por LUCIANO CAMPOS
El Juego Perfecto es una leyenda de Monterrey que necesitó ser adaptada a la realidad cinematográfica para convertirse en una historia de alcance universal.
La aventura de los beisbolistas de la Liga Industrial ocurrida en 1957 es, por sí sola, una hazaña digna de ser contada. Los beisbolistas regiomontanos de 12 años viajaron a Estados Unidos, derrotaron a los mejores y en la final conquistaron la corona con el famoso juego perfecto, que en términos deportivos representa una de las tareas más complicadas de conseguir en cualquiera de las disciplinas atléticas.
Ya había sido filmada una versión estrenada en 1960, después del campeonato, actuada por los mismos peloteritos y su entrenador César L. Faz. En esa historia que se titula Los Pequeños Gigantes el entrenador del equipo es el narrador que comenta todas las peripecias por las que pasan los chicos para ceñirse la corona mundial.
Esa versión, dirigida por Hugo Butler, era cálida, ingenua, pero irresistible.
Ahora, la reedición de la odisea está casi totalmente desapegada de los hechos verdaderos, pero sigue siendo atractiva, encantadora y, sobre todo, motivadora.
Los protagonistas de la hazaña, ahora todos hombres mayores, se han encargado de precisar algunos momentos inexistentes de la cinta, pero todos coinciden en señalar que el resultado es emocionante y de gran atractivo para el público.
El Juego Perfecto es una historia mexicana de exportación, producto de una epopeya insólita que debe ser recordada por siempre.
El escritor William Winocur redactó un libro con muchas libertades sobre la ruta de los jugadores regiomontanos y la adaptó al cine para que fuera dirigida por William Dear.
Lo que se ve en pantalla es un drama deportivo muy bien escrito -con todas las libertades de la imaginación y los permisos creativos para el drama- con un atractivo casting infantil y nombres reconocidos en los papeles de apoyo.
Aaparecen en pequeños roles Paty Manterola, Luis Gosett Jr., Frances Fisher, Bruce McGill, David Koechner, Emilie de Ravin y Carlos Gomez.
El manager César es un hombre frustrado por el sueño incumplido de jugar en Grandes Ligas. Se dedica a beber y a trabajar de sol a sol. Es un mediocre. Un día, los chicos de un barrio pobre de Monterrey, cercano a la entonces pujante Fundidora, le piden que los dirija en un equipo de béisbol.
Lo demás, es el camino de los niños hacia el campeonato.
Winocur y Dear crean una película de ambiente rural mexicano, en la metrópoli regiomontana, para contrastarlo con la prosperidad norteamericana a la que llegan para proclamarse conquistadores.
Los chicos no solamente deben sortear los escollos de la pobreza y la marginación en una ciudad que giraba en torno a la manufactura. Ya en su vuelo a la gloria, se deben imponer a las carencias, la discriminación y sus propios complejos frente a monstruos desconocidos como una cultura diferente, una comunidad progresista y despectiva, y la natural carencia de habilidades sociales para ubicarse en el deslumbrante primer mundo.
Como es una leyenda mundialmente conocida, el final ya se sabe, aunque se le incorporan variaciones y se le anexan momentos inventados para realzar la emotividad y dimensionarla en toda su magnitud de episodio épico que le hace justicia a la megalómana sociedad regiomontana, tan necesitada de su propia mitología.
Aparecen como los pequeños beisbolistas los conocidos actores Jake T. Austin, Moisés Arias, Gabriel Morales, Ryan Ochoa, Carlos Padilla, Jansen Penettrie, Alfredo Rodríguez, Mario Quinionez Jr. y Anthony Quinionez.
Para fortuna de los nacidos en Monterrey, fuera de cualquier invención fílmica y cualquier truco de los juglares, el campeonato de 1957 fue verdaderamente conquistado, los chicos de la Liga Industrial se proclamaron monarcas universales y Ángel Macías lanzó el juego perfecto de campeonato, una hazaña que hasta hoy no ha sido repetida.
El Juego Perfecto es una película inspiradora.