
Tom Cruise se consolida como el gran dios del cine.
Con Misión Imposible: sentencia final, la octava y aparentemente última entrega de la exitosísima serie, deja un pronunciamiento sobre el séptimo arte como vehículo de evasión, a través de la fantasía y la ilusión.
Es evidente el interés del megaestrella por consolidarse como uno de los grandes héroes de acción de la historia en su papel del superespía Ethan Hunt, siempre corriendo, siempre peleando, siempre eliminando las amenazas del mundo libre.
Con más de sesenta años, el actor se muestra en excelente forma física, capaz de hacer sus propios dobles de acción en peligrosas escenas que ya lo convierten en un intérprete de audacia legendaria.
La nueva entrega es pura adrenalina con un envoltorio sofisticado sobre uno de los problemas que ocupa la agenda mundial: el riesgo del ataque atómico.
De acuerdo al guion del escritor y director McQuarrie, los países que forman el club nuclear desconfían unos de otros, lo que genera una paranoia peligrosa entre todos ellos. La lectura política se asoma por todos lados: no importa la población; quienes detentan el poder son quienes deciden el destino de la humanidad, comprometiendo obscenamente las vidas de millones para obtener la supremacía.
En este ambiente de desconfianza surge la Entidad, un poder supremo de origen desconocido y potencial ilimitado, expandiéndose de manera agigantada con conocimientos ilimitados con la amenaza real de controlar los sistemas de gobierno de los principales países del orbe y, en particular, los que integran ese selecto grupo de poseedores de la bomba de fisión nuclear. Un solo parpadeo sospechoso puede desencadenar el cataclismo en el planeta.
Hunt debe terminar, ahora, la tarea iniciada en la entrega pasada. Al enfrentar a la Entidad está obligado, primero, a derrotar a Gabriel (Morales) un terrorista despiadado y altamente escurridizo, que busca apropiarse de esa fuerza imparable para dominar el mundo, pues quien la domine, podrá controlar los botones nucleares existentes en el Globo.
Esta MI8 es una exhibición de aventuras de altísimo octanaje. La historia es exhaustiva, con el héroe que no se fatiga jamás y que anda por todos lados buscando pretextos para la acción. En una soberbia escena submarina, desciende a aguas heladas bajo un casquete polar. Luego, en un desenlace electrizante se sube a una avioneta para hacer acrobacias que quitan el aliento, como si Tom Cruise fuera una especie de Jean Paul Belmondo, mezclado con Steve McQueen.
Hay tiempo para la nostalgia, también, pues se hace un recuento, con escenas insertadas, de todas las anteriores entregas de la franquicia inaugurada en 1996 con un Tom jovencito, pero con una idea muy precisa del objetivo: entretener con la mejor calidad.
Temáticamente la cinta bordea con los temores de la comunidad internacional. La Inteligencia Artificial ha llegado al tope del algoritmo y ha comenzado a tomar decisiones propias que rebasan el entendimiento y la capacidad humanas. El ciberataque se transforma en un juego de la máquina tratando se superar a su creador, como una especie de antidios capaz de llegar al extremo de la aniquilación total, para erigirse como instancia suprema.
Hunt, convertido ya en un personaje clásico del género, recorre todo el mundo y puede infiltrarse en cualquier fortaleza y vulnerar cualquier sistema. Lo suyo son las misiones descabelladas, y la ejecución complicada y siempre espectacular.
Misión Imposible: sentencia final mezcla, a un nivel de genialidad, una historia de acción de viejo cuño, con efectos de vanguardia. McQuarrie y el mismo Cruise, como productor al servicio de sus fans, lleva a un nivel estratosférico de excelencia esta nueva historia que no da oportunidad para el respiro.
@LucianoCampos G