Es un mal necesario. Así califican al periodismo muchos intelectuales, críticos y personajes públicos de diversos sectores de la sociedad. De hecho, desde tiempos inmemoriales se le ha visto con desprecio. Podría decirse que nació con el sello de la incomprensión, por más que también no puede negarse lo valioso de sus aportaciones en todos los tiempos. Por su utilidad al dar a conocer las noticias y, por tanto, al ayudar a saber a la gente lo que ocurre en su entorno, así como al prestar un inigualable servicio en el análisis y comentarios sesudos sobre las mismas.
“No diga usted que es periodista. Mejor diga que es escritor”. me dijo alguna vez un ocasional compañero de viaje en avión, que me veía leer un libro. Al iniciar una improvisada charla de presentación, esa fue su conclusión a la respuesta que le di a su pregunta: ¿”A qué se dedica?” Según él, su advertencia nacía del desprestigio que veía al oficio, elevado ya a profesión universitaria. Y no me extraña tal atrevimiento. Para colmo de males, el ejercicio periodístico, desde sus primeros días hasta la fecha, tiene mucho de criticable y la deshonestidad de muchas personas que tienen acceso a los medios informativos, dan pauta para estas descalificaciones. Pero no se debe meter en el mismo costal a todos los que se han dedicado y nos seguimos dedicando a las noticias. Y hay que tomar en cuenta también lo bueno del oficio y la lealtad al mismo de generaciones enteras.
Después de la aparición del periodismo político en Inglaterra en 1705 y la proyección de la prensa durante la guerra de independencia en Estados Unidos en la década de 1770, en la Francia revolucionaria (que triunfó en 1789) la lucha feroz llevó a Juan Pablo Marat, editor de “El Amigo del Pueblo” a lanzarse contra los periodistas, a quienes calificaba de “cerebro vacío”, sin ideas ni visión, pero prestos a recoger rumores e inculpaciones de los enemigos públicos y las quejas de los patriotas o los lamentos de los infortunados, para regalo de los tontos que cometen la imbecilidad de leer lo que publican. “He aquí el retrato de 19 entre veinte de esos señores”, reclamaba en sus escritos.
También del Napoleón periodista, emperador de los franceses (1804-1814), hay mucho que rescatar sobre el repudio contra los impresos que lo atacaban o eran amigos de Londres, según su criterio. Y Honoré de Balzac (1799-1850) simplemente hace hablar en su novela “Las Ilusiones Perdidas” a uno de sus personajes, al ver el ambiente de las gacetas de entonces en París: “Si la prensa no existiera…, sería preciso no inventarla”.
Era la prehistoria del periodismo que empezó a adquirir el calificativo de “moderno” después del nacimiento de la prensa de masas, ya que la Revolución Industrial en Inglaterra ayudó al desarrollo de la imprenta de Gutenberg. Pero el mundo del periodismo fue otro tras la llamada “Guerra de Secesión” o guerra civil en Estados Unidos de 1861 a 1865. Joseph Pulitzer hará su aparición con mucha fortuna para el oficio en el escenario norteamericano y los cursos internos de periodismo en las salas de redacción de algunos medios comenzarán a preparar a los reporteros con la experiencias de los más avezados, al mismo tiempo que las agencias noticiosas serán una plataforma de enseñanza en la práctica desde mediados del siglo XIX, hasta que el periodismo adquirió el carácter universitario a partir de 1908 en Estados Unidos.
La famosa Universidad de Columbia en Nueva York se convirtió en recipiendaria de la herencia de Pulitzer y en 1912 empezó a dar vida al periodismo con todo el rigor de una profesión. Sin embargo, la polémica se acentuó sobre el valor de la literatura sobre el periodismo, y durante las primeras décadas de 1900 los escritores y dramaturgos en Estados Unidos eran mucho más reconocidos y recompensados económicamente sobre los profesionales de las noticias. Tuvieron que sobrevenir algunos movimientos culturales y sociales para acreditar la labor de la gente de la prensa a gran escala, y mucho contribuyó a ello la presencia en el periodismo de grandes escritores y, sobre todo, la aceptación de los inicios de ellos como periodistas hasta alcanzar la cumbre de los premios internacionales.
MÉXICO Y SUS PERIODISTAS-LITERATOS
En el caso de México, el inicio del periodismo como tal hinca su fecha histórica en 1722 con la aparición de la Gaceta de México, obra del religioso Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche. Pero aunque hubo buenas figuras del oficio en la alborada de 1800, el más sobresaliente es José Joaquín Eugenio Fernández de Lizardi Gutiérrez (1776-1827), reconocido más por su obra cumbre “El periquillo Sarniento”, aunque su perfil de periodista es digno de ser exaltado a la máxima categoría por haber regado con su osadía la semilla de la libertad de prensa en nuestra tierra.
Fernández de Lizardi es conocido también como “El Pensador Mexicano”, título de su primera obra que publicó en 1808: un poema conmemorativo del advenimiento de Fernando VII al trono de España; posteriormente continuaron apareciendo versos suyos, de género satírico, que ridiculizaban a personajes de la sociedad de su tiempo. A fines de 1811, Lizardi ocupaba el puesto de teniente de justicia, en Taxco, cuando la ciudad fue tomada por los insurgentes; acusado de haberles ayudado, fue encarcelado en la capital por poco tiempo. Posteriormente fundó su primer periódico “El Pensador Mexicano” (1812-1814), en el que manifestó sus opiniones políticas, hecho que le ocasionó contratiempos y una nueva aprehensión. A partir de ese momento, Fernández de Lizardi fue aprovechando las situaciones políticas que vivía el país para manifestar críticas, comentarios y sugerencias a través de sus escritos literarios.
Teníamos entonces un periodismo muy pobre y sin la tecnología apropiada, pero de ahí en adelante las plumas de los insurgentes darían a luz papeles muy valiosos del periodismo, como guía de acción y de convicción revolucionaria, sobre todo en el sur del país. Luego, consumada la Independencia y publicada la Constitución de 1824, los políticos y los representantes de los grupos masónicos tomaron en sus manos los textos periodísticos e, igual que sus sucesores (los liberales y conservadores), aprovecharon el ambiente de polarización nacional y dieron nombre a los fundadores de medios como “El Siglo XIX”, “Monitor Republicano”, “El Globo”, “El Tiempo”, “La Libertad”, “La Orquesta”, etc., hasta que la trascendencia del indígena pobrísimo Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) e Ignacio Ramírez “El Nigromante” (1818-1879), junto con Francisco Zarco, Ignacio Prieto y Manuel Payno, se significaron por su calidad y la fundación de sus periódicos de corte partidista.
Por eso parece increíble que todavía hoy haya grupos que descalifican lo periodistas de estos hombres del siglo antepasado y se cargan más por su renombre de escritores, pues a sus crónicas históricas y urbanas les dan el carácter de literarias. Se valieron del periodismo para hacer valer sus ideas, ya que Altamirano fundó primero “El Correo de la Reforma” y “La Voz del Pueblo” en Guerrero y más tarde, restablecida la República en 1861 por Benito Juárez, creó en 1867 “El Correo de México” , donde colaboró como redactor Ignacio Ramírez y escribió todos los días valiosos artículos. Más tarde puso en circulación otros, pero lo que más le ha valido méritos es la revista “El Renacimiento”, de 1869, en cuyas páginas buscó la reconciliación de todos los ismos políticos que asolaban al país en aquellas fechas.
A su vez, Ignacio Ramírez es el autor de los periódicos “Themis y Deucalión”, en 1845 “Don Simplicio”, “El Clamor Progresista”, “La Insurrección”, “La Chinaca”, y a pesar de haber sido secretario y ministro de Benito Juárez, “no se portó bien con él”, pues no lo apoyó cuando éste se aferró a su reelección como Presidente de México y lanzó sus escritos contra el Benemérito.
¿Por qué se les acepta más como escritores y políticos que como periodistas? Es cierto que era una prensa facciosa y acomodaticia a las circunstancias de la época, y la industrialización aún no llegaba a las publicaciones diarias, hasta que ocurrió la aparición de “El Imparcial”, apoyado por el gobierno de Porfirio Díaz a fines del siglo XIX; fue la voz de arranque en lo tecnológico del periodismo moderno entonces. Y fue cuando los medios impresos empezaron a considerar negocio todo lo que salía de las nuevas imprentas a partir de los primeros años del nuevo siglo, cuando ya habían creado fama de escritores en el mundo algunos escritores que se habían iniciado en el periodismo, como el gran Voltaire, Víctor Hugo y Honoré de Balzac en Francia, y en Estados Unidos Ernest Hemingway, entre otros más.
Para Gabriel García Márquez el periodismo significó mucho en su carrera, iniciada como redactor en 1848 en Cartagena de Indias, y Mario Vargas Llosa ascendió también en la literatura al encontrar el camino de la superación en sus inicios como periodista en Perú y en Francia. ¿Por qué, pues, habrá qué sentirse poca cosa quien ama el periodismo y cumple a carta cabal con su vocación limpia de servicio a la sociedad?