
El pasado 5 de febrero, en el marco del 103 aniversario de la Constitución de 1917, el presidente López Obrador señaló los cambios que durante su gobierno se han hecho a la Carta Magna (“una Constitución dentro de la Constitución”, señaló), al mismo tiempo que aprovechó su discurso para hablar de la democracia.
“Democracia como forma de vida y como forma de gobierno”, puntualizó. “Se acabaron ya los fraudes electorales porque ahora han sido tipificados como delitos con cárcel, sin derecho a fianza”, agregó. E hizo un recuento de las trampas que se conocieron antes en las elecciones y que no volverán, como el ridículo de que votaran los difuntos, los carruseles, el robo de urnas, los mapaches y la disposición del erario para apoyo a partidos, tal como ocurría cuando Pemex era la caja chica de los candidatos del PRI, siendo el de Francisco Labastida el más conocido justamente cuando los mexicanos estrenamos el nuevo siglo con la derrota de los tricolores en la justa presidencial. De nada sirvió, como quiera, pues Vicente Fox falló a su palabra y nos quedó a deber en una gestión dominada por su nueva esposa Martha Sahagún.
López Obrador arrancó los aplausos de la concurrencia en el evento llevado a cabo en Querétaro al referirse a los mapaches. Pero entre los aplaudidores vimos a muchos mapaches que ni se sonrojaron porque no se sintieron aludidos, aunque el sello de su actuación lo llevan en su rostro y en su historial político.
Los de Morena se creen muy demócratas, pero solamente por mera pose, ya que se han ensarzado últimamente en verdaderos pleitos antidemocráticos por la dirigencia de ese partido, y no hay día en que veamos que su lucha está apegada a los principios de una elección por mayoría, pues las acusaciones en contra están a la orden del día. Es la lucha por el poder que hace de las suyas sin que se apenen de la caricatura democrática con que se visten.
El mismo López Obrador es un buen predicador de los principios democráticos, de dientes para afuera. Quiere pasar a la posteridad como el presidente demócrata, emulando a Francisco I. Madero. Se ufana de haber alcanzado la presidencia por mayoría de votos y sin ningún truco de por medio, lo cual es cierto. No obstante, durante su administración ha recurrido a encuestas arregladas para consumar arbitrariamente sus objetivos como la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Se ha valido de acarreos en sus mítines con el fin de que los asistentes le ayuden a decidir a mano alzada lo que se propone. Y si no habrá que revisar cómo detuvo el plan de transporte urbano en la Laguna. ¿O metemos en el saco de la democracia su capricho de hacer el nuevo aeropuerto en Santa Lucía, así como construir la ruta del Tren Maya en el sureste y la refinería en Tabasco, o la rifa del avión presidencial? ¿O sí es cierto que ha tomado en cuenta la opinión contraria a fin de equilibrar los pros y contra de sus propósitos gubernamentales?
Es muy enaltecedor hablar de democracia, cómo no. Viste mucho usar palabras para hacerse pasar como un demócrata. Cómo pesan las palabras respeto y tolerancia en boca de un político al definirse a sí mismo como jugador limpio en las elecciones y ajeno a la soberbia de descalificar a los demás en sus argumentos. Y vaya que se ganan muchos aplausos denostando a los mapaches en las urnas, como lo vimos en Querétaro después de que los presentes ponderaron el sentido de las frases de López Obrador. Sin embargo, nos hubiera gustado que alguien le recordara su postura cuando se enterca en que él tiene “otros datos” a la hora de salirse con la suya sin hacer caso de las observaciones de sus opositores. Y qué decir cuando lo vemos enfadarse con los periodistas que no forman parte de su guardia pretoriana y casi lanza él mismo a las redes sociales de los suyos a que se lancen como abejas africanas a dejarles su huella por disidentes.
¡Oh democracia, cuántas estupideces se cometen en tu nombre!…