A la verga, a la verga, a la verga…
La palabreja se repite una y otra vez para representar los modos de expresión de la banda en Ya no estoy aquí, una propuesta regiomontana que echa un vistazo a los barrios de la colonia Independencia, donde se vive una subcultura kolombiana fincada, como identidad, en la música del vallenato.
El fenómeno social de los cholos es bien conocido en regiópolis, aunque se les observa todavía con extrañeza e incomodidad. Andan por ahí con sus ropas holgadas y flamboyantes, los cabellos relamidos y sus llamativos peinados de corolas oxigenadas. El escritor y director Fernando Frías le da voz y nombre a estos desheredados que viven en lo alto de los cerros, las favelas de Monterrey, para que se expresen y que digan lo que han querido dar a conocer a lo largo de todos estos años.
La raza kolobiana vive en condiciones precarias, pero es feliz bailando, dice Frías en esta historia. O al menos, con las melodías escapa de la realidad que no tiene mucho que ofrecerles. El aspecto, que lucen con orgullo, es extravagante. Según el retrato de la película, son leales dentro de la comuna y parecen ser indiferentes a todo. Son retraídos, como si vivieran a la defensiva, tienen un tono de voz propio, sin parecido con otra etnia, y constantemente dicen: A la verga.
La historia presentada recientemente en Netflix, se ubica en el 2011, la época de la por crisis de inseguridad en Monterrey. En este escenario de violencia se encuentra Ulises, líder de los Terkos, que vive para bailar, y andar con sus camaradas y las morras del grupo. Andan por aquí y por allá, hasta que se ve involucrado en un incidente cruento de narcos que lo obliga a huir apresuradamente con toda su familia. Él recala en Nueva York, un sitio en el que obviamente no quiere estar y donde se siente fuera del agua, incapaz comunicarse, ni de entender el idioma.
La cinta plantea una historia con tiempo fracturado. El muchacho está con la pandilla, bailando felizmente y dejando pasar la vida. Pero la narración lo lleva, simultáneamente, a Estados Unidos, donde va a adaptarse a una realidad que lo agobia. Ulises emprende el periplo heróico, su propia Odisea.
No le ocurren muchas situaciones al desdichado Ulises, interpretado por Juan Daniel García, que hace una sorprendente encarnación del cholo tímido, que no puede ni cargar con sus huesos. Proyecta gran energía el sigiloso regio, que, casi carente de palabras, expresa todo con emociones. Su frustración está contenida, y su corazón anhela ayuda, una mano que lo salve de la miseria en que vive como migrante ilegal.
Aunque técnicamente está bien hecha, la narración es lenta, en ocasiones exasperante, porque, más que en los hechos, hay una gran apuesta por el colorido, el aspecto y los modos de este grupo, que parecen excéntricos a quien no los conoce. Es interesante adentrarse en lo que son estos muchachos, que tienen sus propios códigos y fachadas propios de la manada, como si fueran una clica de East L.A.
Ulises ya no está aquí, ni tampoco está allá. Se fue y vino, y ya no encontró su sitio. En el evidente arco dramático, trastoca su apariencia y hasta su mentalidad, aunque en el fondo de su corazón, sigue siendo un chavo que baila puro kolombia.
René Villarreal ya había hecho su propia versión sobre la cultura kolombiana, con la también sociológica Cumbia Callera (2007) que retrataba los barrios sordidos de la Colonia Independencia, a ritmo de música que hizo popularizó Celso Piña.
Ahora, Frías retoma el tema y ventila esta historia que tiene un comentario social sobre la gente ignorada, que vive con sus propios dramas en los cerros de la gran urbe norteña.
Ya no estoy aquí es una interesante cinta que debe ser aplaudida por el solo hecho de que se atreve a echar luz a un rincón oscuro de México. Bien actuada, pasmosa y anticlimática, recuerda que en todos lados hay buenas historias que merecen ser conocidas.
@LucianoCampos G