Con Una Guerra de Película, Ben Stiller consigue alcanzar un grado superior en su oficio como comediante. Como director y protagonista de ésta, que es la parodia más cara de la historia, Stiller se ríe de las películas bélicas, pero, además, se mofa del culto y parafernalia que hay en torno a las estrellas de Hollywood.
Como lo ha hecho a lo largo de su breve, pero interesante trayectoria como realizador, se ocupa de emplear sus vastos conocimientos en cultura popular norteamericana para incluirla en sus guiones, como en éste, en el que hace un repaso no sólo de las cintas de guerra, sino de toda la industria cinematográfica.
Como actor de una película dentro de otra, en el efecto de la caja china, Stiller reúne a sus amigos Jack Black y Robert Downey Jr. para ridiculizarse asimismos y, en general, al oficio histriónico, parti-cularmente del que está mezclado con el sistema de estrellas.
La etiqueta transgresora de la cinta hace que hasta Tom Cruise se preste a envilecerse en el nombre de la actuación, para hacer un papel atípico y cómico, de un ejecutivo del cine, pelón, fofo y desagradable.
Una perla dentro de la farsa.
En esta comedia de acción, Stiller es un héroe de película como tantos: famoso, adinerado y pésimo intérprete.
Decide participar en una cinta bélica con otros actores igual de patéticos como Downey Jr., ganador del Oscar, que entra a un tratamiento para pigmentarse la piel, para aproximarse mejor a su papel, y Black, una estrella de comedia grotesca.
Por una confusión los tres se involucran en una guerra verdadera, donde se transforman y deben de sacar lo mejor de sus personalidades.
La premisa es el pretexto para que los tres se rían de sí mismos y de la solemnidad de los dramas extremos en tiempos de conflagración.
Con situaciones, diálogos, musica-lización, efectos, y personajes clichés, desarrollan una historia inverosímil y festiva.
Exponiéndose al escarnio, ninguno de los tres tenía mucho qué perder.
Cada uno, por su parte, ha participado en varios proyectos desatinados. Downey Jr., en particular, con sus numerosas vi-sitas a la cárcel y sus conocidas adicciones y divorcios, ya había sido tan vilipendiado que no tiene reparos en exponer su dignidad.
Se percibe que el director, guionista y protagonista tiene mucho tiempo involucrado en este negocio y ha tenido tiempo para observar con atención los vicios y la fatuidad de quienes hacen películas. Irreverente, se lanza en contra de la fábrica de sueños que lo ha hecho millonario y que lo ha proyectado al estrellato, para hacer de ella blanco de su humor ácido.
La apuesta era, en todo momento, arriesgada.
Con un presupuesto mayor y con todo su prestigio en juego, Stiller estaba obligado a dar un gran campanazo en taquilla, como finalmente lo consiguió.
Stiller y sus amigos han de haber pasado momentos muy agradables con esta exitosa comedia que reinventa el subgénero de las sátiras y alerta a toda la fanaticada de la estulticia que hay en torno a la adoración a las estrellas del cine.