Las personas que concentran su atención en las matemáticas, al grado del virtuosismo, pueden enloquecer de entusiasmo, pero también por angustia.
Un don excepcional (Gifted, 2017) expone el caso extremo de una familia de genios de las ecuaciones. La madre tuvo un IQ comparado al de Einstein. Estaba llamada a ser Premio Nobel, por su mente brillante. Pero su obsesión con los números le arruinó la vida. Su hija Mary (Mckeena Grace) de 7 años va en el mismo sentido. Pero su tío Frank (Chris Evans), hermano de la madre genio, lo impedirá para dejar que la niña lleve una vida normal y aburrida, lejos de las disciplinas que, mal encausadas, pueden ser destructivas.
En la tradición de las historias reales de seres superdotados, siempre magnéticas, por la singularidad de los personajes admirables, la cinta escrita por Tom Flynn y dirigida por Marc Webb, destaca a la pequeña que no puede llevar una vida normal por el don que es, al mismo tiempo su maldición. Dentro de un genio debe haber, siempre, un ser atormentado.
Sin embargo, la película centra su atención en los personajes que la rodean, y todo el terremoto que provoca la niña, por esa condición sobresaliente que le fue dada, sin pedirla, al nacer. Aunque los hechos orbitan en torno a Mary, es Frank el verdadero protagonista. El tipo lleva una vida solitaria, devastado por la tragedia familiar y con un enorme sentimiento de culpa, existe sólo para criar a la niña, aún a costa de su propia vida solitaria, vacía y triste.
La historia, muy parecida, en su formato, a un film de TV, contiene elementos de fórmula, como un romance intermedio, y momentos de linda intimidad en los que el padre le explica a la hija algunas sencillas reglas del funcionamiento del mundo.
Pero también hace referencia, en el subtexto, a las personas sencillas que no saben manejar situaciones que los rebasan. Mary es una Will Hunting completamente inocente, aunque también con tendencias hacia la autodestrucción. Su tío y la abuela Evelyn (Lindsay Duncan) están en pánico, porque no saben cómo encausar su creatividad.
De esta manera, lo que parecen ser las aventuras y desgracias de una pequeña prodigio de las matemáticas se convierte en un drama sobre la tutela. La emoción de los progresos intelectuales de la niña se transforma en un horror por la absurda pugna en la que entran madre e hijo, que discuten civilizadamente, se lanzan dardos envenenados con una sonrisa. En el fondo quieren destruirse para quedarse con la niña, atrapada entre los fuegos, convertida, para la arpía, en el objeto que consumará sus anhelos de notoriedad familiar. El dilema que enfrentan no es sencillo: destinar a la chiquilla a una vida académica rodeada de “viejos rusos” inteligentes, o permitirle que siga su trayecto normal, con juegos y sin presiones.
La película funciona mejor para las mujeres, debido a los momentos sentimentales, que hablan sobre los hijos y la desoladora posibilidad de que se queden sin la protección de la familia. Pero la visión de Webb es la del padre, en este caso Frank, que si bien tiene el nombramiento de tutor, ha sido toda la vida como su verdadero progenitor.
Evans, como Capitán América, siempre ha demostrado fortaleza y voluntad para liberar al mundo de quienes acechan la democracia. Algunas veces, como aquí, flaquea y llora, porque tiene un enorme corazón y luchará hasta el final para conservar a su pequeña.