
El tour del Papa Francisco a México pasó de ser una visita de Estado a una masiva misa por el territorio nacional en vivo y en directo gracias a la señal abierta de las televisoras.
Si bien los mexicanos no esperábamos que Jorge Bergoglio resuelva los graves problemas de pobreza, corrupción e inseguridad, al menos sí esperábamos el compromiso oficial de atender los reclamos sobre violación a los derechos humanos.
Todo quedó en buenos deseos y oraciones. El Papa se fue, los problemas se quedaron y seguirán por los siglos de los siglos, Amén.
Hubo analistas que escucharon “reclamos del Papa” al Gobierno. Yo creo que más bien, Su Santidad habló sobre lo bueno que sería para una sociedad como la nuestra, que pudo haber sido otra y en otra parte del mundo, enfrentar un flagelo como el narcotráfico hasta arrodillarlo, pero no fue así.
Los muertos ahí estarán y sus familiares seguirán reclamando como lo han venido haciendo en los dos últimos sexenios.
Los cárteles de las drogas operan a sus anchas porque hay autoridades, sobre todo policiales, que lo permiten, eso para nadie es un secreto.
Ayotzinapa es un caso distinto porque se trataba y se trata de hombres pensantes, no de simples delincuentes. La ideología siempre ha sido combatida porque los activistas son personajes que se dedican a sembrar pensamientos para cambiar el orden de vida de la gente.
Se trata de grupos a los que no se les puede combatir con las armas porque sus armas son sus principios y su ideología. No luchan por territorio, como el narco, luchan por cambiar la sociedad porque sigue siendo injusta para millones y millones de seres humanos.
Sus heridas son como las del 68: no se olvidan. Perduran porque las clases dominantes no están interesadas en compartir los privilegios que les otorgan los gobernantes que ellos mismos han impuesto.
Contra esas circunstancias, el Papa no puede cambiar realidades con un mensaje o discurso. Se trata de un Jesuita liberal, al que hay reconocerle su capacidad intelectual y su entereza porque sigue siendo un misionero progresista, como lo fue don Samuel Ruiz, el Obispo de Tapachula, al que deberíamos promover para el premio Nobel de la Paz post mortem por su incansable labor de misionero de la justicia social de los grupos étnicos de esta región.
Levantar la voz y ¿para qué? México no cambió con los mensajes del Papa Francisco, como no cambió en los viajes de Juan Pablo Segundo.
Se necesita fuerza interna, la de los propios mexicanos, para que los gobiernos, sea el de Peña Nieto o el de los gobernadores y alcaldes del país, dejen de hacerse los disimulados y atiendan los reclamos.
Las revoluciones comienzan con el hambre, pero las que llegan a anclarse en puerto seguro son aquellas que terminan convirtiendo sus ideales en bienestar para sus hijos.
Le admiro su filosofía al Papa Francisco, ojalá y que algo de sus mensajes sean puestos en práctica por muchos sacerdotes mexicanos para que dejen de estar al servicio de poderosos, sean estos los políticos, los empresarios o del crimen organizado.