Plagada de imágenes exquisitas y con un estilizado manejo de recursos digitales, La Vigilante del Futuro plantea, por enésima vez, el dilema de la humanidad frente a la perfección de las máquinas. Algún día, los sistemas automatizados alcanzarán el grado de virtuosismo hasta convertirse en entes independientes.
Pero, entonces ¿puede un paquete de cables, acero, chips y protección sintética, albergar sentimientos?
Este remake de acción real del clásico de anime japonés Ghost in the Shell, es como una enorme golosina visual que se pierde en su propio laberinto de estampas generadas por computadora. La trama es muy inferior a su empaque. Todo el set de interiores, donde se mueve Mayor (Scarlett Johansson), la perfecta vigilante, es oscuro y atemorizante. En el país del Sol Naciente predomina la perfección, pero fría y automatizada. En exteriores, todo es artificial. Es asfixiante la contaminación visual generada por hologramas gigantescos, desplegados en avenidas y edificios, que se extravían en otros similares y cada uno más realista, que pretende vender productos de naturaleza incierta. Los objetos chatarra se venden en una sociedad hipertecnologizada, pero también achatarrada.
El desarrollo cibernético ha alcanzado niveles delirantes. En un futuro preapocalíptico, una empresa ha conseguido implantar el cerebro de un humano en un cuerpo completamente mecánico. Pero los creadores tienen el antojo de cristalizar su experimento en una hembra de formas ubérrimas, un poco encarnada para tener figura perfecta, pero sí extremadamente sensual. Y además, la enfundan en un sugestivo traje de látex blanco que la envuelve en un simulacro de desnudez lechosa. Más que un soldado, parece una diosa creada para el placer.
Existe una trama, pero es imposible apartar los ojos de Johansson, quien permanentemente se encuentra en posición sugestiva, aún cuando luzca como experta combatiente, implacable pistolera e inclemente pateadora de traseros de criminales.
Detrás del magnetismo generado por la sexy oficial, está una sencilla anécdota vista muchas veces en otros discursos cinematográficos, principalmente en Blade Runner, donde los androides se rebelaban por su necesidad de encontrar una deidad, un creador, una entidad supraterrenal que le diera sentido a su vida. Acá, los robots se plantean las mismas preguntas y encuentran inquietantes respuestas, pues su mente y su espíritu son el fantasma (ghost) que habita en un cuerpo prestado, aunque no saben con qué propósito sus cerebros fueron implantados para ser mantenidos con vida.
Nadie está tan calificada como Mayor para localizar y detener la nueva amenaza que se cierne sobre la humanidad, en forma de un ciberataque orquestado por un hacker de origen desconocido y que puede, como en el universo Matrix, acceder a realidades virtuales mediante la infiltración alámbrica a las mentes, por enchufes que se conectan por la nuca.
Rupert Sanders, quien trajo Blancanieves y El Cazador (Snow White and Huntsman) elige crear una versión diluida de la original, que Mamoru Oshii convirtió en un clásico instantáneo al sumergirse en las motivaciones perturbadas de una guerrera que busca su origen, pero también un equilibrio entre lo que hace bien y mal.
Johansson, quien evidentemente tomó como una aventura la producción, se ve poco creíble como la cyborg irresistible. Aunque ya ha incursionado con anterioridad en la acción, con Lucy y como La Viuda Negra de Los Avengers, parece más creíble cuando se encuentra en alguna de esas comedias agridulces de Woody Allen.