Clint Eastwood como director y Tom Hanks como protagonista prometen un hitazo. Pero las expectativas no siempre se cumplen.
Sully, milagro en el Hudson (Sully) es una producción con la que el reputado realizador continúa con su línea de hurgar en los grandes hechos de Estados Unidos.
En su pasada cinta homenajeó al militar más certero del país con Francotirador. Ahora se concentra en reconocer el trabajo del piloto Chesley Sullenberger, que hizo descender su avión averiado sobre el espejo del río Hudson y salvó a todos los pasajeros y la tripulación.
El milagro relatado, sin embargo, es sólo una celebración a la capacidad de respuesta de Estados Unidos, a su espíritu de unidad, su trabajo de equipo y la burocracia que, en trabajo de protección civil, trabaja con eficiencia de reloj. A diferencia de otros grandes eventos, de repercusión universal, este es mayormente de interés para el público norteamericano.
El drama, de hecho, es pequeño y se concentra en el juicio que se le sigue al piloto para determinar si actuó con atingencia en la hora cero, cuando la nave sufrió la avería, o si tomó una decisión precipitada que comprometió más de un centenar de vidas.
De esta forma, el riesgo de la historia no se concentra en el peligro que pudieron haber sufrido las personas que tomaron el vuelo fallido, pues ya se sabe que todos se salvaron, si no en saber si las autoridades de aviación condenan al tripulante y entierran con deshonra su larga trayectoria sobre los cielos del mundo.
En Sully, entonces, lo que se ve es una disputa laboral, no un operativo de rescate. La película se aparta del género de las catástrofes. Y la recreación del acuatizaje, generada por computadora, es bastante deficiente.
El paralelo con El Vuelo (The Flight) es inevitable. En la aventura protagonizada por Denzel Washington se vive una estrujante tragedia, con una descripción gráfica del choque de un avión. Luego el piloto debe enfrentar las consecuencias de llevar una vida desordenada. La angustia se encuentra en todos lados.
Acá, no. Tom Hanks aparece, desde el principio, con alas y aureola de ángel. Es sencillo estar de su lado, pues generalmente hace papeles de hombre bueno y sacrificado. Inicia, la anécdota, en medio de la tormenta mediática posterior al operativo de salvamento. El aviador ya es una celebridad y debe lidiar con la fama repentina que lo desequilibra. Luego tiene que testificar sobre el incidente. Y se insertan momentos en los que improvisa el descenso. Valeroso y eficiente, hizo exactamente lo conducente. Ayudó a que el armatoste fuera evacuado, fue el último en salir y se preocupó de que todos estuvieran bien, fuera de las aguas del congelado río.
El desastre se evitó, como se difundió en su momento. El inesperado héroe evitó una tragedia de dimensiones mayores. Merece un aplauso. El verdadero show pudo haber sido ver a los pasajeros en apuros, al borde de la muerte. Pero el operador del Airbus fue tan eficiente en colocar la nave en el agua, que no hubo lesionados. Los pasajeros se encaminaron a la salida más o menos con tranquilidad, y fueron rescatados por embarcaciones que navegaban alrededor.
Sully es una película de consumo interno. Se refiere a como cualquier persona puede dar lo mejor de sí y agigantarse en los momentos decisivos, como ocurrió con este ciudadano ejemplar que demostró carácter en el momento más oscuro. Es como los estadounidenses ven a sus compatriotas siempre, trabajando duro y con valor, para mantener viva la grandeza del país.
Como discurso, llena de orgullo a Estados Unidos. Como película, es demasiado ligera y pequeña, para dos pesos pesados del cine como Eastwood y Hanks.