La esperadísima megaproducción de Francis Ford Copolla ha resultado ser una decepción monumental.
Protagonizada por Adam Driver, Megalópolis es una pretenciosa fábula moderna del progreso, con una estilizada visión del futuro y un concepto de la modernidad atado a la circularidad de la historia.
En un inicio es difícil definir la película, pues trata sobre la creación de una Nueva Roma, en Nueva York, con un artista de la creatividad llamado César (Driver) que impulsa un enorme proyecto urbanístico, contra la oposición del alcalde Císero (Esposito), cuya hija Julia está enamorada del genio.
Entre la retórica de la utopía y larguísimos diálogos de filosofía existencial, transcurre una cinta con muy poca acción, más parecida a un proyecto personal, en forma de testamento de Coppola, que parece cerrar su ilustre carrera con una película controversial, al borde del fiasco.
A lo largo del relato, hay una búsqueda del ser, del yo, con citas de los pensadores romanos, adaptados a la actualidad de un futuro donde la sociedad desesperada y sin rumbo se encuentra al borde del caos. Las manifestaciones callejeras son cada vez más intensas y la oposición al proyecto hacen que se genere en la ciudad una atmósfera convulsa, contra la cuál César debe imponerse a través de sus ideas innovadoras.
Las intrigas palaciegas son caligulescas. Jon Voight, deçrépito y brillante, es el potentado millonario que contempla estoico a sus descendientes disputándose una herencia fabulosa, pero con maquinaciones perversas, que los llevan a estados de insanidad mental de incesto y depravación que, necesariamente, deberán ser castigadas.
A lo largo de la cinta hay algunos picos dramáticos que, pese a todo, se hunden, superados por la pretensiosa magia digital con formato de videoclip. Algunas fugas subconscientes son hasta cursis, con una mixtura de efectos que pretenden mostrar el estado alterado de las mentes. Es evidente que Coppola no está habituado a manejar los recursos de CGI, y se dejó llevar por encantamiento de la pirotecnia visual para enmarcar sus propias reflexiones, fascinado de con propias revelaciones.
Es complicado entender cómo un genio que escribió guiones tan brillantes como Apocalypse Now, o adaptaciones como El Padrino, haya desviado su pluma hacia territorios pseudoexistencialistas con una autocomplacencia inaceptable y hasta irresponsable. Es evidente la carencia de revisión del texto sobre el que fue hecho el film.
Es conocida y hasta celebrada la audacia del legendario director para patrocinar, de su propio bolsillo, este ambicioso proyecto cinematográfico. En el lanzamiento de los festivales, ha declarado que hizo lo que quiso con el que puede ser su declaratoria final sobre la vida, el arte, el progreso.
No se ve cómo el realizador pretende llevar esperanza a la sociedad, según a dicho, con una propuesta como Megalópolis. Por el contrario, ha dado a la cultura un atropellado panfleto personal sobre lo que supone es el porvenir.
Es mejor recordar al Coppola de antes.
@LucianoCampos G