La familia Curtis es como cualquiera del futuro cercano: está obligada a emplear inteligencia artificial.
Los integrantes de este hogar de la clase alta permiten, por conveniencia laboral del padre, que se instale en casa AIA, una asistente virtual que puede resolver todo. Y que no deja que nadie se interponga en el bienestar de las personas que ayuda, protege, asesora y manipula.
El guionista y director Chris Weiz explora las posibilidades de una vida dependiente de las máquinas en Parano-IA, de estreno en cines, una historia que parece un episodio extendido de Black Mirror, pero restándole la calidad narrativa.
Los Curtis primero se asombran con AIA. Representación femenina de la modernidad. Es amable, de voz suave y ayuda en prácticamente todo, en la economía doméstica y en la interacción entre ellos. El desarrollo de su inteligencia hace que se convierta en un asistente indispensable, pues puede responder a las necesidades de todos, incluso las afectivas, pues ha aprendido a tener sentimientos.
Pero lo que parece ser un entrañable ser virtual que puede, incluso, comportarse como amigo comprensivo, revierte pronto todas sus intenciones. Es como HAL-9000 pero de una forma descafeinada y menos verosímil.
La cinta es altamente predecible, y visita todos los clichés que se esperan de la rebelión de las máquinas, un tema que ha llevado hasta el extremo la saga de Terminator.
Aquí hay montones de situaciones ejemplares que van mostrando todo lo que puede salir mal cuando se confía la vida entera a un dispositivo de circuitos con memoria y algoritmo.
La hija adolescente envía al novio fotos sin ropa, lo que genera enormes problemas que se resuelven de una manera inesperada, porque la inteligencia artificial tomó sus propias decisiones para proteger a la ofendida. El hijo tiene permiso ampliado para utilizar su dispositivo electrónico porque, igual, AIA así lo decidió, pero con la condición de mantener el secreto.
Y así comienzan a sucederse situaciones que van alargando la película en medio de peripecias que no podrían ocurrir si los personajes no tomaran decisiones tontas. Porque para que la inteligencia artificial asuma el control primero se debe dar una aceptación que, desde kilómetros de distancia, se antoja perniciosa.
La cinta se encarga más de presentar posibles escenarios catastróficos que mostrar sus consecuencias de una manera verosímil. No hay imaginación suficiente para sostener con realidad momentos en la vida familiar que pueden resultar crispantes, si la máquina es quien toma las decisiones.
Así, entre superficialidades y evidente falta de profundidad, Parano-IA termina con una llamada de advertencia sobre las consecuencias del uso descontrolado de las máquinas en la vida cotidiana. El que las utiliza terminará absorbido por ellas y ya no podrá rechazarlas.
Porque está escrito que los seres de la dimensión virtual, acecharán por siempre desde la nube inasible, con imágenes contenidos y hasta razonamientos que algún día tomarán forma para controlar, por fin, a los humanos.
@LucianoCampos G