Con Desde mi cielo, el director Peter Jackson decidió jugar a la crueldad extrema. Reconocido a nivel mundial por la trilogía de El Señor de los Anillos, el neozelandés regresa con un drama cri-minal para adultos que se va por dos vertientes opuestas. Presenta -sin imágenes- un asesinato terrible, atroz, insoportable. Pero luego ofrece una dulce esperanza de la post existencia, para consuelo de quienes en algún momento han perdido a un ser querido.
El resultado de este viaje a los polos emocionales es extraño, incómodo e insano, casi nauseabundo.
Basada en el libro de Alice Sebold, la historia comienza con una revelación espantosa: la protagonista, Saoirse Ronan, conduce el relato desde el más allá, porque habla de su propio asesinato.
Con un desparpajo próximo a la obscenidad, Jackson se muestra vil al presentar primero un mundo rosa, perfecto, sabiendo que su historia se encamina hacia las tenebrosas profundidades de la maldad.
La familia de la chica es ejemplar. Las dos hijas y el niño son adorables. Son todos extraordinarias personas que tienen una vida pacífica, próspera, alegre y feliz.
Desafortunadamente tienen un vecino sicópata (Stanley Tucci, nominado al Óscar por ese papel) que elabora un plan perverso para saciar sus bajos apetitos.
Jackson rebasa los límites del pudor cinematográfico y como realizador, parece gozar el sufrimiento de la niña. En una muestra de pedofilia creativa, el director da evidencias de disfrutar junto con el maniático la ejecución del plan macabro.
Luego hace que la inocente criatura caiga en las garras del monstruo, pero exhibiendo la agonía emocional de la chiquilla que se sabe indefensa frente a una persona que inequívocamente pretende hacerle daño.
Pero Jackson se solaza mostrando el pánico de la niña. Puede alegar, como lo ha hecho, que no muestra gráficamente el crimen, pero lo que enseña es suficiente para acusarlo de sevicia artística. Si su idea era ser provocador, desencadenando reacciones en la audiencia, lo consiguió, pero con una desho-nestidad alevosa, al llamar la atención con artificios baratos de nota roja.
Sin embargo, inmediatamente después, Jackson se va con la niña al cielo y pretende indemnizar al público de la angustia provocada y muestra el lugar de los muertos como un sitio de gozo eterno donde cada quien vive en su propia aventura perfecta, con paisajes de ensueño y una alegría interminable. Su mensaje es claro: siéntanse tranquilas, personas que tienen difuntos, porque allá se está mejor que en este mundo.
Pero el mensaje es tan claro como cursi y ni siquiera funciona como compensación para sentir alivio por la suerte de la niña.
Tras estar unos momentos en la gloria, el director regresa a su perversión y vuelve a ponerse del lado del criminal, brillantemente interpretado por Tucci, para luego regresar al otro lado, donde la excelente Ronan hace una tierna interpretación de la chica que no acepta su injusto destino y pretende dar pistas para encontrar a su victimario.
Aunque la temática es atractiva y su desarrollo interesante, la película tiene una nutrida serie de inconsistencias que comprometen su verosimilitud.
El director hace aquí otro juego de efectos especiales -una de sus especia-lidades- en el que se atraganta. Los trucos de computadora son pobres, comparados con los de la zaga de los ho-bbits. En Desde Mi Cielo se empleó, según se ve, lo que quedó del presupuesto de la celebre trilogía de la Tierra Media.
La película también se duele de una deficiente edición, que hace que la protagonista sea rebasada por los efectos de CGI (imágenes generadas por computadora). La misma razón opera en pasajes desentonados y hasta risibles, como la extraña mudanza de la madre (Rachel Weizs) a un insólito trabajo del que sólo se sabe por imágenes aisladas. Susan Sarandon aparece algunos momentos con una participación insustancial, agregándole ruido al desarrollo armónico de la trama.
Desorientado en un encargo dramático, como padre atormentado, Mark Wahlbergh luce hasta risible. Se ve que su negocio es la acción.
Además algunos otros detalles demeritan la producción como la aparición, momentánea, en una estantería, de un libro de J.R.R .Tolkien y su propia presencia entre el público en una escena. Son momentos que le restan seriedad al drama y distraen innecesariamente.
El desenlace es impropio para un drama que pretende ser serio. Lo que parece ser una vuelta del destino, para que sean ajustadas en vida las cuentas terrenales, se vuelve en un momento de risa inesperada.
Al final, lo que queda es la insatisfacción como una pesada carga en una historia cruel y desorganizada, que deja un amargoso sabor tras el epílogo.