologías. No se “apaniquen” con lo nuevo mis amigos contemporáneos, a los que las generaciones actuales nos llaman viejos, si por viejos se entiende que estamos pisando los 75 años de edad y hemos visto correr mucha agua bajo los puentes. Viejos a quienes los jóvenes nos ven pasados de moda, obsoletos, anticuados, tradicionalistas, analfabetos funcionales, etcétera. No hay que asustarse con la irrupción del periodismo inmersivo, transmediático, multimedia, dron e interactivo.
Este nuevo periodismo no viene a sustituir al periodismo que nosotros bautizamos también como moderno en nuestra época dorada. Al contrario, ambos terminarán conviviendo amistosamente. Uno contando la actualidad, al amparo de las fuentes informativas institucionales, precario y con su fugacidad cotidiana, sobreviviendo en todos los soportes habidos y por haber, apoyándose en géneros bien conocidos y defendiendo a ultranza la separación entre la información y la opinión. El otro haciendo de las suyas en plena revolución 4.0, con la robótica y la inteligencia artificial a la cabeza, privilegiando inclusive la subjetividad y el uso de cuanto artilugio borre los géneros tradicionales.
La aparición de nuevos medios, fruto del desarrollo tecnológico, ha hecho que la profesión periodística entre en un aparente túnel de dudas para remarcar su crisis momentánea, con el desempleo y muerte de muchos diarios de papel, pero nosotros debemos tornarla en un fascinante escenario de cambios y de oportunidades. Y vamos a sobrevivir en esta forma diametralmente distinta de hacer periodismo a como aprendimos en nuestros años mozos. Simple y sencillamente porque los principios y valores de nuestro trabajo son inamovibles, e indiscutiblemente la experiencia permite acrecentar la búsqueda de los hechos noticiosos y su contextualización. Algo tan determinante en la oferta que hacemos los periodistas con nuestro trabajo a la opinión pública, como me lo decía con la dureza de sus palabras y su mirada severa el Lic. Abelardo A. Leal Díaz al dictar su clase diaria de trabajo en El Norte de la década de 1970.
Verificación de los hechos noticiosos, contrastación de fuentes informativas y comprobación plena de la noticia que se difunde seguirán siendo el marco auténticamente profesional en que se mueve el periodismo que se precie de servir con nuestra verdad a una comunidad. No importa la plataforma en que circule el texto, la imagen estática o dinámica, la voz del locutor (a), el rostro de un (a) presentador (a) en la pantalla ni los recursos de la tecnología de punta para conseguir la instantaneidad, la espectacularidad o la viralización de cualquier contenido. Lo que importa es que cumpla con el rigor periodístico, cuya savia la bebí de Ramón Alberto Garza en El Norte de Monterrey: “Si tienes duda de una noticia, abstente. No la publiques”. Y también: “Más vale perder una primicia informativa si no está bien confirmada, a que dicha exclusiva te haga quedar públicamente en ridículo”.
Fueron muchas las enseñanzas de Ramón Alberto en aquella sala de redacción vieja de la década de 1970, en el primer piso, a la entrada del edificio por la calle Washington y luego en el cuarto piso en su oficina estrenada a todo lujo en 1986, en plena celebración del Mundial de Futbol en México. Pero la mejor, sin lugar a dudas, fue la definición de periodismo que para él es la de equivalente a reportero. La de aquel que sabe buscar y encontrar la noticia. De aquel que tiene el pálpito de la novedad para sorprender a las audiencias. De aquel que vive con un radar invisible que lo ubica certeramente en el centro de la noticia. De aquel que tiene un olfato para rastrear los hechos que merecen ser traducidos en historia para el público de cualquier medio impreso o electrónico.
“Periodista no es el joven que domina la ortografía y sabe redactar sin errores. No.”, me decía una y otra vez en 1983 cuando me pidió que empezara a llevar a alumnos a practicar en el diario a fin de dedicarlos a realizar reportajes especiales de temas accesibles, pero muy interesantes. “Sí es un plus la ortografía y la redacción, y más ahora que están desapareciendo los correctores por el uso de las terminales de computadora. Es más: es un requisito indispensable para trabajar en los medios, pero se trata nada más de una técnica que no hace al periodista. Al periodista lo hace la vocación por la noticia”.
Recuerdo que me hacía ver que si El Norte se pusiera a buscar gente que supiera redacción y ortografía le iban a sobrar candidatos autodidactas o egresados de Filosofía y Letras, de Leyes, de Ciencias de la Comunicación, etcétera, pero lo que al periódico le urgen son periodistas. Es decir, reporteros con perfil para la investigación in situ. La base en que se sostiene todo medio informativo para atrapar receptores de buenas historias. Él mismo se inició a los 17 años como un atrevido reportero que daba en el centro de la Diana con cada trabajo que rebasaba el nivel de aprendiz como alumno que era del Tecnológico de Monterrey. Era -sigue siendo- una chimenea humeante de ideas y un intrépido profesional de la noticia con una iniciativa impresionante para acometer cualquier proyecto relacionado con lo suyo, y ahora fundar periódicos digitales.
En fin, la definición de periodista me quedó muy clara desde entonces: es el profesional comprometido con la verdad de los hechos, que siente la adrenalina de saber que vive de y para la noticia comprobada, no en forma casual o accidental, sino permanentemente. Es el reportero de calle, y mejor si se auxilia con un dispositivo fotográfico o de video, con un dron u otro artilugio de moda para investigar las pistas que lo llevan a encontrar las perlas del periodismo, por muy enterradas que se encuentren, con miras a enterar a la sociedad de lo que verdaderamente le importa y le afecta. Y debe estar agradecido con la vida de dar fe de los hechos que un día serán historia, no sin haber dejado en los medios informativos la huella de su propia vida a veces muy agitada y extenuante.
Lo que pasa es que el periodismo es tan generoso que le presta su nombre a los mismos dueños de los medios informativos tradicionales y admite también a analistas, ensayistas, comentaristas, locutores, entrevistadores ordinarios, caricaturistas, técnicos y hasta operadores de equipo en las transmisiones a control remoto, y ahora a ciudadanos que la hacen de reporteros ocasionalmente, o a quien se le antoje, con un simple click de los modernos dispositivos digitales, producir chismes en las redes sociales con ribetes de franco amarillismo, sensacionalismo y trivialidad.
Otro recuerdo vivo que no se ha borrado de mi memoria es el aliento que Ramón Alberto Garza siempre me dio para seguir mi carrera docente entre los universitarios con aspiraciones de ser periodistas. Y muy a pesar de que El Norte no permitía otro trabajo ajeno al del diario, a mí siempre me impulsó, con la aprobación de Alejandro Junco de la Vega, para que no dejara de estar en contacto con los jóvenes. Lo que siempre le agradecí con franca sinceridad, por haber llegado en ambas actividades al atardecer de mi vida.
Mi emocionado afecto también estrecha con la efusividad de la evocación a Jorge Villegas por haberme llamado a colaborar con él a El Diario de Monterrey y porque, igualmente, tomaba muy en cuenta mi actividad docente, permitiéndome sustituirlo en sus clases en el Tec de Monterrey y en conferencias a las que asiduamente era invitado. Sus recomendaciones y guía en la cobertura noticiosa consolidaron mi vocación, y por eso hoy yo también me hago solidario con los sueños de mis alumnos jóvenes y con las aspiraciones vigentes de mis amigos de edad avanzada a quienes pido no caer en depresiones y desaliento ante las acometidas de la revolución 4.0 y el impredecible reto de la robótica, la automatización y la inteligencia artificial.
Gozosos debemos sentirnos de haber participado en tan significativas etapas tecnológicas que nos llevaron a transitar de la máquina de escribir a la computadora y de la fotografía analógica a la digital, así como del sistema en caliente al sistema en frío y al de la modernidad que sabrá Dios qué alcances tendrá en un futuro cercano. Además, es una fortuna existencial haber sido testigos, con nuestras noticias, de varias épocas que marcarán el camino del mundo en muchos aspectos, siguiendo el axioma fundamental del periodismo que no debe olvidarse nunca: “En la duda, abstente. Si no tienes bien comprobada una noticia, no la publiques”.