Alfonso Reyes, como es de suponer, quedó devastado con la forma en que vio morir a su padre, el General Bernardo Reyes, abatido por las balas de sus rivales políticos en pleno Zócalo capitalino, el 9 de febrero de 1913. Así es que, ya con su título de abogado en el portafolio, no encontró mejor refugio que la aceptación de segundo secretario en la embajada de México en Francia, a donde partió en barco, desde Veracruz, el 11 de agosto de ese mismo año.
Pero a unos meses de vivir en París con su esposa Manuelita y el recién nacido Alfonso, lo sorprendió la Primera Guerra Mundial y, peor aún, el despido de todo el cuerpo diplomático mexicano por órdenes del Presidente Venustiano Carranza, por lo cual, desempleado, sin sueldo y con unos pocos ahorros, prefirió emigrar a Madrid, vía Burdeos y San Sebastián, donde vivía su hermano Rodolfo.
Así, entre principios de septiembre de 1914 y el 2 de octubre se la pasó tratando de establecer vínculos con españoles para llegar a Madrid con un ánimo más favorable. Y, oh sorpresa, el 12 de septiembre tuvo contacto con el eximio escritor José Martínez Ruiz mejor conocido como “Azorín”, de 41 años de edad, con quien a partir de entonces estrecharía más su amistad al paso de los años, por su franca coincidencia y visión sobre la necesidad de un triunfo de Francia en la guerra y el aplastamiento de los alemanes.
Su paisano y amigo de la infancia, el pintor Ángel Zárraga, quien ya había vivido en Madrid y tuvieron fraternales encuentros durante su estancia en París, le ayudó a instalarse en la capital española él solito, porque prefirió que su mujer y su hijo se quedaran unos días en San Sebastián. Y aquí comienza su prueba de penurias desde fines de 1914 y todo el 1915 y 1916. En el horizonte aparece el conjunto sombrío de hambre, incertidumbre, frío, olvido de sus amigos y las tristes noticias de luchas sangrientas que enlutan cada vez más a su país en una Revolución Mexicana que no termina desde noviembre de 1910.
Sin libros propios, porque se quedaron olvidados en París, y sin dinero para comprar uno nuevo, no tuvo más que contactar personalmente a escritores gracias a que su compatriota, el pintor Ángel Zárraga, lo introdujo en el Ateneo para que conviviera con los literatos e intelectuales de entonces, lo cual fue un bálsamo para sus amarguras de exiliado, además de que en ese hogar de franca fraternidad conectó de inmediato con el cultísimo crítico y poeta Enrique Díez-Canedo quien le tendió su mano generosa en una etapa crucial para Alfonso Reyes.
Y quién habría de esperar que, por un giro cruel del destino, el Regiomontano Universal iba a prestarle los mismos servicios a Díez-Canedo al huir a México después de la Guerra Civil Española (1936-1939), sin olvidar jamás que, por su amigo español, esos días difíciles de su estancia en Madrid empezó a frecuentar el Centro de Estudios Históricos que dirigía el gran maestro Ramón Menéndez Pidal hasta formar parte de su grupo de trabajo, y donde también tuvo oportunidad de trabar relación con el famosísimo filósofo José Ortega y Gasset, después de vencer la resistencia de éste en el trato inicial.
En ese tiempo José Ortega y Gasset (1883-1955), que era nieto del fundador de El Imparcial en 1867 y que continuó dirigiéndolo su padre, era una luminaria intelectual que deslumbraba con su talento y sus iniciativas, una de las cuales fue la creación del semanario España en enero de 1915 y que tuvo una presencia brillante desde su primer número y en cuyas páginas, por recomendación insistente de Díez-Canedo, encontró cobijo Alfonso Reyes, para terminar codeándose con la crema y nata de la literatura española de la llamada Generación del 98 y otros.
Hasta que en esta revista le fue encomendada a Reyes y a su amigo también mexicano del Ateneo de la Juventud, Martín Luis Guzmán, la tarea de la naciente crítica cinematográfica a partir del 28 de octubre de 1915, y que firmaban con el seudónimo de “Fósforo”.
Pero cuál no sería la mayúscula sorpresa de Reyes enterarse de la renuncia de Ortega y Gasset al semanario España a fines de 1915, pues el nombre del enorme filósofo era garantía de éxito de esta publicación que finalmente desapareció en marzo de 1924.
Imaginamos a don Alfonso, hace exactamente 100 años, tratando de digerir en charlas con sus amigos y en tertulias madrileñas, con un café caliente y un pedazo de pan, tan sacudidora noticia en el medio intelectual y periodístico. Todavía más: seguramente nuestro paisano se preguntaba las razones de tal dimisión y se preocupaba por la posibilidad de quedarse sin un ingreso que le era tan necesario.
Pero Ortega y Gasset estaría presente, asimismo, en la etapa de mejora económica de nuestro Alfonso a partir de 1917, ya que lo llevó al diario El Sol, fundado el 1 de diciembre de ese 1917, cuando ya la situación del Regiomontano Universal empezó a ser otra, con mucho trabajo y la publicación de sus libros insignias de esa época, como “Cartones de Madrid” que es una recopilación de sus textos enviados desde el 11 de febrero de 1915 al Heraldo de Cuba y a Novedades de Nueva York. Finalmente al ser reinstalado en la diplomacia mexicana en 1920 cambió totalmente el panorama para la familia Reyes-Mota.
El Sol, un rotativo de significativa influencia en España, fue inspiración de Ortega y Gasset, al abandonar El Imparcial familiar, de donde emigraron verdaderos escritores y grandes periodistas al nuevo diario de la empresa papelera más importante de España. Y ahí figuró Reyes entre los primeros colaboradores de una plantilla que profesaba un asombro especial al filósofo de moda en España, quien luego fundaría la prestigiosa “Revista de Occidente” que perduró de 1923 a 1930.
El asombro del joven mexicano de 25 años por la figura intelectual inconmensurable de la época se justifica debido a la fama de éste en los círculos intelectuales de España y de Alemania, donde Ortega y Gasset obtuvo un doctorado. Y es todavía más aceptable pensar lo gratificante que le era su trato cordial dado que 1916 –hace cabalmente 100 años– fue propicio para una nueva era en España por la descomposición de los partidos políticos históricos y el malestar social entre el naciente capitalismo industrial acicateado por una clase obrera bien organizada.
José Ortega y Gasset y Alfonso Reyes debieron haber coincidido en las ansias de reforma social e impulso cultural. Y seguramente estaban felices del éxito de El Sol, con plumas de la talla de Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Ramón del Valle Inclán al lado de excelente periodistas. No había como ese medio para lucirse como lo hizo Reyes al publicar en 1919 una conferencia sobre Goya que dictó en Burdeos, Francia.
Finalmente un artículo precisamente del gran filósofo español cuando expiraba el año 1932 propició que el dueño de El Sol vendiera sus acciones a los monárquicos que dirigían su papelera y el diario pasó a mejor vida en marzo de 1939 debido al triunfo de Francisco Franco en la Guerra Civil. Pero para entonces ya nuestro Alfonso Reyes había dejado Madrid desde que en la década de 1920 consolidó su carrera de embajador en Francia, Argentina y Brasil.