Novedades en la historia de la Unión Americana: el escritor Seth Grahme-Smith descubrió que Abraham Lincoln, el libertador de la patria, no tuvo que luchar contra secesionistas para consolidar la cohesión de su país. En realidad tuvo que combatir vampiros que planeaban tomar el poder de América.
Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros contiene una premisa genial, que puede aplicarse a cualquier prócer de cualquier país del mundo y en cualquier época. ¿Qué pasaría si el tipo ese que tiene una estatua erigida en el centro de la ciudad, además de ser un héroe patrio fuera, también, un tipo con súper poderes? Y, lo que es aún más emocionante: ¿qué pasaría si nos enteráramos que, en realidad, se enfrentó con monstruos y fuerzas sobrenaturales para fundar la nación?
La cinta dirigida por el espectacular cineasta ruso Timur Berkmambetov sigue los días en el siglo XIX del prohombre norteamericano que desde niño demostró valor, arrojó físico y una vocación libertaria que lo condujo a interesarse en la política y después a emancipar a los negros.
Lo que la historia no había consignado y que hasta ahora es revelado es que, el que fuera el 16 presidente de Estados Unidos a temprana edad tuvo percances con entidades malignas. Y mientras seguía una carrera en la política, llevaba una doble vida y se daba tiempo para eliminar la plaga de los chupasangre a los que combatió por motivos muy personales.
El joven Benjamin Walker encarna al presidente exorcista como si fuera un hijo de Liam Neeson. En su necesidad por encontrar su propia imagen cinematográfica, el actor se aproxima demasiado a los tics del irlandés y en algunos pasajes se convierte en su copia.
Walker hace una sobria interpretación de un tipo enfurecido por las injusticias del mundo y por el acecho de los merodeadores humanoides a los que ha jurado eliminar. Y aunque la historia es una reinvención de un famoso personaje en la vida norteamericana, quizás el actor se toma demasiado en serio su papel y no deja que fluya la risa como se espera en esta anécdota cargada de ironía.
Convertido en personaje de cómic, Lincoln no se equivoca, ni lastima. Siempre tiene la razón y actúa con justicia. Se ocupa de eliminar únicamente a personas indeseables con motivos descabellados que se basan, principalmente en el uso de un hacha con filo de plata que le da poder por encima de los zombies quirópteros.
Desafortunadamente, en Berkmambetov todo es espectáculo y la sustancia queda reducida únicamente a vestigios. La espectacularidad se superpone a la historia. Lincoln no consigue apuntalarse como personaje real y se convierte en un chiste envuelto en ficción.
El personaje es más emocionante como concepto que como encarnación. Al momento de entrar en acción, el joven Abe mueve el hacha como un pavoroso ninja, letal y efectivo, pero sus destrezas se pierden en el enceguecedor colorido de de las salpicaduras hemáticas de slash movie entre de la oscuridad gótica y la sofisticación de los bien confeccionados vestuarios.
Hay mucho de grotesco y hasta ridículo en la idea de que el héroe que consiguió romper las cadenas de la esclavitud en un mundo convulsionado por la guerra, sin embargo, también hay lugar para tomarse la sola idea como entretenimiento y evasión dominical.
Como película de acción, la trama se mueve cómodamente en todas las libertades que le permite el género y se dirige hacia un tercer acto donde hay una intensa secuencia de acción en un ferrocarril, dentro del que será decidido el futuro de la nación.
Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros es puro entretenimiento con una buena idea que no se desarrolla a plenitud. Pero es divertida.