Estaba un día El Apuntador paralizado frente a su teclado pues existen columnas que no le gustaría escribir, por las tristes implicaciones que tienen, sin embargo, comprendió que, en este caso, hay que hacerlo.
Hace unas semanas el compañero Lenin Arreola, reportero de Milenio, se dio a la tarea de hacer un recuento de todos los colegas de los medios y las oficinas de Comunicación Social que perdieron la vida en el fatídico 2020.
Ver la lista es estremecedor: son 23 colegas quienes se adelantaron en el camino, sea por el Covid-19 o alguna otra enfermedad igual de terrible.
Sabiendo que no hay mejor homenaje que el recuerdo, el columnista quiso reproducir los 23 nombres que se encuentran en este listado, esperando que sus familias hayan encontrado pronta resignación por su pérdida.
Sin más va la lista que, Dios quiera, ya no se incremente.
Juan Manuel Zavala, de Multimedios; Francisco “Paco” Salazar, titular de Comunicación Social del IMSS; Gerardo González, fotógrafo de medios como Diario de Monterrey, El Horizonte y Crucero; Juan Baizán, reportero de Canal 28; Adrián Rodríguez Vázquez, integrantes del equipo de Comunicación Social de Gobierno de Nuevo León; Jorge Galván, reportero de la Revista Tercer Sector; Francisco Tijerina González, Periódico La Razón; Antelmo Montes García, funcionario de Comunicación Social en el municipio de San Nicolás de los Garza.
También están Horacio Alvarado Ortiz, creador del programa Reportajes de Alvarado; Benjamín de los Santos y Arturo Hernández, funcionarios de Comunicación Social Gobierno del Estado; Jesús Tomás Pérez, Ricardo Villarreal y Gustavo Morantes, de Multimedios.
En el listado no puede faltar Joel Sampayo Climaco “el reportero del aire” de Multimedios; Edgardo del Villar, conductor de noticieros en Televisa y Univisión; Carlos Saucedo Rubí, locutor; Armando Zúñiga, reportero de TV Nuevo León, Canal 28; Miguel Ángel Chávez Rosas, reportero de la sección deportiva en medios como El Norte; Bernardo Latorre, reportero y editor de El Norte y Canal 28.
También se recuerda a Carlos Gutiérrez, ex de Multimedios, colaborador de Ahora Noticias, el equipo de futbol Tigres y Hora Cero; Saúl Aguayo, colaborador en Multimedios y Horacio Salazar Herrera, escritor y editor de Milenio Monterrey, quien falleció el 31 de diciembre.
Todos ellos estarán por siempre en nuestras mentes y corazones, como un eterno recuerdo de la amistad y cariño que los unió con el gremio.
Descansen en paz y vayan con Dios.
ADIÓS “BERNY”
El 27 de diciembre, tras combatir contra el cáncer gástrico durante exactamente un año, dejó de existir el periodista Bernardo Latorre Vivas, quien durante más de un cuarto de siglo trabajó como reportero y editor de El Norte, teniendo además experiencias en El Centro de Irapuato y Canal 28, su último empleo.
“Berny”, como era conocido entre sus amigos, cumplió unos de sus sueños porque quiso incursionar en la televisión donde hizo periodismo humano contando historias de diferentes temas, sobre el cierre del Penal del Topo Chico y en la pandemia con su programa La Historia del Día.
En las redes sociales se publicaron anécdotas de amigos y compañeros periodistas que lamentaron su partida, entre ellos Osvaldo Robles, ex Norte; Susana Valdés Levy y Alberto Abrego, directora y jefe de operaciones del Canal 28, respectivamente, y Héctor Hugo Jiménez, director editorial general de Hora Cero.
Sin embargo, hay un texto que se subió a Facebook David Brondo, quien trabajó varios años con Bernardo en el periodicote, titulado: Los Caminos de la Vida y que a continuación se reproduce:
La mejor carta de presentación de Bernardo Latorre fue siempre una sonrisa esplendorosa. Tras ella, la amabilidad, la bondad, la nobleza, la picardía, el buen humor y un don de gentes digno de los mejores corazones.
La alegría y el amor fueron para él una consigna de vida desde su infancia y su adolescencia en Cali. Estallar en carcajadas, cautivar con las palabras y conmoverse con la música eran la confirmación de su bullicioso espíritu de colombiano.
Lo conocí hace más de 20 años en las redacciones de los periódicos de Grupo Reforma. Durante una década formamos parte de un equipo de reporteros, editores, diseñadores y directivos cuya responsabilidad era hacer cada día la sección Nacional y Estados de El Norte de Monterrey.
Aún en los momentos más tensos del cierre de edición, cuando todo mundo grita, maldice, corre o se da de topes por los cambios de última hora, Bernie cargaba sobre sus hombros la responsabilidad de mantener la calma por todos. Así lo hizo siempre. Sacudía la tirantez del momento con una puntada o una agudeza de buen humor. En los momentos más ingratos se reía de él mismo y de todas nuestras calamidades de editores: cambiar notas, remontar escenarios y —en muchas ocasiones— empezar otra vez de cero. En la marea del cierre, solía ser el rompeolas.
Cualquiera diría que Bernardo tenía un contrato no escrito para mantener intacto el control, la concordia, la serenidad y el buen humor en la redacción. En buena medida así era. Durante las horas de cierre, aquellas sonrisas francas, abiertas, alegres y pícaras parecían decirnos: “No se preocupen tanto, pase lo que pase, la vida sigue”. Y mientras todo estallaba en llamas a su alrededor, jamás perdía la cordura. Esas risas fugaces eran, en realidad, la plataforma para enfrentar la tiranía del cierre de edición y el angustioso tic-tac de las manecillas del reloj en la pared. Tras la definición de los mapas informativos, los ángulos periodísticos y las cabezas de las noticias, Bernie se ponía a trabajar en el teclado de su computadora con la intensidad de las hormigas y la concentración de los grandes felinos en cacería. Una vez enfocado no se daba un respiro hasta cerrar la última de sus páginas. Sólo hasta el relajamiento que daba el fin de la batalla contra el cierre de edición volvían el buen humor, los agudos análisis de las noticias, las autocríticas al trabajo de edición y una disección de las informaciones del día.
Era un periodista letra por letra. Durante muchos años fue reportero, cronista, fotógrafo, articulista y, ya con la madurez, le cayeron encima las densas responsabilidades de un editor de sección. Fue siempre un profesional con una honestidad a prueba de fuego. Frente al desacuerdo y la confrontación, siempre privilegió el diálogo, la cordura, la caballerosidad y la inteligencia. No era casualidad que fuera uno de los consentidos de la redacción. Todo mundo le quería.
Tuve el privilegio de trabajar directamente con él durante largos años. A la par de la agenda de trabajo del día a día, todas las tardes hablábamos de periodismo, de literatura, de política, de educación, de partidos, de gobiernos y de la imposibilidad de un país que poco a poco se nos estaba deshaciendo entre las manos.
Hablábamos también de nuestras vidas. Una de esas tardes me contó cómo, cuando tenía 18 años, su mamá había vendido parte de sus joyas para comprarle un boleto de avión de Cali a la Ciudad de México. Venía a probar suerte en las universidades del país y, por esos afortunados tropiezos del destino, terminó en la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde estudio Ciencias de las Comunicación.
Llegaba a México precedido de tropiezos educativos y de algunos desencuentros familiares en Cali. En Colombia quería ser músico y formar un conjunto con algunos de sus amigos, pero las exigencias de la buena música no hermanaban bien con su futuro. Los dedos llenos de ampollas por las cuerdas de la guitarra y las largas jornadas de ensayo eran lo de menos. “Todo pintaba bien”, escribió alguna vez en su muro de Facebook, “hasta que mi madre recibió las calificaciones del penúltimo año de bachillerato. Había reprobado. La sentencia fue contundente: no más música”.
En México se abrió paso en soledad. Buscaba estudiar en la Ciudad de México o en Puebla, pero allá no tuvo nunca la menor oportunidad y, por instinto, viajó a Monterrey. No conocía en la ciudad sino a un amigo de su barrio de la infancia en Cali que había venido a estudiar Odontología y al que afanosamente buscó cuando todas las puertas se le cerraron. Lo vio por casualidad en una calle cuando rogaba al cielo encontrarlo. Ese amigo fue todo para Bernardo al iniciar su vida en Monterrey. Bajo el auspicio de esa amistad no sólo encontró un techo donde dormir, sino también el impulso para seguir una carrera universitaria.
Picó y picó piedra hasta poder inscribirse en la UANL. Estudió Ciencias de la Comunicación y con ellas el oficio de periodista. “Mi destino era el periodismo”, decía, “ahora la música la llevo por dentro”.
Durante lustros trabajó en El Norte de Monterrey como reportero y editor. En el 2017 dejó Grupo Reforma y se incorporó al Canal 28 de Televisión del Gobierno de Nuevo León. Ahí se reinventó como un excelente productor de noticias e historias televisivas. Hizo grandes producciones audiovisuales sobre temas de relevancia social como las cárceles, la pandemia, los desafíos de los trabajadores de salud o la atención a personas con capacidades especiales, pero sobre todo construyó historias de lucha de la gente: niños con cáncer, héroes del deporte, sacerdotes con gran vocación de servicio y tantas otras.
Hae un año, en diciembre del 2019, la vida lo sorprendió con un diagnóstico implacable: un tumor en el estómago amenazaba gravemente su salud.
El día 30 de ese mes, en víspera de la llegada del Año Nuevo, Bernardo posteó en su muro: “Mi deseo para el 2020 fue tener la capacidad para enfrentar momentos difíciles. Cosas de la vida, hoy, unos días después, enfrentó un diagnóstico serio en mi salud. No me daré por vencido, voy a luchar. Sólo haré un alto para un reposo y rezar. ¡Feliz Año!”.
Se sometió entonces —durante largas semanas— a delicados procedimientos médicos, tratamientos quirúrgicos y quimioterapias. Sobre todo, se sometió a su fe en Dios y al imperio de una convicción personalísima innegociable: no tener miedo.
Nunca lo tuvo, en efecto. “Mi deseo”, escribió, “es que este enemigo duerma para siempre y vivir para contar que nunca es tarde para dar la batalla”. Enfrentó al cáncer con una entereza y una dignidad sobrehumanas. Podría decir que volvió a reír, pero la verdad es que nunca dejó de hacerlo ni perdió su buen humor. Logró vencer el cáncer y volver a la normalidad del trabajo periodístico y de la vida cotidiana. “Volveremos a la calle, volveremos a cazar las historias que nos apasionan”, escribió con entusiasmo. Y así lo hizo.
El 27 de junio pasado había recibido su última quimioterapia. Los resultados no podían ser mejores. Sin embargo, el mismo Bernie dio cuenta en su muro de Facebook de la gravedad del saldo: “El parte de guerra consigna 25 kilos menos, medio estómago, más fe en Dios y sobreviviente”.
Había logrado lo improbable. No obstante, hace unas semanas enfrentó algunos daños colaterales del cáncer y de las cirugías. El mal volvió de nuevo. Ahora con más furia. Yo no sabía de la gravedad de la recaída. Hace unos días, el pasado 10 de diciembre, le mandé por WhatsApp un mensaje, unas ligas de artículos y un video. Le pregunté: “¿Cómo estás? Espero que, como siempre, al 100?”. Me contestó con unos sonrientes emoticones: “Vamos luchando, Deivid, con fe y esperanza, no nos rendimos”.
Dejó de contestar mis llamadas y mis mensajes en las últimas dos semanas. El cuadro clínico era imposible. Bernardo, que había hecho del lema “Prohibido Rendirse” una divisa personal, luchaba por su vida desde hace días en una cama de hospital. Cumplió su promesa: no se rindió nunca. La madrugada de hoy la muerte lo venció cuando todavía daba la batalla en espera del milagro.
El milagro, por desgracia, no llegó.
En muchas ocasiones dentro y fuera de la redacción Bernardo y yo platicamos sobre nuestras vidas personales, nuestros sueños y nuestras más caras pasiones. Me hablaba frecuentemente del periodismo y de la música, pero más allá de todo me hablaba de sus dos principales motivaciones en la vida: Maritza, su compañera de viaje, y su hijo Bernardo, su más íntimo orgullo. Eran su universo, el eje de su todo su existir.
En una de esas pláticas, hace años me hizo una pregunta extraña. Me preguntó si alguna vez había imaginado cómo sería el día de mi despedida. Le contesté que no, que yo —como él mismo— estaba más preocupado en vivir. Me dijo que él sí había imaginado ese día y que si la vida era para celebrarse querría que su muerte fuera también una celebración de su vida: “Me gustaría que me despidieran con ‘Los Caminos de la Vida’. Esa es mi canción”, me dijo.
Bernardo vio en las estrofas de la hermosa canción colombiana la esencia misma de las dudas existenciales que solemos tener todos alguna vez:
Los caminos de la vida
no son como yo pensaba,
como los imaginaba.
No son como yo creía.
Los caminos de la vida
son muy difícil de andarlos
difícil de caminarlos
y no encuentro la salida.
¿Y quién puede encontrar la salida? El pasado 12 de agosto, Bernie escribió que la vida no es perfecta y “está llena de desafíos, de malos y buenos momentos, algunos que no quisiéramos enfrentar nunca”. Para quienes lo quisimos tanto hoy es uno de esos momentos que no queremos enfrentar.
Ante su prematura e inesperada partida —tenía 53 años—, lo despido hoy con esos colombianismos que tanto le fascinaban y con los que tanto nos divertíamos todos los días: “¿Quién entiende esta vaina de tu partida, Bernardito? Yo no, pero qué gallardía la tuya. Seguramente nos veremos más adelante para volver a reír, hacer una vaca y echarnos una chicha o un aguardiente. ¡Vaya en paz, que es usted un berraco!”.
Descanse en paz “Berny”. Y pronta resignacion para su esposa e hijo.
MAL MOMENTO PARA EL PERIODISMO
En otros asuntos vale la pena comentar una situación que, aunque ya se vive desde hace tiempo, poco a poco se está normalizando y representa uno de los peores peligros para el periodismo en México.
Se trata de este retroceso en la profesionalización del gremio fomentado por el gobierno federal, que decidió alentar y promover el crecimiento de patéticas figuras disfrazadas de reporteros para contar con defensores de sus decisiones.
Lo peor del caso es que estas figuras -que creen que porque pueden articular dos estupideces en un canal de YouTube ya son periodistas-, reciben un trato preferencial en el más grande escaparate mediático del país: las conferencias mañaneras del presidente de la República y las actualizaciones sobre casos de Covid-19.
Sobra decir de quiénes estamos hablando, pero para que no haya dudas va un recuento: Lord Molécula, Sandy Aguilera, El Pirata, Bernabé Adame, Nacho Rodríguez “el Chapucero”, entre otros.
Lo irónico es que estos payasos con micrófono se erigen como honestos paladines de la verdad cuando, en realidad, lo único que están haciendo es emular las hazañas de la prensa vendida de los setentas, aquella que se rehusaba a cuestionar al poder el turno y era callada a punta de billetazos o “chayotes”.
Y aunque este grupo ha tenido verdaderas joyas de la vergüenza periodística, como el traje navideño de Lord Molécula; uno de los momentos más patéticos se vivió el pasado 4 de enero en la conferencia para dar a conocer el avance del Covid-19.
Ese día los medios en general estaban pendientes de qué iba a contestar Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud en el país, tras ser exhibido disfrutando de unas vacaciones sin cubrebocas o respetando la sana distancia en un hotel de Oaxaca.
Cuando finalmente llegó el momento de las preguntas y respuestas, quien tomó la palabra fue Juan Hernández, reportero del Diario Basta, propiedad de un oscuro personaje llamado Miguel Cantón Zetina, quien también es dueño de medios como Campeche Hoy y Tabasco Hoy.
El tema es que este personaje, mostrando una patética actitud de sumisión, casi casi le pidió perdón a López-Gatell por pedirle que le ofreciera a los mexicanos su versión del escándalo de sus vacaciones, de hecho, ni siquiera tuvo el valor de hacer la pregunta expresa.
“Es una cuestión de su vida personal… lo entiendo muy bien… usted tiene el derecho de tomar, pues vaya, su tiempo tanto a nivel familiar como a nivel personal (…) voy a dejarle la pregunta abierta, no soy yo quien para cuestionar de ninguna manera…”, dijo.
Antes de terminar esta columna El Apuntador envía sus condolencias a la reportera Maleny Contreras, por el deceso de su papá; al periodista deportivo Diego Armando Medina, por la ausencia de su abuelo; a Sergio “Checolín” Garza, por el fallecimiento de su mamá, y a Rosalinda González, ex editora de la sección Vida de El Norte, por la partida al Cielo de un hermano.
En otros asuntos hay que decir que Julio César Cano es el conductor de medios electrónicos mejor pagado de en la entidad con 28 mil 45 mil pesos al mes por una hora diaria de trabajo en Canal 28 de lunes a viernes.
Aún así en el espacio radiofónico que tiene por las mañanas en ABC radio, patea la cuna al golpear a la administración estatal como sucedió el 12 de enero, cuando muy molesto arremetió contra el secretario de Salud por no tomarle una llamada, no obstante el funcionario estaba ocupado con la vacunación del personal médico.
Así las cosas.
Y ahora sí, va la gustada pregunta de la quincena: ¿cuántos reporteros de la caravana del hambre están consultando al psicólogo por depresión aguda ante la suspensión de las posadas donde, como plaga, arrasaban con los premios? v
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