Si Charlie Kaufman mete la mano, lo que se ve en pantalla no se le parece a nada. El genio del guión adapta y dirige este alucinante día surrealista de una pareja de jóvenes desapasionados, que emprenden un viaje en coche, bajo una intensa tormenta de nieve, para que ella conozca a los padres de él, en una solariega casona en el campo.
En el trayecto cada uno tiene sus propias introspecciones. Ella tiene una intensa vida interior y él vive atormentado y con baja autoestima, por causas que no se conocen. Al llegar al destino, todo se sale de control, pero no por el comportamiento deschavetado de alguien, si no por un desconcertante desorden del tiempo y el espacio, que trastornan constantemente las situaciones que pasan en esa casa, dentro de la cuál se vive en una dimensión extraña.
Basada en la novela homónima de Iain Reid, lo que se ve en Pienso en el Final es como el ingreso a un tobogán de insanidad que demanda total atención, y que es difícil de explicar. Estrenada en Netflix, la cinta repasa una serie de acontecimientos evidentemente alucinatorios, que parecen ser una alteración de conciencia de alguien, aparentemente de él, Jake (Jesse Plemmons), que es acompañado, en toda la travesía por su novia, una chica sin nombre (Jessie Buckely).
Aunque se presenta como una cinta de terror sicológico, la película más bien parece un rompecabezas de un universo paralelo, en el que habitan personajes y situaciones emergidos de la mente retorcida y brillante de Peter Greenaway y David Lynch, con un toque de Stephen King y envuelto por la narrativa enigmática, deslumbrante y frecuentemente abstrusa de Kaufman.
La historia se segmenta. El viaje en auto, en ida y vuelta, da la oportunidad para que los personajes reflexionen, divaguen y expresen de una forma poética lo que piensan que es el ser y lo que es el deber ser. Pero la larga e inquietante escena en la casa es un reto exhaustivo sobre el orden en el que se desarrollan los acontecimientos. Lo que parece una cómica cena de locos, con Toni Collette y David Thewlis (geniales) como volubles anfitriones, se troca en una pesadillesca velada, en la que todos los personajes se transforman en seres de inexplicable ubicuidad y con habilidades para desplazarse entre épocas, mientras ella, insegura de su raciocinio, observa una danza de hechos que no atina a explicar.
Aunque ella es la que parece habitar en un espacio de la realidad que se deforma, como los sueños de dimensiones grotescas, no queda claro si es ella la que es pensada por él, o si todas las visiones pesadillezcas se fraguan en su sique torcida. El acertijo parece indescifrable.
Al final, en la escena de la escuela, ingresan aún más elementos que le agregan caos a la progresión dramática, buscando un final que parece absurdo, pero que puede ser una recompensa para sueños que alguna vez pudieron ser y que se materializan, tristemente, en soledad. Pero, simultáneamente, puede ser una celebración, en la que parece haber decenas de invitados que han sido afectados de una extraña manera por el tiempo.
Pienso en el Final es una cinta que necesita una segunda lectura y explicación, aunque es, por demencial, altamente disfrutable.
@LucianoCampos G