Con Birdman, Alejandro González Iñárritu da un salto al vacío.
El cineasta mexicano había concentrado su carrera en historias de vidas intersectadas por la fatalidad, con ricos personajes que atraviesan por situaciones límites en las que, por lo general, pierden.
Ahora, en Birman hay una vertiente exploratoria, inédita hasta ahora, que lo muestra como un realizador que además de virtuoso es versátil. La extravaganza protagonizada por Michael Keaton es una dulce miscelánea de cine de autor, crítica social, burla a los medios masivos de comunicación, y la aspiración de la trascendencia a través del reconocimiento social.
Como coescritor, González Iñárritu finalmente se despoja de las influencias de Guillermo Arriaga, y hace una brillante comedia de tonalidad oscura, en la que forma equipo con el paisano Emmanuel Luvezky, que ganó el año pasado el Óscar por fotografía en Gravedad.
Birdman arroja un eructo sonoro sobre la vanalidad de la cultura pop. En realidad, dice, la fama es la prima vulgar del prestigio. Y es precisamente la fama perdida lo que busca recuperar el patético personaje de Keaton, que presenta el mayor reto histriónico de su carrera, del que emerge airoso.
La historia gira en torno a un actor que en su juventud hizo una serie de películas del superhéroe Birdman, y que años después, con el ego lastimado por el olvido, busca recuperar reflectores mediante una obra que se estrenará con gran pompa en Broadway.
El subtítulo de la cinta es La Inesperada Virtud de la Ignorancia. La referencia es directa hacia el desconocimiento del actor decadente a los alcances que puede tener la propia inconsciencia de su lucha estéril. Es doloroso y sorprendente ver a Keaton, en su papel de actor con tablas, pero lleno de malestares emocionales.
Mientras busca relanzar su carrera, tiene que lidiar con los inesperados problemas administrativos que implican el levantamiento de un proyecto teatral en Nueva York. Pero también tiene que repasar diálogos, atender a su amante, recuperar a su hija, juntar a su familia y confraternizar con su ex esposa.
El mundo caótico del actor comienza a remecerse precisamente en el momento crítico en el que va a presentarse en escena.
La cinta es mostrada con la ilusión del formato de prolongados planos de secuencia. Aunque se pueden inferir trucos de edición, la intención es presentar toda la acción en una sola toma, con una misma cámara al hombro. El efecto de la progresión dramática es maravilloso.
La lente encimosa está todo el tiempo siguiendo al actor quien, a veces, parece incómodo con el asedio. Se ve a punto de estallar, para pedirle a la cámara que se retire, pero se contiene.
Con el seguimiento permanente, el actor está inmiscuido, casi, en un reality show donde se muestran sus momentos íntimos vergonzosos. En el desdoblamiento privado de su personalidad, Keaton siente que realmente tiene superpoderes, que domina la telequinesis y que, incluso, puede volar, como el personaje que alguna vez representó.
Lo sórdido y emocionante de la historia es que se refiere precisamente al real Michael Keaton, que ha sido un actor de presencia permanente en la pantalla, pero que no ha recuperado el reconocimiento que obtuvo después de filmar dos cintas de Batman, en los 90.
La gran escena de Birman es de corte fellinezca, en la que el actor se encuentra caminando por una transitada calle, vestido únicamente en trusa, en una retorcida representación onírica de sus temores y anhelos de obtener reconocimiento público, en un pasaje que parece extraído de un sueño pero que es, para su desgracia un bochornoso accidente de su vida plagada de infortunios.
Completan el elenco Edward Norton, como su problemático compañero de escena, que se comporta como un divo decadente; Emma Stone, la princesita del cine, que también se mantiene a la altura del casting y Zach Galifianakis, reconocido por sus dotes de payaso, que aquí ofrece una aportación genial, como el empresario comprensivo, siempre al borde de un síncope nervioso.
Birdman es la mejor película de González Iñárritu después de Amores Perros. v