Latidos en la oscuridad es una cinta dirigida para adolescentes, protagonizada por un adolescente y al parecer hecha por un adolescente.
Sólo de esa forma puede explicarse la hechura tan endeble de la película, como si el realizador fuera un joven inmaduro que apenas se inicia en el cine. Lo extraño de esto es que el director, Dean Devlin, ya había hecho su salto del guionismo a la dirección con la también olvidable Geotormenta (Geostorm, 2017), sin descartar que es el autor del libreto de las dos partes de Día de la Independencia.
En esta ocasión Devlin toma un guión de Brandon Boyce que tiene una premisa interesante: dos jóvenes, tontos e inconscientes, utilizan su trabajo de valet parking para robar las casas de los clientes que están cenando en el restaurante donde trabajan. El robo debe ser rápido, y durar el mismo tiempo que los consumidores están en el lugar.
El problema es que se meten con el tipo equivocado. La cinta inicia rápido, con una primera parte vertiginosa. La acción se desata y despierta inmediatamente interés, porque la víctima parece ser un tipo muy peligroso. Sin embargo, lo que aparece en el nudo es una situación tan llena de agujeros e inconsistencias lógicas que apunta hacia un completo desprecio a la inteligencia del espectador.
El look aséptico de la historia la hace parecer como un thriller de Hallmark, que se debate entre el psicodrama de un ser atormentado y perverso, y las cavilaciones de un chaval que hace travesuras, pero que, repentinamente tiene un golpe de consciencia y se decide a hacer algo por el bien suyo y el de una persona, con la que se topa en una de esas correrías de ladronzuelo.
Además de la buena hechura de la película, con un sonido impecable y una fotografía bastante tersa, la cinta se desliza rápidamente hacia su propia perdición, cuando incorpora personajes que no tienen entrada, ni salida, que aparecen espontáneamente, como esporas, y se desvanecen inexplicablemente.
En este universo, los policías son tontos y lentos. Tienen bajo sus barbas al criminal, pero no son capaces de atar los cabos para capturarlo. Las coartadas del sádico ricachón están de risa, pero los agentes del orden las aceptan como verdades, aunque se quedan deliberando sobre la lógica de los argumentos.
Toda la película se trata de una confrontación desigual, aunque, por la magia de la ficción, el duelo se empareja. El tipo malvado tiene al alcance de su mano todos los recursos tecnológicos para estar al tanto de los movimientos de su presa. No solo tiene el tiempo para estarla cazando si no que, bendecido por el don de la ubicuidad, consigue atacar a los demás integrantes de su familia con planes certeros e instantáneos, que provocan un desmoronamiento del hogar en el que estaba el muchacho transgresor.
El muchacho, aunque empobrecido, se da las mañas para usar recursos tecnológicos con los que consigue defenderse.
Todo se resuelve de una manera insoportablemente sencilla. En una gran ciudad, incluso en medio de la campiña, cualquier persona puede ser localizada en cuestión de segundos por dispositivos de procedencia desconocida que pueden rastrear aparatos que, bobamente, los perseguidos cargan consigo.
En el desenlace, en un bello escenario nevado, las torpes decisiones de todos, buenos y malos, alcanzan dimensiones delirantes, hasta alcanzar un final que parece tener un propósito real y justiciero, aunque parece surrealista o, simplemente, ridículo.
Latidos en la oscuridad es una cinta con muy escasa propuesta. Podrá agradarle a los jovencitos que no sean exigentes y quieran sustos, balazos y algo de contusiones con sangre.