Andrés Manuel López Obrador fue un “fósil” universitario. Muy malo para las matemáticas y un desorientado en materias de alta ciencia. Pero desde su juventud fue un gran político y mejor comunicador. Por eso, sin haber cursado la carrera que tiene que ver con su mejor habilidad, como quiera da cátedra en eso que se llama “liderazgo de opinión” y promotor de agendas cotidianas. Es, por sí mismo, un auténtico medio masivo de comunicación y un influyente KOL, si nos atenemos a la denominación anglosajona Key Opinion Leader.
AMLO se las sabe de todas, todas cuando se trata de captar la atención pública. No solamente como gran político que es, sino como artífice de frases y bruñidor de datos a su manera que lo convierten en un generador de contenidos que hacen hablar a la gente. Contenidos que circulan por todas las plataformas informativas y que consumen los que lo adoran con furioso fanatismo y los que lo odian con singular obnubilación cerebral. Tiene para todos y hace con la palabra y su pronunciación lenta lo que le da la gana con cualquiera. No rehuye el debate y se ampara en su carisma y en su comunicación no verbal completísima para salirse con la suya, aunque no convenza.
Así es que cuando me preguntan mis amigos del extranjero por los mayores logros de este espectacular presidente de México, me centro precisamente en la palabra espectáculo para calificarlo de espectacular en su proceso comunicacional en las “mañaneras” diariamente y en sus giras. Basta con ver el tamaño del espectáculo cuando el viejito, sin dar señales de cansancio de tanto madrugar y trabajar a destajo, acude en vehículo a convivir cerca del pueblo pobre en rancherías y zonas indígenas durante sus giras semanales y su poder de convocatoria a sus mítines y promociones. Habla, saluda, se toma fotografías con sus seguidores y los llena de promesas.
Apruebo su lucha contra la pestilente corrupción en todos sus frentes y su combate sin tregua al huachicol además de otras metas que ha conseguido para congraciar a su gobierno con las mayorías que votaron por él, principalmente en lo que se refiera a la inflación y al freno del endeudamiento del país, que tanto favorece a su imagen junto con la paridad del peso frente al dólar y la desaparición de los “gasolinazos”. Sin embargo, no me gustan sus desplantes para imponer sus “otros datos” cuando alguien contradice la realidad que él percibe en asuntos importantes del país ni la poca certidumbre que da a los inversionistas para una mejor generación de empleos bien pagados, ni su despreocupación por el pobre crecimiento económico que ha llevado a la caída de la industria de la construcción. Tampoco es de mi agrado la entrega indiscriminada de dinero a los pobres y adultos mayores sin un estudio real de la situación de cada caso ni me place la improvisación de echar a andar un nuevo sistema de salud con tal de darle en la torre al seguro popular ni mucho menos la implantación de una reforma judicial y el énfasis del arraigo y la tipificación del delito de difamación, que hace temer una entrada de México en las fauces de leones como en la hermana Venezuela, con la consecuente amenaza contra los periodistas libres.
Repruebo absolutamente que AMLO le dé cuerda a la guardia pretoriana conformada por sus propios periodistas y por sus seguidores que, como abejas africanas, pululan en sus “benditas redes sociales” listas para linchar a quienes lo critican o no están de acuerdo con él. Tampoco me trago eso de que en la contratación de su equipo “primero está la honestidad del personal que su capacidad para dar resultados” y mucho menos apruebo que el primer mandatario se esté escudando siempre en el “cochinero” que le dejaron los neoliberales que le precedieron en el poder con el fin de justificar su desaprobación en la rampante violencia pública que vivimos en todo México con los delitos de alto impacto in crescendo. Y que no para ni su famosa Guardia Nacional y su gabinete de seguridad. Pero, por no entender la complejidad de algunos asuntos, no me meto en la polémica de si estuvo bien tumbar la construcción del aeropuerto en Texcoco y echar a andar el suyo en Santa Lucía de la mano de los militares. Ni me hago bolas con la controversial mutilación de las guarderías infantiles y la construcción de la refinería de Tres Bocas en Tabasco ni la del Tren Maya, éste a un costo de 139 mil millones de pesos del erario, porque hay muchos puntos de vista encontrados entre los mismos expertos en estas cuestiones.
En lo que creo que no haya dudas es en que el show man de las mañaneras toca el timbre de lo que a él le parece y casi todo México se entera de lo que él quiere que se entere. Su programa diario es un momento mediático de enorme relevancia y los medios tradicionales, quieran o no, forman parte de su propia audiencia y ceden ante la avalancha de público conectado con el programa diario de AMLO o con sus contenidos de mayor atractivo. Es, además, un pescado enjabonado para escabullirse de temas álgidos en que no se define con toda claridad o no le conviene abordar públicamente. Cualquier cosa le sirve, le es sumamente útil, para distraer a la gente por su innata capacidad de hacer de todo un contenido comunicacional. Si Marshall McLuhan dijo en la década de los 60 que el medio es el mensaje, ahora en México el presidente es el mensaje, por el poderío de su narrativa. Y los medios mismos vuelven un “reality” todo alrededor de él. Y tal espectáculo le gusta a las masas. Lo siente más “humano” y más cercano porque crea comunidad y alimenta el espectáculo político.
Basta que cualquier ocurrencia la llene López Obrador con adjetivos y gestos faciales o mirada inquisitiva para que la manipulación distractora aparezca en el escenario nacional. Es un ingenioso productor de frases hechas y un constructor de apariencias con toque melodramático con que trata de convencer a las audiencias de que es un héroe que persigue el mal en todas sus formas, acostumbrado a vencer la adversidad. Es un eficaz vendedor de sí mismo más que del avión presidencial que “ni Obama” tenía. Por eso tanto relajo cuando se propuso hacer relajo con la anunciada rifa del armatoste. Logró lo que quería.Es un genio para hacer de la comunicación una herramienta útil para los intereses de su gobierno. Es un gran comunicador, nos guste o no nos guste y sea ético o no. Los medios de comunicación saben que se quedan chiquitos con el poder de su imagen autoconstruida a base de buen verbo y de mañaneras como ningún otro gobernante lo ha hecho en todo el mundo. Y hay acceso ilimitado e inusitado, como ha llegado a reconocerlo, con mayúscula sorpresa, el periodista internacional Jorge Ramos, de Univisión, a pesar de ser uno de sus más serios opositores.