Como en las secuelas antiguas, Gladiador II trae al hijo de quien fue victimado en la primera parte, para cobrar venganza contra aquellos que le provocaron la pérdida y el dolor, transformado en ira y rencor.
Paul Mescal en el papel de Lucio, es el encargado de tomar la estafeta que le dejó Russell Crowe, que ganó el Oscar en el 2000 con el papel de Máximo y quien, como se sabe, pereció al finalizar el inicio de la saga.
Lucio, en aquel entonces era un pequeño y fue enviado al destierro para salvar la vida. Años después se ha convertido en un feroz guerrero en una provincia africana, y es hecho prisionero y esclavo, para ser convertido en gladiador y llevado al circo romano en el corazón de Roma. ¿Suena familiar? Exacto, es una repetición de lo que ocurrió hace más de dos décadas.
El genio Ridley Scott despojó del aliento épico a esta secuela y la convirtió en una cinta de acción con muy poca profundidad temática. Hay una simple historia de revancha contra el general Acacio (Pascal), quien se ha convertido en marido de su madre Lucila (Connie Nielsen) y en su padrastro.
Todo el cuadro se convierte en una tragedia griega, enmarcada con dos jóvenes emperadores gemelos, caligulescos y frívolos, Geta y Caracalla (Joseph Quinn y Fred Heshinger) que conducen el imperio hacia el colapso, manipulados por el maquiavélico Macrino (Washington), un empresario promotor de gladiadores convertido en el poder detrás y delante del trono.
La historia trata sobre la descomposición de Roma después de la traición al pueblo. Los soberanos han desoído las suplicas de la chusma y han atentado contra uno de sus personajes públicos más queridos. No siempre la voluntad del César es aceptada, por lo que el hartazgo y el repudio explotan con el pretexto adecuado.
Queda la impresión de un apresuramiento en la filmación y producción de esta secuela esperadísima, pues las recreaciones digitales no son tan sublimes como la anterior entrega. En la batalla naval dentro del coliseo, se observan algunos efectos de mediana calidad, incluidos tiburones, una licencia creativa cuestionada por historiadores.
Las coreografías de guerra, sin embargo, son impecables. A Scott se le da bien hacer producciones grandes con orquestación de batallas monumentales, como puede verse, recientemente, en Napoleón (2022), o como ya lo había presumido en el primer Gladiador y en Cruzadas (2005)
Mescal hace una fiel representación del esclavo convertido en héroe, pero parece falto de intensidad, en comparación con la interpretación oscareada de Crowe, que hizo a su general caudillo un clásico del cine de romanos. Como estrella ascendente, su interpretación de Lucio hace suponer en un plebeyo de sangre azul que, pese a ello, para nada puede ser ungido emperador, ni acercarse, por pericia o habilidad política, a un trono, si toda su vida había sido un simple desposeído.
Los gemelos son una caricatura. Quinn revelación de Stranger Things en el papel de Eddie, ahora no se ve tan poderoso, y se ve falto de vitaminas en su interpretación despótica.
El que luce, por encima de todos es Washington que da cátedra de actuación y demuestra cómo es un trabajo histriónico de primer nivel, con todo y evidentes improvisaciones. Crea un personaje seductor, adorable y al mismo tiempo digno de desprecio. Su encanto se transforma en perversidad, en un parpadeo, cuando ve la posibilidad de trepar, como parásito, en la escalera política dentro de palacio.
Gladiador II es una cinta entretenida. Trae violencia y batallas impactantes, pero las motivaciones de los personajes se quedan muy en la superficie.
Será pronto olvidada.
@LucianoCampos G