Antes de iniciar el rodaje de Suave Patria, a Adrián Uribe y Omar Chaparro alguien debió avisarles que actuaban en una película y no en un sketch de La Hora Pico.
La cinta mexicana estelarizada por estos dos prominentes de Televisa, es un intento fallido por evocar Una pareja de Idiotas o cualquiera de sus variaciones de pareja dispareja, en el escenario de un país caótico donde los más astutos sobreviven y los demás, los honestos, son sólo escalones que pisa la maldad para ascender.
Por lo menos es lo que se pretende demostrar.
El título ambiguo contribuye a los propósitos desorientadores de la propuesta. El póster promocional muestra a dos simpáticos jóvenes vestidos con smokin y detrás de ellos, como sombra amenazante, a un tipo mal encarado apuntando hacia el frente con una pistola.
El conjunto gráfico asociado al título insinúa una crítica mordaz a un país deteriorado y arruinado al que irónicamente se le menciona como el poema de López Velarde. No hay nada de eso.
La cinta sigue a dos actores desempleados que buscan el sueño del estrellato en la Capital del país. Para ello hacen rutinas callejeras con resultados escasamente alentadores.
La única idea más o menos original dentro la cinta es quemada en los cortos promocionales, donde se ve a los dos parias en un microbús haciendo una tonta rutina sobre la violencia para ganar unos pesos. Todos se dan cuenta de la tontería en la que incurren pero, en un intento por hacer humor absurdo, ellos achacan su fracaso a otros factores nimios, relacionados con su talento o la falta de él.
En uno de esos intentos por hacer una pantomima, son reclutados por un jefe de la mafia que los invita a hacer un operativo en broma para un amigo.
La acción se colapsa y los dos tontos se ven metidos en un gran problema policiaco. Y su perseguidor es Héctor Suárez, un policía mal humorado y gritón que es acompañado por un patiño, Héctor Jiménez, de experiencia en Hollywood.
Suave Patria ni convence, ni divierte. El humor es absurdo e inverosímil, más allá de las convenciones del género. Viruta y Capulina participaron en películas con guiones mucho más elaborados que éste, y conseguían, por ello, muchas risas.
Chaparro y Uribe se involucran en un proyecto cinematográfico debilucho, que los hace lucir mal como personajes y como histriones. La carencia de giros convierte su odisea en un bostezo. Son perseguidos por mafiosos y por la policía. Se ven involucrados en un enredo criminal del que entran y salen a voluntad.
La trama asaltada por el virus mortífero de la inconsistencia, reta la paciencia del cinéfilo. Inaceptablemente, la producción se toma libertades creativas para justificar su falta de imaginación. Los personajes resuelven acertijos platicándolos, como si calcularan ecuaciones matemáticas.
Hay en el set una gran pachanga. Héctor Suárez, sobreactuado, es un policía de caricatura, junto con su acompañante cliché. Como en El Gran Lebowski, hay una voz en off que va describiendo acción y personajes. Hasta el final se revela sorpresivamente la identidad detrás de las palabras.
El único que parece que se tomó en serio el trabajo es Mario Iván Martínez, también caricaturizado como mafioso, pero con más empeño por convencer. Que este gran actor se involucre en una comedia de estas habla de la escasez de oferta.
El rollo es anticlimático. Sin una gran escena, la acción se desvanece. El epílogo es pobre y esperado. Termina la cinta y en verdad no pasó nada.
Suave Patria confirma que el cine mexicano sangra por carencia de guiones.