por LUCIANO CAMPOS
El Secreto de sus Ojos es un thriller lleno de recovecos. Tiene tantas lecturas que amerita más de un vistazo y aún así quedan sorpresas por descubrir.
A esta cinta argentina, ganadora del Oscar 2010, se le puede observar desde diferentes ángulos y distintos niveles.
La narración verticalmente se maneja en varias etapas temporales, y horizontalmente entraña numerosos conflictos, todos interesantes para generar una maraña irresistible de dudas que comienzan a revelarse y a resolverse hasta llegar a una serie de finales, cada uno más sorprendente que el anterior.
Basada en la novela La Pregunta de sus Ojos, de Eduardo Sacheri, la cinta tiene una poderosa fuerza emocional en el terrible contexto de la dictadura Argentina de los años 70.
Lo que se ve en pantalla es, a fuerza de descripción y astucia del guión, un producto literario que brinca de las páginas del libro a una transformación visual casi milagrosa, por su interesente trama, bien interpretada por Juan José Campanella, director y libretista.
El Secreto de sus Ojos sigue al estupendo Ricardo Darín, un investigador del poder judicial, solterón y entusiasta, que un día divide su atención entre su nueva y joven jefa, Soledad Villamil, por la que se siente atraído, y por un caso criminal terrible por el que adquiere una obsesión casi patológica.
Juntos sostienen una extraña relación en la que se entremeten las pulsaciones eróticas ocultas, junto con su deseo por obtener justicia en el mencionado caso, donde se entreveran el infierno burocrático, perversidades políticas y un sistema de impartición de justicia inexistente, característico de la época.
Afortunadamente, esta es una historia atípica sobre un crimen.
Campanella se ocupa de todo a la vez. De nuevo vuelve a hacer mancuerna con Darín, con quien ya había trabajado en Luna de Avellaneda y El Hijo de la Novia.
Como un malabarista experto, el realizador mantiene en el aire diversas líneas argumentales y ninguna se le cae. Todas se mantienen firmes y se entremezclan para apuntalar al tronco de la historia que es la investigación que decide, en un mismo momento, las vidas de todos los que en ella participaron.
Pero no sólo eso, el maestro de la dirección se ocupa en brincar del presente al pasado o del presente al futuro (no se sabe cuál es el tiempo actual en la historia). Tampoco deja constancia de que sea cierto lo que ocurre en los años transcurridos hacia delante o hacia atrás. Todo se maneja en un juego de confusiones, engaños y anhelos, muy parecidos a la ilusión que anida siempre en el corazón de los protagonistas que son, al mismo tiempo, jóvenes y vejestorios, acabados y vitales.
Pero siempre hay una ausencia acechándolos, un enigma irresuelto, el incidente judicial que se perdió en la bruma del tiempo pero que los afectó irremediablemente.
Campenella y Sacheri no pueden esconder su pasión por el futbol bien entendida entre argentinos. La gran escena de la película es un prodigio digital, que muestra una escena futbolera perfectamente hecha de una cámara que va por el aire, sobre la ciudad, aterriza en un estadio lleno, se mete al terreno de juego y se posiciona entre los espectadores.
En un plano secuencia demencial –puede anotarse entre los mejores logrados del cine de América Latina- se hace una singular persecución entre las gradas, con un final casi surrealista, que marca, en la historia, el punto de resolución, en el cual comienza a revelarse el misterio.
Pero además de esa escena climática a media película, hay numerosas referencias futboleras, en particular de un excelente personaje secundario, el del secretario de juzgados, el genial Guillermo Francella, conocido como el simpático apoderado che en Rudo y Cursi.
El Secreto de sus Ojos no es solamente un buen libro llevado magistralmente a la pantalla. Es una forma de presentar con el complicado arte narrativo del cine, emociones recónditas envueltas en una magnética historia.