Es evidente el interés del director M. Night Shyamalan por elaborar una película que se mueve entre el suspenso y el terror. Pero es inevitable optar por la risa involuntaria.
Viejos es un espectáculo que se basa en una idea inquietante, sobre el envejecimiento acelerado. Pero lo único interesante que puede encontrarse aquí es la premisa, que es mucho más emocionante que su presentación, transformada en una cinta B con nombres conocidos como Gael García Bernal, Rufus Sewell, Alex Wolff.
La idea queda clara desde el principio, aunque se basa en un enorme cliché para arrancar.
Una familia que vacaciona en un restort tropical de lujo, es invitada a una playa secreta en la que pasarán una jornada inolvidable. Y, efectivamente lo es, pero por las peores razones. El viaje que sería discreto y en solitario se vuelve en una reunión de otras personas, cada una con condiciones personales muy diferentes, lo que ocasiona conflictos instantáneos.
Pronto, todos tendrán que hacer causa común, al enfrenar una fuerza sobrenatural que los sorprenderá, llevándolos a un estado inusual, que los dejará en una carrera para ganarle al reloj, si es que quieren escapar con vida.
Como se avisa desde los promocionales, en esa playa el tiempo avanza aceleradamente, y todos comienzan a envejecer, incluso los chicos, que llegan en estado niño y se mueven rápidamente hacia la adultez.
La historia es tomada de la novela gráfica Sandcastles, de Lévy y Peeters, y la referencia del director es hacia los temores al envejecimiento y la ansiedad, que produce el paso del tiempo. Sin embargo, aquí lo que queda es una risible precipitación de acontecimientos que se suceden en el transcurso de un día, con situaciones que están muy alejadas de la lógica y la continuidad.
Como si fuera una comedia disparatada, los eventos que ocurren a lo largo de toda una vida se suceden en niños menores de 10 años, que pasan por un acelerado proceso de crecimiento, con una sucesión de apareamiento, reproducción y deceso, en el transcurso de algunos minutos. Pero en esos momentos en los que los acontecimientos parecen chispazos de hilaridad, son ocasión para la tragedia, entre individuos atrapados en un microcosmos de desesperación y sin salida.
Como si fuera una cinta de horror de los 50, con toda su enorme carga de ingenuidad, el médico presente debe hacer una arriesgada operación, y la practica en plena playa, a la vista de todos, con un resultado milagrosamente exitoso. Y así, las situaciones se mueven en el terreno del absurdo, pues en este universo se han roto, en definitiva, los códigos de la lógica.
El último acto de Viejos es como un cierre magistralmente desatinado. Como lo hizo en el desenlace de La Aldea (The Village, 2004), el tono narrativo que parecía fantástico, como un thriller sobrenatural, es arrojado al campo científico. Las ideas previamente elaboradas se derrumban con estrépito, con un cambio de los significados y las apariencias.
Shyamalan se extravió hace muchos años. Parece que la magnífica El Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999) fue solo un afortunado error, en una filmografía plagada de decepciones. Podría aprenderle a algunos trucos a Ari Aster y a Robert Eggers, jóvenes maestros de la dirección, que hacen terror soberbio, sobrecogedor, original y elegante.
@LucianoCamposG