Siempre había dicho que en México todavía sobrevivían tres grandes ídolos populares que cuando fallecieran el gobierno federal tendría que decretar Día de Luto Nacional. Y lamentablemente Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” fue el primero que dijo adiós a millones de mexicanos y americanos de varias generaciones que rieron con las ocurrencias de El Chavo del 8 y El Chapulín Colorado.
En los últimos 10 años tuve la oportunidad de viajar a Venezuela, Brasil y Argentina por razones de trabajo, confirmando algo que me parecía exagerado: que desde los años 70 el famoso actor, escritor y cómico era un verdadero ídolo. Querido y admirado -igual o más- que en su propio país.
Cuando niño, frente a un televisor blanco y negro, disfruté junto con mis hermanos del llamado “humorismo blanco”. De un personaje que vivía dentro de un barril; que vestía un short con tirantes, playera a rayas y una gorra; que vivía sin familia, seguramente por quedar huérfano, en el patio de una vecindad.
El Chavo del 8 se convirtió años después en un ícono de la comicidad blanca, sin necesidad de albures ni frases en doble sentido, para provocar las carcajadas no solamente del público mexicano, pues su fama cruzó las fronteras hasta convertirse en una estrella en las naciones del continente americano.
Entre 1973 y 1978 mis hermanos, mi madre y mis abuelitas vivíamos como El Chavo del 8 en una vecindad de Matamoros, Tamaulipas, teniendo vecinos con similitudes a Don Ramón, Quico, La Chilindrina, Doña Florinda, La Bruja del 71, El Profesor Jirafales, Ñoño y El Señor Barriga.
Pudiera asegurar que todos los lunes el Canal 2 de Televisa México tenía en su programación un nuevo capítulo del ocurrente niño que se burlaba de sus compañeros en el salón de clases. Que recibía un coscorrón de Don Ramón y se disculpaba con la popular frase: “Es que no me tienen paciencia”.
Quién puede negar que los mejores programas eran cuando El Profesor Jirafales tenía que lidiar con sus alumnos en la escuelita, sobre todo más cuando alguna vez entró de “colado” Don Ramón, huyendo de las bofetadas de Doña Florinda que sacudían su esquelético cuerpo.
En lo personal, de los tres más famosos hermanos Valdés, seguramente Don Ramón era el más divertido, pero era cuestión de gustos y de generaciones. Los otros Valdés son Manuel “El Loco” y Germán “Tin Tan”, este último considerado mejor en su género que Mario Moreno “Cantinflas”.
Pero cuando el programa de El Chavo del 8 no se desarrollaba dentro de la escuela, entre burlas a Quico y Ñoño, en la temporada de Navidad era inevitable derramar lágrimas cuando el niño del barril se enfilaba al portón porque no tenía con quién cenar y convivir en la Nochebuena.
En esos viajes a Sudamérica era también tema de conversación con venezolanos, brasileños y argentinos sobre el cariño, la admiración y la veneración que le tenían a Roberto Gómez Bolaños que, con sus personajes como El Doctor Chapatín, seguía haciendo reír a abuelos, padres e hijos de los hijos.
También recuerdo que cuando cumplió 82 años, hace dos, Televisa produjo un programa especial con enlaces y coreografías alusivas a El Chavo del 8 y El Chapulín Colorado en casi capitales y principales ciudades del continente. Un tributo en vida al gran personaje.
En esa ocasión en México otro de los tres grandes ídolos populares en vida le cantó vestido de rojo como El Chapulín: Juan Gabriel, quien junto a Chabelo se han ganado estar en un lugar privilegiado del gusto de grandes y chico, de ricos y pobres, de malos y buenos, de políticos y empresarios.
México y el continente americano están de luto. Porque pasarán décadas y quizá siglos para que nazca un nuevo Chavo del Ocho que llore como nos acostumbró a verlo y escucharlo: “Pi-pi-pi-pi-pi…”.