El 4 de octubre de 1967, Nuevo León estrenaba gobernador en la persona de Eduardo A. Elizondo. Y mientras todo el país saboreaba todavía los beneficios económicos de la última etapa del llamado “milagro mexicano”, Nuevo León veía en 1968 el inicio de las grandes obras públicas, con el apoyo de los empresarios a uno de los políticos surgidos de sus filas, bajo el cobijo del partido hegemónico y casi único, el PRI. Atrás habían quedado las imágenes de las sacudidas al sistema de parte de los médicos en 1956, así como de los maestros en 1958 y de los ferrocarrileros en el 58 y 59, cuando el régimen del presidente Adolfo López Mateos metió a la cárcel a los líderes Demetrio Vallejo, Valentín Campa y al pintor David Alfaro Siqueiros, junto con el periodista Filomeno Mata Alatorre, hijo de un prohombre de las letras del siglo 19, además del activista y movilizador de masas, el ingeniero Heberto Castillo. Para colmo, en 1962 fue asesinado el agrarista morelense Rubén Jaramillo.
Entretanto, en mayo de 1968 los problemas estudiantiles estallaban en el mundo. París se convirtió en el detonador de las revueltas que tenían por lema “Prohibido prohibir” y la llamada “Primavera de Praga” convocó a los jóvenes contra el estado soviético de la entonces Checoslovaquia, a la vez que los levantamientos en Berlín y en Chicago llamaron con fuerza la atención. Así es que todo fue cuestión de que se suscitaran algunos enfrentamientos entre preparatorianos en la ciudad de México para que creciera la animadversión, al grado de poner en riesgo la realización de los Juegos Olímpicos en la capital del país.
Pero miente el que diga que en Monterrey la noticia sobre tales sucesos hacía presagiar algo grave. Pocos, muy pocos regiomontanos, nos enteramos de la bravura de los estudiantes, posesionados del corazón de la capital de la República, ni de sus manifestaciones por el Paseo de la Reforma, rumbo al Zócalo, gritando “Prensa vendida, prensa vendida”, al pasar por las instalaciones de los diarios de la populosa urbe, como el Excélsior, el más prestigioso y un poco más libre e independiente. Un poco, nada más. De hecho, tampoco adquirió aquí en los medios mayor importancia la marcha encabezada por el Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, al frente de un contingente numeroso de alumnos. Y vaya que el trasfondo del izamiento de la bandera nacional a media asta en la universidad nacional, el 27 de julio de 1968, era de condena al gobierno, por el bazukazo que había destruido un portón centenario de la Preparatoria Nacional, símbolo y obra de arte.
No es cierto que en Nuevo León la sacudida de la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre nos asustó. Monterrey tenía en aquella época a El Porvenir, a punto de celebrar su cincuentenario, en la cresta de la circulación diaria, mientras que El Norte llegaba a sus 30 años de existencia con una gran visión de futuro, y Tribuna de Monterrey en 1968 daba sus primeros pasos bajo el cobijo de la Cadena García Valseca. Si acaso, escribieron el 3 de octubre unas cuantas líneas o un pequeño recuadro de tan trascendentales sucesos. Más Noticias era un matutino populachero que imitaba al vespertino El Sol, sensacionalista como hasta ahora, así es que no se ocuparon de la matanza del 2 de octubre. Obviamente la televisión estaba silenciada por el gobierno y no había en la pantalla el despliegue informativo de que hoy hace gala frente a cualquier acontecimiento de este corte.
Las autoridades ordenaron enfocarse en los Juegos Olímpicos celebrados a partir del 12 de octubre. Pero la noticia de Tlatelolco latía en la piel de México y ya rebasaba las fronteras por tantos muertos y presos acusados de “disolución social” y por sospechas de tratar de imponer aquí el comunismo de la URSS, como imperaba en Cuba. Al paso de los días de aquel trágico 2 de octubre, resonó también en nuestra entidad, y el gobernador Elizondo, previendo el contagio del problema a nivel local, empezó a reunirse con estudiantes y autoridades universitarias para discutir una posible reforma a la Ley Orgánica de la Universidad de Nuevo León, e instruyó al rector Héctor Fernández González a tomarle el pulso a la inquietud juvenil, hasta que la presiones fueron en aumento, y el 26 de noviembre de 1969 fue destituido, cuando la efervescencia universitaria consiguió modificar los planes en la elección de las autoridades universitaria. El costo de la Autonomía (con mayúsculas) fue la inestabilidad en la Universidad de Nuevo León, que luego dio pie a otro hecho sangriento en la ciudad de México, el Jueves de Corpus de 1971, por el que aún se evoca la figura macabra de “Los Halcones” y de don “Alconso” Martínez Domínguez, después hecho gobernador de Nuevo León por el presidente José López Portillo.
Es innegable cómo el 2 de octubre de 1968 irrumpió en el escenario político y contribuyó a la apertura del sistema represor, igual que es innegable cómo las universidades públicas entonces eran instrumentos de clientelismo político, fomentando el fenómeno del porrismo y de los llamados alumnos fósiles. Finalmente, esa energía juvenil poco a poco encontró en el camino a otros protagonistas de la vida pública de México, a fin de consumar el sueño de una democracia representativa a través del respeto al voto en las urnas. Algo es algo. De ahí que vale la pena seguir gritando, como desde hace 50 años: “2 de octubre no se olvida”.