Wonka es, en todos sus niveles, una genialidad, que reconstruye el clásico de Roald Dahl, en forma de precuela musical, para revelar los orígenes del genio chocolatero.
Timothée Chalamet, de la mano del director y guionista Paul King, demuestra que es, además de galán un excelente intérprete capaz de soportar él solo una enorme producción llena de colorido, efectos digitales y magia.
Lo que hace King es una proeza de guion de tonalidad familiar, pues le da alma y vida a un personaje clásico, como Willy Wonka, para presentar lo que supone que ocurre antes de que se presente en la novela de Charlie y la Fábrica de Chocolate, uno de los libros infantiles más amados en la literatura universal.
Willy llega a la gran ciudad como un chico con optimismo a prueba de naufragios. Ingenuo y adorable, a todo le dice que sí, nunca se niega a nada y no protesta ante las injusticias. Simplemente pone su mejor cara frente a las desventuras.
Lo que anhela es instalar una factoría en la que pueda producir sus golosinas especializadas en los productos de cacao.
No cuenta con que debe enfrentar al malvado cártel del chocolate integrado por tres tipos avariciosos que lo vetan y hasta pretenden eliminarlo. Afortunadamente los chicos malos no saben que en el mundo de la magia y los sueños todo puede ocurrir, incluso construir un imperio de delicias chocolateras a partir de cero centavos en el bolsillo.
King repite los hitazos de Paddington I y II, en los que, basado también en un personaje de libros infantiles, lleva un mundo de ensueño con un osito parlanchín y extremadamente honesto a la gran ciudad para que conviva con una familia que lo arropa.
Igual que esas bellezas cinematográficas, Wonka se exhibe como un gran cuento que invita a la ensoñación, con un ser angelical y frágil que, paradójicamente es vigoroso e indestructible.
La historia tiene una progresión irrefrenable. La fuerza del guion hace que las situaciones y enredos por los que pasa el chico se vayan desarrollando sucesivamente, entre números musicales bellísimos y canciones de tesitura celestial del virtuoso Joby Talbot.
El drama de Wonka es azucarado y dulce, a veces en exceso, y hace referencias frecuentes a una pérdida que tuvo el chico, y el melancólico recuerdo de su madre, que le mostró el camino de la repostería, pero con un enfoque existencial y una forma de vida para hacer que las delicias que se elaboran al mezclar ingredientes aporten un valor personal y afectivo.
No importa que la película mantenga a sus protagonistas llenos de esperanza frente a las diabluras de los mafiosos. Con un poco de ingenio y mucha imaginación, pueden derrotarlos, aunque eso implique grandes riesgos que Willy y sus recién descubiertos amigos están dispuestos a correr.
Hugh Grant siempre excelente, siempre carismático, es un persistente enanito que anda buscando a Wonka para reclamarle una deuda que debe pagar inevitablemente. Aparecen por ahí caras conocidas como Sally Hawkins, Olivia Colman y Rowan Atkinson, este último con su ya conocido humor físico lleno de improvisaciones.
El diseño de arte es espectacular, con más animación digital que escenografías armadas. Pero también el vestuario es una delicia con un traje de Wonka que lo hace ver como un aristócrata desarrapado, empobrecido, pero digno y flamboyante, como su personalidad expansiva que toca el corazón de todos.
Chalamet está en su mejor forma. En contraste con el personaje rudo de Duna, ahora se convierte en un esmirriado soñador con sombrero de copa y sonrisa beatífica que derrotará cualquier adversidad, con una actitud propositiva en un mundo de gente malvada que se aprovecha de la nobleza.
Wonka es uno de los mejores musicales de años recientes.
@LucianoCampos G