Los corazones (azules y oro) y uno que otro albiazul solidario, galopaban a paso de preinfarto. Pero antes de continuar tecleando, debo aclarar al respetable que el que esto escribe, nada tiene que ver con el análisis de futbol.
Mis respetos para Reynaldo, El Rayo, el Profe Esquivel, Rafa Ocampo, Don Rober, José Ra y tantos analistas serios y profesionales de este popular deporte. Yo soy un aficionado más que ha sido testigo, como muchos de mi generación, del futbol regio por encimita en los últimos… digamos 30 tantos años y que si acaso he registrado en artículos y un par de crónicas semblanzas de la ciudad y el perfil social en días claves como el fin de semana pasado. Hecha la aclaración, les cuento…
“Y yo, que hago aquí”, me preguntaba, al tiempo que los nervios me comían, muy cerca de un brincolín con sobrinos-nietos saltando y gritando de gusto, cerca de una pantalla que me proyectaba un drama que no estaba en el guión que tejí desde el jueves anterior por la noche, con aquel (según nosotros) aplastante 3-0 sobre Pumas.
Estaba en una piñata, y como Doña Nica decía, -M´hijo, ni en las piñatas ni en bautizos se toma… entonces cero alcohol, pero creo que la Coca Cola Light y la venganza de Pumas me estaban mareando y aterrando.
La carrilla, pensaba, no nos la vamos a acabar; ya veía yo a los Rayados haciendo memes y martillándonos en redes, en la cara y por doquier la derrota.
Y veía también a algunos de mis amigos unamitas del mero De Efe y uno que otro de Reynosa burlándose de mí. Recordaba también las palabras de mi hijo Emiliano, que como buen rayado me advirtió que Pumas aplastaría a Tigres.
Estaba en la piñata de uno de mis tantos sobrinos en una casa muy acogedora por el rumbo de Escobedo, entre la carretera a Laredo y la Colombia.
En la cochera, donde estaba el brincolín, había una pantalla con el partido y en la sala estaba otra, la que inicialmente escogí, para estar a distancia de los güercos, y según yo, disfrutar el partido.
Pero pronto me di cuenta que en la tele de adentro la señal llegaba diferida, con unos 15 segundos.
No, pues no es onda, no estaba bien sintonizado, no estaba en tiempo real y por eso decidí ir a la cochera llena de niños y mamás que les echaban un ojo a sus críos y otro a la tele. ¡Qué sufrimiento!
Afuera en el patio el cuñado Emlo, que le va al América y por ende le valía el partido, se encargaba de la discada y de la carne asada. Mi esposa Mónica, que de niña vio jugar al América al acompañar a su padre y hermanos al Azteca y que ahora, como regia y esposa de Tigre se solidarizaba, guardaba cierta distancia, ayudando en la logística de la piñata; no quería sufrir, ni verme con esa mezcla de susto y enojo.
-Otro –preguntaba de lejos, -sí, otro –contestaba. Pero todavía falta. Chingao. Uno a uno, los goles de Pumas los recibimos ahí, los aficionados felinos, como dicen los Tigres del Norte, “Golpes en el Corazón”.
¡Ay cabrón!
La expulsión del puma Eduardo Herrera al minuto 90 pero sobre todo el 4-3 global André-Pierre Gignac nos hizo sonreír a toda la parentela ahí reunida, pero al fin tigres, sabedores de que en los últimos minutos muy seguido nos empatan, no echamos las campanas al vuelo.
Por eso el 4-4 que selló Gerardo Alcoba, ya con Hugo Ayala expulsado, no nos extrañó, pero nos agüitó sobremanera.
Uta… a penales. Mi sobrino Diego se me quedó viendo. Sí podemos, tío. Mi otro sobrino, Carlitos es pesimista. Ya valió. A Jorgito le vale, él es chiva.
Pero mis sobrinas están al borde del llanto, y empiezan a rezar, en voz muy baja. Mis hermanas también alzan sus miradas al cielo. Los güerquillos siguen brinque y brinque.
Diego también implora, pero más veladamente. (Cuántos estarán rezando ahora, pienso). “Dios, Dios, Dios”, escucho en la cochera -todos de pie-, y vemos con regocijo que el colombiano Fidel Martínez, de los Pumas voló el primer disparo.
Con el Jesús en la boca, disfrutamos el tiro de Gignac. Golazo, al igual que los de Juninho y José Rivas.
A, pero, qué deleite cuando vimos la atajada de Nahuel Guzmán al tiro de Javier Cortés, para enseguida estallar todos los ahí reunidos con el gol de Israel Jiménez.
Mi teléfono timbró. Era mi hijo Alejandro –me dijiste que si ganábamos te llamara, para irnos a la Macro. Y ahí vamos, como cuatro años atrás, a festejar.
¡Qué locura! Quién sabe cómo cupimos ocho tigres en el pequeño auto Fiesta para ir a la Macro, pero ahí vamos, mi hijo, parte de su banda y yo, que tenía más ganas de quedarme en casa, comprar cerveza y celebrar frente al televisor. Era de locos.
Avanzar a vuelta de rueda por la calle Zaragoza, gritando: “Somos campeones”… “Ganamos”… Rayados, Pumas, Chin… a su… Qué verbena.
Abrazos, choques emocionados de manos, euforia, ebriedad, éxtasis, clímax. (Si así fueran para trabajar…hubiera dicho Don Toño Salas) Todos unidos, desconocidos totales, pero coincidentes de colores, de equipo, de garra.
Es medianoche. Apenas llegamos a la calle Washington, ya cerca de la Macroplaza, donde ya no se permite el tránsito de vehículos.
De hecho ya había yo invitado a la mitad de mis pasajeros a que caminaran para que gritaran afuera y se prendieran más en aquel carnaval.
Y otra vez, pensé –Y yo que hago aquí. Ya debería estar en casa. Mi intención era cumplir con el raid prometido, ver esa magia futbolera que transforma a la ciudad y su gente y de paso celebrar unos minutos el campeonato en esa enorme plaza.
Los campeones iban a llegar por ahí de las 3:00 de la madrugada y la hinchada ya le esperaba. Ya me disponía a regresar a mi casa de Los Pinos (de Apodaca) alrededor de las 01:00, cuando Nicole me marca.
-Papá, ¡somos campeones! Puedes venir por mí al canal, acabo de terminar, ha sido un día largo –me dijo.
-Caray, se me olvidaba que eres editora Web. –¡Papi! Y allá voy, pues qué le voy a hacer, si mi hija siguió mis pasos y los de su amá y hace periodismo, y la Fiesta acababa de llevar a medio barrio a la Macro, por qué no ir por la princesa, ¡que además es Tigre!
En el camino, fatigados, Nicole y yo hablamos del juego cardiaco, con la radio encendida.
¿Unas cervezas? No, andamos muy cansados. Hay que dormir. Además, seremos campeones por estos días, en Navidad y toda la temporada. Ya habrá tiempo. De hecho, yo me embriagué en la Macro, y no me dio cruda.