Disney ya encontró, en el empoderamiento de las chicas, una manera efectiva de refrescar su repertorio de leyendas.
Moana: Un mar de Aventuras, es la nueva propuesta que coloca a una mujer, esta vez, una adolescente, en la posición de salvar al universo entero. Ya antes había dejado que ellas tomaran el mando con las laureadas Valiente, Frozen, Rapunzel, Tiana, Zootopia, por citar algunas de las recientes. Ya no son damas desvalidas, que esperan el rescate del apuesto varón. Como Moana, se lanzan a la aventura, conquistan su libertad y, al final, se yerguen independientes, en un mundo controlado por los hombres.
La aventura se ubica en una isla de la antigua Polinesia, donde la magia, los rituales y las presencias sobrenaturales regían sobre la vida de los mortales. Una maldición cae repentinamente sobre la aldea. Las cosechas se pierden, la tierra empobrece, la vida peligra. La impetuosa hija del rey se entera que un semidios travieso y arrogante, Maui, ha robado el corazón de una diosa que ocupa una isla lejana, quien, a causa de su ira, arroja un hechizo sobre la humanidad.
La única manera de contrarrestar el mal es regresando a la deidad la pieza que le pertenece. Entonces la intrépida Moana, busca a Maui y juntos emprenden una larga travesía por el pacífico para ajustar cuentas con la diosa que tiene asolado a su pueblo. Desde el principio, hasta el final, todos cantan con graciosos números musicales que generarán grandes ventas del soundtrack.
Basada en leyendas polinesias, la cinta aporta una cuota étnica, siempre grata, al catálogo de Disney, que constantemente busca alcanzar nuevos públicos e incrementar su base de fans y, por supuesto, su clientela y sus ingresos. Esta vez apunta hacia una cultura llena de exóticas costumbres y una rica mitología, prácticamente desconocida para occidente, la orientación preferida de la fábrica del Ratón Miguelito.
La anécdota, aunque sencilla, contiene interesantes giros y la inflatable moralina, indispensable para el público juvenil: en ocasiones hay que arriesgarse para obtener el triunfo.
El pueblo de Moana es de acuanautas. Sin embargo, la timidez del rey y su instinto de sobreprotección hacia la aldea le impide izar las velas para buscar nuevos horizontes, como lo hicieron sus ancestros. Será su hija la que se encargue de zarpar en busca de la gloria, o de la muerte.
El mar es, para los genios de Disney, una ocasión inmejorable para presentar un nuevo lienzo de animación. Muy lejos quedaron las imágenes marinas de la Sirenita que, en los 90, revolucionaron la industria. Ahora, la tridimensionalidad, de esta técnica CGI asombra por su realismo y su espectacular muestra de figuras creadas por computadora, pero que parecen palpitar por su aspecto real. Los humanos aquí lucen como una raza diferente, con cabezas y ojos grandes y, por la perfección de los trazos, dan la sensación de que realmente existen.
Los personajes son maravillosos, pero el espectáculo mayor se encuentra en el agua. Disney consiguió avanzar considerablemente en su búsqueda interminable de la perfección. Moana es amiga del mar. Desde niña le ha sido permitido comunicarse y amistarse con las olas, que la ayudan y la hacen invulnerable sobre la superficie e incluso en el lecho submarino.
Tan solo por observar la maravilla del agua desplazándose, como una caricia sobre la pantalla, vale la pena deleitarse con esta asombrosa joya de animación, que aporta otro gran triunfo de la compañía líder en la industria.
Deam Works tiene que esforzarse, aún más si espera no quedarse rezagada en la carrera por el virtuosismo.