
Cuando en 1997 salió al aire la telenovela de TV Azteca Mirada de Mujer, con un personaje de nombre Alejandro Salas, periodista de ficción, dudé que fuera una casualidad.
El verdadero periodista Alejandro Salas ya existía en Monterrey. Y seguramente a los oídos del autor de la exitosa producción, Epigmenio Ibarra, ese nombre le vendría bien al actor Ari Telch en el melodrama.
Para ese entonces el Alejandro Salas de carne y hueso ya se había abierto camino en el periodismo no solo del noreste de México sino a nivel nacional, al haber ido a cubrir por El Diario de Monterrey el levantamiento zapatista en Chiapas de 1994, y acontecimientos en Centroamérica.
Y seguramente Alejandro y Epigmenio coincidieron en algún momento cuando rastreaban en la selva al subcomandante Marcos, y ponían en riesgo sus vidas en los operativos de las Fuerzas Armadas para apaciguar el conflicto en el ocaso de Carlos Salinas de Gortari en la presidencia.
Con Alejandro coincidí en El Diario de Monterrey entre 1988 y 1991. Él como reportero policiaco y de locales, y yo que navegaba entre lo local y los deportes. Pero desde cuatro años atrás convivimos en interminable reuniones donde la bohemia y el alcohol entre reporteros de ese entonces eran los invitados especiales.
Cuando trabajaba en El Porvenir lo veía de vez en cuando. Estoy seguro que reporteando cada uno por su medio en elecciones en Nuevo León y, quizá, en los Estados vecinos de Tamaulipas y Coahuila como enviados especiales. Y nos sentíamos en las nubes.
En las últimas semanas he sabido más de su vida. Que es el único hombre de la familia y que tiene siete hermanas. Que no aprendió a nadar ni a jugar rudo porque su papá, quien fue jefe de almacenes y supervisor en una empresa de Cervecería Cuauhtémoc, se lo impedía porque tenía miedo de perder a su hijo varón.
Empezó a ser reportero egresado de la UANL la Semana Santa de 1984 en un periódico de circulación rural: La Razón propiedad de Francisco Tijerina. Y su primera nota fue de un incendio de pollos y gallinas en un aviario de la zona citrícola de Nuevo León.
Meses después las puertas de El Diario de Monterrey se le abrieron, a donde entró y salió varías veces hasta 1998 cuando tuvo mi invitación para estar en El Mañana de Matamoros de parte de Heriberto Deándar Robinson.
Un día me habló para decirme que había sido recortado de El Diario y buscaba trabajo. La familia había crecido con Mónica su esposa y tres hijos.
Pero antes de irse a Tamaulipas había dejado una vela prendida en Monterrey: la de El Norte que lo llamó para irse a la Ciudad de México al diario Reforma. Tomar la decisión entre quedarse en Matamoros a jugar en las grandes ligas del periodismo, no era difícil saber hacia dónde se inclinaría la balanza.
Alejandro tendría un mejor sueldo, mayor proyección y trabajo en la capital del país en donde experimentó de todo, desde la dulce bienvenida de sus colegas de Reforma y reporteros de las fuentes, hasta una amarga salida cuando volvió a Monterrey.
Cubrió la histórica campaña de Vicente Fox Quesada entre 1999 y 2000; fue reportero de la presidencia de la República que muy pocos pueden presumir. Por eso no creo en la causalidad del nombre del personaje de Epigmenio Ibarra, pues el verdadero ya había hecho un nombre en la capital.
Sin embargo un día decidió que era momento de su regreso a El Norte con toda la experiencia acumulada. Y de nada valió. Habló con su familia de la situación incómoda y hasta humillante que vivía a diario en la redacción de El Norte, y presentó su renuncia como reportero de las peores fuentes de la sección de locales a donde había sido orillado.
En 2015 lo invité a fundar el diario popular Media Hora de la familia de Hora Cero. Fue el editor en jefe de la información local y editor de cierre hasta su último ejemplar al año siguiente, porque vendrían los años de sequía publicitaria en tiempos de un ex gobernador del PAN que hizo de todo por desaparecer a la empresa.
Alejandro regresó en plena pandemia a Hora Cero como subdirector en Tamaulipas, se encargó de hacer amigos y de formar nuevos cuadros hasta en un día, a mediados de 2022, me dijo que quería volver a Monterrey a estar con su familia ante la proximidad de su jubilación. Quiso cortar de tajo su relación con nosotros para, me aseguró, no ser una carga en la nómina. Y le respondí que no estaba de acuerdo con sus planes.
En mayo de ese año se incorporó como reportero de élite de Hora Cero Nuevo León donde recibió el acogimiento que merecía de sus compañeros, sus amigos, y que daban la bienvenida al “tío Salas”. Así empezó la cuenta regresiva para su jubilación tras casi 40 años de trabajo diario, haciendo o cumpliendo con la agenda de los reporteros.
Cuando le pregunté mas como su amigo de muchas batallas y años, que como director editorial general, que cómo se quería despedir de Hora Cero para empezar su etapa de jubilación no dudó en responder: “En El Pilo’s contigo, con Gerardo Ramos y Luciano Campos”.
Entre la noche y la madrugada del viernes 12 y sábado 13 de enero de 2024 su deseo se cumplió. Bebimos cerveza y tequilas como verdaderos bohemios y haciendo honor a la afición de muchos colegas periodistas de la mediana y vieja guardia.
Y en las redes sociales quedó grabado “el momento épico” (acertadamente bien definido por Gerardo Ramos), cuando el verdadero Alejandro Salas, satisfecho de haber recorrido cuatro décadas en el periodismo, con más canas, menos cabello, pero igual de simpático como siempre ha sido, se subió al entarimado para echarse un palomazo norteño con el grupo.
Hoy brindo por la jubilación de una de las mejores trayectorias y plumas que han surgido del periodismo escrito de Nuevo León. Un hombre bueno y sencillo. Quien ha sembrado la semilla de la amistad a lo largo de su vida y tiene amigos de sobra como Liliana, Silvia Lidia, Filiberto, Mava, Sotero, Alma Leticia, Lucía, Toño, José Luis, entre otros que ya no están con nosotros.
¡Salud Alex. Salud gran amigo!
twitter: @hhjimenez