
Corre el año 2003-2004, pista del Parque Fundidora.
A la altura de las “eses” me topo a Juan Ramón Piña, ex atleta y ahora reportero, a bordo de su bicicleta.
“César, los tienes cerca, písale”, me dice.
Se refiere a un par de corredores a quienes apodan los kenianos, porque en las competencias internas del periódico El Norte no hay quien les haga ni cosquillas.
Pero de pronto yo los tengo a tiro de piedra, acelero y me acerco a los dos punteros a una distancia de 100 metros, me sorprendo al verlos preocupados, de manera inusual, de que los pueda alcanzar.
He llegado a ese ritmo gracias a las famosas series, que he descubierto de manera reciente a través de Claudio Ferrer, entonces kinesiólogo de los Rayados, y quien, todos los días, trota alrededor del campo mientras el equipo entrena.
Hasta entonces, lo máximo que corro son 10 kilómetros. Pensar en una distancia más larga me parece inalcanzable para mí. ¿Correr un día un maratón?, me parece algo casi inalcanzable.
Hacer las famosas series me ha permitido, además de mejorar mis tiempos en distancias cortas, manejar eso que sufro desde pequeño: la ansiedad, esa necesidad de hacer acabar todo rápido en mi vida cotidiana.
Correr a máxima velocidad me libera sustancias que me relajan y me hacen sentir bienestar para el resto del día.
Pero se vuelve un problema cuando 15 años después empiezo a incursionar en distancias largas, como el medio maratón y maratón.
Esa necesidad de llegar pronto a la meta me cobra factura porque me lleva a tronarme en los últimos kilómetros, al llegar con poco gas a la altura del kilómetro 32-35.
Será algo que no será fácil de controlar, pero paso a paso durante los entrenamientos con mi amiga Brenda Rodríguez lo iré dominando.
Han pasado cinco años desde aquel inicio, en el Maratón Powerade Monterrey 2017, y ahora estoy parado en línea de salida el 15 de enero en Houston, a punto de iniciar mi maratón 13, el Chevron Houston Marathon 2023.
Es la primera vez que me encuentro sereno antes de arrancar, seguro de ir paso a paso, de disfrutar el trayecto, sin prisa por llegar. Todo a su tiempo.
Más allá del número de maratones y los tiempos conseguidos, me alegra estar venciendo a una vieja amiga llamada ansiedad, una victoria que, sin darme cuenta, paso a paso la he trasladado a mi vida cotidiana.
Lo curioso es que sin esa prisa, llego más rápido y más fuerte a la meta. Un tiempo de 3:35:48.
…Volvamos a aquel momento en la pista del Parque Fundidora, en el año 2004-2005, con los kenianos a tiro.
La ansiedad se me presenta como una explosión interna que me lleva a acelerar cada vez más y acercarme a los punteros, hasta que un dolor de cabeza empieza a atacarme, por el esfuerzo. Me veo obligado a dejarlos ir.
La distancia ha sido corta, apenas 4 kilómetros 600 metros, aproximadamente.
“¿Sabes a qué ritmo corriste?”, me dice Piña, tras checar los resultados, “a 3:40”.
Por entonces poca noción tengo de los ritmos de correr, pero sé que me ha cobrado factura salir disparado, sin control, desde el inicio.
Aún tendré que sufrir varios reveses de esa amiga llamada ansiedad, pero algún día mi victoria llegará.