Mariano (Humberto Zurita) es un ejecutivo consagrado al trabajo. Con una vida de clase alta, una bella esposa y tres hijas jóvenes que comienzan a abrirse paso en la vida, tiene, de pronto, una epifanía: dedica demasiado tiempo a la oficina, por lo que decide estar más horas en casa.
Su problema es que la convivencia se le dificulta. Sus mujeres ya se acostumbraron a estar sin él y su aparición imprevisible, es como la llegada de un intruso. El bien intencionado cambio de hábitos, con el padre involucrado en los asuntos de los demás, hace que el equilibrio en el hogar se rompa, lo que les representa un molesto reacomodo de prioridades.
El escritor y director Adrián Zurita lanza Un Retrato de Familia su ópera prima, de estreno demorado por la pandemia, en forma de una suave comedia con humor más enfocado en el público adolescente y adulto, peligrosamente parecida a una propuesta cristiana y de superación, en la que reflexiona sobre lo que es importante en la vida.
Pequeña en producción y carente de complejidades temáticas, la cinta deja caer todo el peso del drama en Humberto, solvente y voluntarioso, visiblemente comprometido con el proyecto, y dispuesto a ayudar al realizador que se percibe titubeante detrás de cámara.
La premisa es sencilla: Joaquín (Hugo Stiglitz) ha dedicado su vida a la compañía y ahora quiere dejarle el trabajo a su segundo, Mariano, aunque le cuestiona si está dispuesto a relegar a su familia a cambio de hacer que crezca la empresa, pues ese tipo de ocupaciones es absorbente y demanda sacrificios personales, principalmente de agenda.
La sola propuesta hace que Mariano observe con óptica diferente la vida y la de los suyos. Le pasa, se supone, lo que a la mayoría de los hombres de éxito, que se concentran en su prosperidad profesional, al suponer que su familia puede guiarse sola, o con el auxilio exclusivo de la madre, faro y guía de la tribu.
La historia sigue a un hombre tratando de recuperar el tiempo perdido, pero enfrentándose con el desconocimiento de los problemas de sus allegados. Por viejo y desfasado, le resulta difícil encontrar coincidencias con sus hijas, nativas digitales y abstraídas en sus dispositivos móviles, lo que les cancela la posibilidad de disfrutar la vida a través del contacto personal.
Aunque ellas son de buenos sentimientos, no pueden evitar un rechazo cruel, pues se dan cuenta de que están mejor sin él. Papá es un excelente proveedor, pero debe seguir únicamente en ese papel, pues no está preparado para entender la modernidad. Es un estorbo. Y, para colmo, la esposa del ejecutivo anda tontamente de paseo con el apuesto prometido apuesto de su amiga, lo que despierta los celos y la sospecha de infidelidad del afectado marido.
Carente de riesgo y de tensión, la ramificación de pequeñas historias se resuelve convenientemente, sin clímax, con el rompecabezas de la vida familiar debidamente armado y con un esperado crecimiento de todos, que afrontan optimistas el porvenir. Como si la película fuera hecha para TV, con ambientación fresa y recatada, se agradece la aparición breve de Miguel Ríos, echándose un palomazo en la escapada bohemia.
Es evidente que al guionista Zurita (sin parentesco con Humberto) le faltó tallereo de su historia, que está plagada de lugares comunes. Los diálogos carecen de inspiración y las situaciones son mayormente previsibles. Está muy lejos de la pluma afilada que lución en Nosotros los Nobles (2013), su trabajo mejor logrado.
De cualquier manera el show de Un Retrato de Familia vale la pena por ver a Humberto Zurita y Hugo Stiglitz, veteranos y dignos, profundos conocedores del oficio histriónico.
@LucianoCampos G