The Post: Los oscuros secretos del Pentágono, plantea el dilema permanente de los periódicos: ¿sirven para hacer negocios o para informar? Aunque se supone que el medio de comunicación, como empresa, debe cumplir con las dos funciones, no siempre lo consigue.
El maestro Steven Spielberg maneja con pulcritud este drama de periodistas, ubicado a principios de los 70, sobre un acontecimiento que determinó el curso histórico de la prensa Estados Unidos. En una más de sus incursiones revisionistas de la historia, se mete a las oficinas del periódico Washington Post para revelar la disputa que hubo, al interior, para exponer uno de los mayores escándalos políticos y militares que han sido documentados en esa nación.
El reportaje, en sí, era muy bueno: el diario tenía en su poder documentación ultra secreta para demostrar que el Gobierno había mentido al pueblo sobre su incursión en Vietnam, lo que había resultado en la pérdida inútil de miles de vidas.
Sin embargo, la acción se concentra en cómo deben trabajar, en una simbiosis indeseable, los directivos del medio junto con los propietarios. Unos bregan por la democracia y la libertad, los otros por la plata. Aunque se toca el tema sobre la forma en que fueron conseguidos esos documentos, Spielberg privilegia la exposición de las intrigas empresariales, las presiones de los consejos y accionistas, y la férrea oposición quijotesca de los periodistas, que se esmeran por hacer que se cumpla el apostolado profesional. Si es necesario, hay que desafiar al mismo Presidente, acusándolo de mentiroso.
Más que una historia sobre drama reporteril, The Post echa un vistazo sobre la mesa de asignaciones y las determinaciones que ahí se toman. A diferencia de Todos los hombres del presidente (1976) o El Informante (1999), que transpiran pasión por el oficio, con una intensidad arrolladora, en esta ocasión se observa cómo se procesan las notas que construyen con audacia los héroes de la pluma.
En una combinación de ensueño, se reúnen Tom Hanks y Meryl Streep, que interpretan a Ben Bradlee y Kay Graham, director y dueña del Post. Los dos se encuentran el vórtice de un torbellino de decisiones ejecutivas. A través de una relación tensamente cordial, se enfrentan con la fría realidad del medio noticioso: deben entregar verdades pero, al mismo tiempo, generar ingresos.
Ninguna escuela prepara para tomar decisiones en medio de circunstancias tan complejas, como las que rodearon la publicación. Bradlee representa todo por lo que lucha el periodista, que está convencido, con romántico idealismo, que la denuncia también atrae dinero al diario.
Graham, a su vez, es la dueña inexperta, vacilante, casi una socialité forzada a tomar el control de un medio importante y expuesta a tremendas presiones sociales y políticas. De ella depende que se exponga una notica que puede echar luz sobre una terrible mentira largamente oculta, aunque hacerlo puede provocar la extinción de la empresa. Pero no sólo eso: ella y sus colaboradores hasta pueden terminar en prisión.
Streep lo vuelve a hacer con una interpretación excepcional, como una mujer pusilánime que debe sobreponerse a sus propios temores para enfrentar a una jauría de accionistas y banqueros que la pretenden orillar a silenciarse, a congraciarse con el Gobierno, para obtener favores posteriores. Con un peinado que la hace ver como Margaret Thatcher, ejecuta una más de sus virtuosas apariciones, al ponerse el traje de una dama desconcertada, que toma decisiones como si disparara flechas al aire, ante el silencioso reproche de sus allegados.
En medio de una proliferación de personajes que aportan opiniones, y expresan temores y esperanzas, se genera la gloriosa confusión previa al esclarecimiento de hechos importantes. Se demuestra que en una sala de redacción ruidosa, donde hombres intrépidos teclean noticias, se puede decidir el destino de la patria.
The Post: los oscuros secretos del Pentágono es un relato intenso y bien documentado sobre los dilemas a los que se enfrentan los jefes de los periódicos. Y también se muestra cómo están obligados a ser infalibles, en un estresante trabajo que no descansa y que se repite día tras día, durante la eternidad que dura el quehacer noticioso.