Ceguera es un ejercicio cine-matográfico sin par. El director brasileño Fernando Meirelles consiguió hacer una adaptación fiel de la novela Ensayo sobre la Ceguera, de José Saramago, en la que se describe un mundo apocalíptico de personas sin vista y cómo tienen que sobrevivir en colectividad.
Lo que consigue Meirelles, al trasladar las imágenes del libro a la pantalla, es una proeza fílmica de resultado superior.
Más allá de describir a una colectividad internacional afectada por un padecimiento general, que veda el más preciado de los sentidos del ser humano, consigue desnudar el alma de las personas al imponerlas a participar activamente en la vida, sin el auxilio de los ojos, con acciones que revelan su verdadera personalidad y las muestra en su más íntima esencia.
La ceguera de la historia es blanca. Ocurre de manera inexplicable y repentina en todo el mundo. Los lugares presentados no tienen referente geográfico y los personajes carecen de nombre. Nadie es identificado más que por sus actos.
La premisa es insoportable: ¿qué deben hacer las personas si se convirtieran, de pronto en una comunidad de invidentes?
Parece que Saramago y Meirelles deciden atribuirle a la ceguera atribuciones malignas. La insensibilidad vi-sual provoca que emerjan de las personas sus más oscuras motivaciones y sus más perversos anhelos.
Sin embargo, ofrece espacios para la esperanza, al permitir que los imposibilitados puedan reunirse para obtener lo mejor de sí y pervivir, aun en las más adversas de las circunstancias.
En este universo sin luz –o plagado de luz enceguecedora- las personas comienzan a quedarse sin vista. El gobierno decide declararlos en cuarentena enviándolos a un confinamiento parecido a una prisión resguardada por hombres armados que les impiden salir.
Afuera, la civilización se ha derrumbado. El mundo es un lugar salvaje y lleno de peligros. En el interior la situación es caótica. Se establecen comunidades y comienzan a surgir conflictos que relevan personalidades malvadas y heroicas. Acostumbrándose a su nueva condición, se vuelven seres impotentes y frustrados dentro de su apasionado esfuerzo por estar vivos.
Sin ser sobrenatural, apela a un fenómeno inexplicable, aunque no es una cinta de terror. Es, más bien un frío estudio sociológico de la especie humana ubicada en un escenario sin precedentes.
Las actuaciones son excelentes. Julianne Moore, como protagonista, recuerda lo apta que es para los roles dramáticos, igual que Mark Ruffalo. Gael García Bernal, en un papel de antagonista, exhibe de nuevo limitaciones histriónicas, con momentos de subactuación, cuando debió proyectar intensidad.
La violencia está presente durante todo el relato. Hay una gran escena de una atroz violación colectiva, manejada con maestría por el maestro Meirelles que insinúa la mayoría de los hechos y vela algunas imágenes por ser prácticamente imposible de soportar. Todo, acompañado del brillante fondo musical de Marco Antonio Guimaraes, lleno de cuerdas distorsionadas y crispantes.
Ceguera es una gran película, con la firma estilística de Meirelles y una temática que no se parece a ninguna.