El 27 de septiembre de 1917, el presidente don Venustiano Carranza instituyó el Día del Maestro; su primera conmemoración fue el 15 de mayo de 1918.
En esa primera celebración en Nuevo León, fue el ingeniero Miguel F. Martínez quién pronunció el primer discurso alusivo a tan importante fecha. Aquí transcribo el histórico mensaje:
“Señoritas y señores profesores,
Jóvenes alumnos y alumnas:
Ninguna escuela está más obligada que la nuestra, en esta capital a celebrar debidamente la fiesta del maestro que hoy se instituye para recordar y honrar anualmente la labor humilde pero trascendental de los que consagran su vida a la enseñanza. Por esto, la Dirección de mi cargo se apresuró a organizar este acto, aunque de modo improvisado y por ende sencillo.
De hoy más, el hermoso mes de mayo, de inmarcesibles glorias y de justas reivindicaciones, será el que nos traiga, entre sus fechas inmortales, el día de triunfo de los redentores de la Escuela, iluminado con los resplandecientes rayos de sus soles de oro, y poetizado con las fragantes rosas de sus vergeles y los melodiosos gorjeos de sus alados cantores.
Acaso por una feliz casualidad, quizá intencionalmente, se han asociado en este glorioso día, el triunfo de la República y la exaltación del maestro; como para significar que aquélla no puede subsistir sin éste.
Ya el elemento oficial y los ciudadanos todos han celebrado hoy la restauración de la República, consumada en 15 de mayo de 1867, reviviendo así el recuerdo de aquel día memorable, por muchos años injustamente olvidado. Celebremos nosotros ahora la glorificación del maestro mexicano, por tanto tiempo esperada y tan justamente concedida.
Repito, que es muy de sentirse que no hayamos tenido el tiempo ni la tranquilidad indispensables para arreglar un festival digno de tan grandioso día, que por ahora nos llega en momentos muy difíciles de obtener, para su celebración, el valioso concurso de profesores y alumnos; pero supla nuestra buena voluntad y nuestro entusiasmo lo que nos falta de preparación, para dar cumplimiento al decreto de nuestra H. Legislatura, con respecto a este día.
Como sin duda lo habréis observado, en nuestro programa de hoy hemos querido representaros, en primer lugar, las dos excelsas figuras que representan al maestro: una en el mundo entero, y la otra en nuestro continente, la del inmortal Pestalozzi, fundador de la escuela moderna que es, a la vez, la más genuina representación del maestro inspirado, de vocación ardiente y de ejemplar abnegación; y la del Señor Sarmiento, portaestandarte de la escuela primaria de América Latina, y el maestro más batallador y más culto de nuestra raza.
Y, como para formar digno marco a tan gloriosas figuras, las hemos circundado con las guirnaldas de flores que para el maestro han entretejido, con sus inspiradas estrofas, algunos de nuestros eximios poetas.
Así dispuesto el altar en que venimos a oficiar, las alumnas y alumnos de este plantel, han ofrecido ante él, el sencillo pero respetuoso tributo de su palabra y de sus facultades artísticas.
Cumplido así nuestro deber, en este día para con el magisterio en general, tócame, más por mis años que por otro motivo, traer a esta ceremonia el homenaje que la Escuela Normal rinde a los maestros regiomontanos desaparecidos, recordando y proclamando sus nombres y sus obras en este primer día de gloria con que se premian sus ímprobos trabajos y sus nobles sacrificios. Así completaremos nuestro tributo con algo que nos haga sentir y admirar, con mayor interés y cariño.
Más para hacer debidamente esa gloriosa recordación, preciso es que levantemos nuestros espíritus, como en una evocación solemne y reverente. Pensad que con ella vamos como a levantar las lozas sepulcrales que cubren los restos de nuestros hermanos por la tierra y por la escuela, para que sus sombras veneradas desfilen ante nuestra vista. Miradlas como salen de sus tumbas, envueltas en sus blancos sudarios, trayendo en la diestra sus apagadas antorchas, que de nuevo se encienden al contacto de la vida, y llevando al brazo las palmas del martirio.
Vedlos, cómo en ordenada columna se dirigen lentamente a nuestro altar, donde van a ceñirse la corona del simbólico laurel que la gloria les ofrece.
Todos son merecedores de ella: unos por ilustrados y rectos, otros, por bondadosos y humildes, algunos por virtuosos y abnegados y todos por laboriosos y dignos. No podré mostraros más que aquellos cuyos servicios fueron más conocidos y más importantes, pero con sus superiores jerárquicos pasarán todos los trabajadores anónimos del magisterio, que han sido como los modestos pero valerosos soldados que supieron morir firmes en sus puestos…”
Después de hacer un recuerdo y una exaltación de las virtudes de maestros y maestras que contribuyeron de manera significativa al desarrollo educativo y cultural de la época, el ingeniero Miguel F. Martínez concluyó su mensaje con las siguientes palabras:
“Pongámonos en pie, respetuosamente, para dar a estas almas heroicas nuestra tierna y cariñosa despedida: pero no con un desconsolador y triste adiós, sino saludándolas gozosos con la voz de triunfo de nuestra escuela, que sintetiza su obra y nuestros respetuosos homenajes: lux, pax, vix ¡Gloria al magisterio nuevoleonés! ¡Gloria!”.
Twitter @AlbertoHdzMX