Este año, la historia del genio incomprendido es la de El Solista, un drama azucarado que estelarizan el siempre interesante Jamie Foxx y el revalorado Robert Downey Jr.
Imposibilitado para eludir el lugar común, el director Joe Wright busca darle matices sociales a su ópera, encontrándole un subtexto de incomprensión y relego para el alma atormentada de un músico excepcional, atrapado en la piel de un pobre diablo negro, que vive entre pordioseros en Los Angeles.
Downey Jr., actualmente en el candelero de la atención mediática, es en el nuevo milenio lo que John Travolta para la década de los 90: un cadáver histriónico traído al mundo de los vivos con un buen papel. Resucitado con Iron Man, ocupa ahora reflectores, glamour y protagonismo. No lo hace mal, pero está a un paso de saturar con su presencia las pantallas.
Su rol aquí es el de un periodista renegado, con reconocimiento en el medio de las noticias, pero estacionado en una etapa laboral que oscila entre el conformismo y la mediocridad. Por azar encuentra en la calle, tirado en una plaza, a Foxx, un mendigo que resulta ser, según su investigación periodística, un antiguo estudiante de música, con aptitudes casi sobrenaturales.
El reportero, entonces, hace suya la causa del genio, lo proyecta a través del periódico y busca convertirlo en figura de la música, sin conocer la situación en la que se encuentra el asombroso pedigüeño.
La película se basa en la relación tensa entre los dos. Extraños y desconocidos, saben que están unidos por una afinidad afectiva parecida a la amistad, pero entienden pronto que deben de encontrar la forma de interactuar sin lesionarse mutuamente.
La atmósfera urbana en la que se desenvuelven, alcanza para hacer una ramificación temática –e innecesaria– dentro de la historia. El periodista, conmovido por la condición de los desamparados, emprende su propia lucha por llamar la atención de la sociedad para ayudarlos a superar la marginación.
El duelo de actuaciones parece una carrera por obtener el campeonato del ego. Dentro de sus papeles, los dos se sobreactúan, buscando el favor de la cámara y no pueden reprimir esa dosis de vanidad que les da saberse en la élite de la actuación y que, parece, les exige mostrarse superdramáticos, casi superinsoportables.
Pese a ello, mantienen la mesura y participan armónicamente en una historia sencilla que tiene una premisa mucho más interesante que lo que ofrece como anécdota.
El director inglés Joe Wright sorprendió al mundo en 2007 con la espectacular Expiación, Deseo y Pecado, que lo situó en el mapa internacional y le dio la entrada a Hollywood.
Con El Solista hace un trabajo mediano, que presenta un material gastado, ya visto con antihéroes que han sido ya muy repasados, aunque tengan características particulares.
Al final los dos personajes aprenden a llevarse uno con el otro y encuentran su lugar en la vida, superando sus fracasos y sus éxitos, y tratando de encontrar su propio lugar en el mundo.
El Solista es una cinta positiva de corte social, que va a resultar agradable, pero sin repercusiones. v